Triade.

65 13 0
                                    

Realmente hubiera deseado el quedarse con aquella vida. Estaría dispuesta a renunciar a su inmortalidad con tal de tener una vida corta pero llena de gozo. Pudiera haber aprendido tanto como una persona pudiese, y, sobre todo, pudiese haberse quedado con él, entre su gente, entre los humanos y entre el cariño de los pueblerinos. 

Pero ahora no podía hacer más que lamentarse mientras volvía su "trabajo". Ahora mismo tenía que ocuparse del asunto de la noche anterior, y quería intentar ser eficiente para amañárselas en pro de regresar al mundo de los vivos. Aunque quizá, tras todo el alboroto de sentimientos empezaba a considerar que debería dejarlo tranquilo y no aparecer más; dedicarse a mirarlo entre las sombras en busca de su bienestar para no involucrarlo más en temas relacionadas al averno. Si bien, de momento Abaddon (que seguía en recuperación intensiva) era el único que la había tenido -y por tanto a él también- en la mira, no le sorprendería que algún otro demonio de rango menor lo fuese a intentar. Suspiró, la crepitante sensación de inquietud atacando sus nervios conforme más se acercaba al sitio donde en el pasado reinó de una forma no muy agradable que preferiría mantener como un mal sueño en toda la laguna de sus recuerdos.

— Señorita, señora, al fin la encontré.

A tropezones una mujer de piel rosada se acercó, agitada, al parecer había estado corriendo hasta encontrarla. Era la misma chica del "sueño". Recapituló por varios segundos entre pensamientos difusos hasta dar con su nombre; alzó una ceja mientras detenía su andar para que pudiera calmarse.

— Belleth. Está bien, respira.

— Es sólo que... Bueno, primero que nada...

Los pequeños jadeos interrumpían su respiración. Belleth. No recordaba, de momento, sus demás nombres, pero pequeñas caricias difusas con imágenes varias le llegaban a la cabeza al verla. Aquella doncella que terminó de forma trágica y cruel; aquella a quién acogió entre sus mantos para defenderla de los otros demonios. ¿Quizá por compasión, o por pena? De momento no lograba recordarlo del todo.

La mujer de piernas de carnero respiró profundamente.

— Bienvenida de vuelta. Y, bueno, hace un rato, un hombre que no paraba de gritar y maldecir, uh...

— Ajá... Saint Germain. Sí, yo lo mandé. ¿Dónde está?

No recordaba la severidad de su voz. Era extraño, como si ahora fuese otra persona completamente diferente. Siguió mirando los pasillos rojizos y ardientes en busca de que la otra demonio terminara de hablar. Al posar sus ojos sobre un lugar, le volvían recuerdos de lo que alguna vez fue. Sus anteriores paseos alrededor de las zonas, las miradas de miedo y pena que cualquiera con suficiente atrevimiento les dedicaba. Cuando alguna vez manchó sus suelos y paredes con sangre.

— Lo tenemos atado, aislado en otra de las zonas. La guiaré si eso desea.

— Si, eso quiero. Llévame a dondequiera que esté ese bastardo.

Los cabellos verdes de la demonio menor se agitaron cuando asintió de forma un poco más enérgica. Dio unos pasos al frente seguido de una media reverencia para poco después comenzar a caminar a través del lugar con su superior detrás. El rumor de que había regresado corrió tan rápido como la sangre en los ríos infernales, y de esa forma fue que pudo localizarla apenas se materializó entre medio de los pasillos. Se miraba callada, estoica, pero se sentía conflictiva. Algo anormal en la persona que ella conoció como una reina eternamente cruel. Alguien que no mostraba sus sentimientos con facilidad, o que apenas era posible intentar leer sus pensamientos. Madre de bestias, verdugo de almas, consuelo del pecado.

— Bien, por favor, sígame. ¿Hay algo más que pueda hacer por usted...?

— No, Belleth, te agradezco. Realmente necesito interrogar a ese hombre, así que si pudiéramos acelerar el paso sería grandioso.

Réquiem. [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora