Capítulo 11

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—¿Necesitas algo que ponerte?— preguntó Tae.

—¿Eh...?

La miré de refilón. Yo estaba poniendo la oreja a la conversación de Mina, que se empecinaba en negar ante una de sus amigas las afirmaciones acerca del trabajo de sus padres mientras venía el señor Nagy para comenzar la clase de Arte escavo.

—No es como si fueran criados o algo por el estilo, insistió, claramente abochornada. —En la práctica vienen a ser consejeros, los Drozdov no deciden nada sin ellos.
Reprimí a duras penas una risotada. Tae sacudió la cabeza.

—¡Cómo te lo estás pasando con este asunto!

—Porque es tremendo. ¿Qué me habías preguntado?— rebusqué en el caos de mi bolso a ver si encontraba el bálsamo labial. Hice un mohín de contrariedad cuando lo encontré. Estaba a punto de acabarse y no sabía cuándo lograría agenciarme otro.

—Te he preguntado si necesitabas algo de ropa— repitió él.

—Bueno, sí, por supuesto que sí, pero no me entra nada de lo tuyo.

—¿Qué vas a hacer? Me encogí de hombros.

—Improvisar, como siempre. Eso no me preocupa lo más mínimo. Estoy
contento de que Kirova me deje ir.

Teníamos un cónclave esa noche. Ya era 1 de noviembre, el Día de todos los Santos, lo cual significaba que casi había pasado un mes desde nuestro regreso. En tan señalada fecha iba a visitar las instalaciones un grupo de sangre real entre cuyos integrantes estaba la reina Tatiana en persona.

Lo cierto es que no era eso lo que me inquietaba; ella ya había visitado la Academia antes. La visita era bastante frecuente y mucho menos glamurosa de lo que parecía. Además, yo valoraba en muy poquito a los engreídos miembros de la realeza después de llevar tanto tiempo viviendo entre humanos y líderes selectos. Aun así, me habían dado permiso para asistir porque todo el mundo
iba a estar presente. Era un cambio, la oportunidad de alternar con la gente en vez de estar encerrado en mi cuarto. Iba a pagar con gusto el precio de soportar unos cuantos discursos aburridos a cambio de una pequeña dosis de libertad.

No me quedé a charlotear con Tae después de clase, como tenía por
costumbre, pues Jungkook no se había relajado en lo referente a los entrenamientos adicionales y yo intentaba cumplir mi palabra. Ahora, tenía dos horas más de
prácticas con él, una antes y otra después del horario lectivo. Cuanto más le veía en acción, más comprendía su bien ganada fama de luchador agresivo. Él era un máquina, como bien lo demostraban las seis marcas molnija, y yo me moría de ganas de aprender todo cuanto él sabía.

Nada más llegar al gimnasio le vi en camiseta y unos holgados pantalones de atletismo en vez de los habituales jeans. Le sentaban bien. Muy bien. «Deja de
mirarle», dije para mis adentros de forma inmediata.
Me situó en la colchoneta de forma que quedamos el uno frente al otro y luego cruzó los brazos.

—¿Cuál es el primer problema con el que vas a encontrarte en un
enfrentamiento con los strigoi

—¿Que son inmortales?

—Piensa en algo más básico.

—¿Más que eso?— le di una vuelta al asunto— sonn más grandes y más fuertes que yo.
La mayoría de los strigoi tenían la misma altura que sus primos moroi, a menos que antes hubieran sido humanos. Además, los strigoi tenían más fuerza, reflejos y sentidos que los dhampir.
Jungkook asintió.

—Eso lo hace difícil, pero no imposible. Es perfectamente posible usar el peso y
la altura de una persona contra ella.
Él se giró e hizo una demostración de varias llaves, marcando todos los pasos y cada golpe. Mientras imitaba los movimientos del mentor, empecé a tomar
conciencia de las razones por las cuales solía recibir tantos golpes en las prácticas de grupo. Aprendí los golpes al cabo de poco tiempo y me consumía la impaciencia, pues no veía el momento de hacer uso de ellos. Me dejó intentarlo casi al final del entrenamiento.

Academia de Vampiros (Kookmin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora