Sonata.

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Había tomado una decisión. Por mucho que quisiera quedarse ahí, su presencia sólo estaría interrumpiendo la armonía que los aldeanos habían logrado crear en la edificación además que le haría un gran bien el convivir con su gente sin interrupciones (refiriéndose al hijo de Vlad) y quizás formar ciertos vínculos a los cuales ya le observó crear con aquella mujer de nombre Greta. A pesar del dolor de su rechazo imaginario, se las arreglaría para tratar de arrancar los sentimientos florecientes en lo más profundo ser a costa de no volver a sentirlo nunca más por nadie. Suspiró mientras deshacía el hechizo de cerradura para salir al pasillo: a ese punto le daba bastante igual que los humanos intentaran hacerle daño o se le quedaran viendo por su medianamente vistosa apariencia, e incluso si se le lanzaran encima pensando en ella como amenaza con un par de ademanes los podría inmovilizar. No mancharía la alfombra de sangre y mucho menos sabiendo que a su compañero no le agradaría que matase a algún pueblerino. Los primeros en verla fueron un pequeño grupo de niños que corrían por el pasillo en alguna clase de juego infantil que no lograba comprender del todo; apenas la vieron se reagruparon sin decir nada, aunque una niña en específico la saludo con entusiasmo. Le costó un poco reconocerla, pero era esa misma chiquilla que chocó contra sus piernas el día de su visita al pueblo: la saludó de vuelta con media sonrisa mientras seguía su camino por las escaleras. Una gran mayoría de las personas la ignoraba por completo, otras tantas la miraban en silencio con asombro. E incluso pudo sentir un poco de temor viniendo de otros desconocidos.

De entre los puestillos, escuchó un silbido por lo que por impulso se giró. Una cabellera pelirroja familiar le llamó la atención: la chica que ahora cargaba una caja llena de uvas era la misma mujer que les había vendido las manzanas. Le estaba pidiendo que se acercara, por lo que echó un vistazo rápido a donde estaba el hombre, antes de lentamente acercarse a aquella mujer con el sonido de su calzado resonando a lo largo de la sala tras el repentino silencio producto de la atención recibida del silbido. Todos volvieron a lo que estaban cuando se dispersaron los susurros.

— Tiempo sin verte, princesita.

— Hola, Beth. Veo que al parecer vinieron con los demás.

La chica soltó una risita amena, recargándose en el aparador del puestecillo. La pecosa iba acomodando cosas tras dejar las uvas encima de otra caja cerrada probablemente con más fruta o quizá con manzanas.

— Sí, el viejo pueblo se vio reducido a la mitad. Vinieron muchas cosas a atacarnos y bueno, esto pasó. Ahora tu prometido nos trajo hasta acá para mantenernos seguros y no sé qué. La verdad voy a extrañar la ciudad.

— Err, él no es mi prometido. — A pesar de su ligero sonrojo, no se veía muy animada al respecto — Pero te puedo asegurar que todos estarán bien. Él fue lo suficientemente fuerte para traerlos, lo será para protegerlos.

— ¿Entonces todavía tengo oportunidad? Esa Corsa es una mentirosa. — Soltó una carcajada y chasqueó la lengua poco después — Pero mucho de mí. ¿Y tú que harás? Quiero decir, ¿Qué es todo el rollo con la cornamenta y esas ropas?

La mujer se rio otra vez. Beth era una campesina realmente simpática y no tenía miedo de decir lo que pensaba, además de que tampoco le tenía miedo. Podría ser que él les hubiese hablado de su persona aunque pensar eso la incomodaba un poco.

— Verás... Soy un demonio. Los cuernos son reales y todo, están pegados a mi cabeza. Y las ropas, bueno, allá abajo tengo una cierta posición por lo que se me dan. Es en pocas palabras es magia, puedo cambiarlas de necesitarlo pero ahora mismo voy a regresar... al infierno. Prefiero que se quede así.

— Ay, pero santas vírgenes. De saberlo antes me hubiera robado algo, ¿cómo hago para ir yo y me recibas? haré brujería con gusto si es necesario.

Réquiem. [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora