Capítulo 23

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Nunca antes había tenido problema alguno por estar fuera de la mente de Tae, pero también era cierto que jamás nos habíamos visto involucrados en un lío comparable a aquél. Tae albergaba unos sentimientos e ideas tan fuertes
que seguían tirando de mí mientras corría todo lo posible por el bosque.
Seokjin y yo corrimos entre los arbustos y matorrales de la foresta,
alejándonos más y más de la cabaña. Dios, cuánto me habría gustado que Tae se hubiera quedado allí quietecito. Me habría encantado ver el asalto a través
de sus ojos, pero ahora eso quedaba atrás. Cuando me puse a correr, valieron la pena las vueltas alrededor de la pista que Jungkook me había obligado a dar.

Él no se movía muy deprisa y yo tenía la impresión de que le estábamos ganando terreno, lo cual me permitía obtener una idea más precisa acerca de su posición. De igual modo, Seokjin no era capaz de seguirme el paso y
ralenticé el ritmo para no dejarle atrás, pero no tardé en darme cuenta de que eso era una tontería.
Y él también.

—Ve —me instó entre jadeos, y reforzó su indicación haciendo un gesto con las manos.
La llamé por su nombre en cuanto llegué a un punto lo bastante próximo como para imaginar que podía oírme, en la creencia de que iba a encontrármelo en
cualquier revuelta, pero no me contestó Tae, sino un coro de aullidos y suaves ladridos de perro.
Sabuesos psíquicos. Por supuesto.

Víctor había dicho que solía cazar con ellos, pues era capaz de dominar a esas criaturas. Comprendí de pronto por qué
nadie en la escuela recordaba haber enviado sabuesos psíquicos tras nuestros pasos en Chicago. La Academia no lo había dispuesto, había sido cosa de Víctor.

Al cabo de un minuto llegué al calvero donde mi amigo permanecía acurrucado
junto a un árbol. A juzgar por su aspecto y las emociones procedentes del vínculo, tendría que haberse desmayado hacía un buen rato y sólo se mantenía
despierto gracias a los últimos jirones de su fuerza de voluntad. Permanecía inmóvil y con el rostro lívido, mirando fijamente a los cuatro sabuesos psíquicos
que lo habían acorralado. Entonces me percaté de que estábamos a plena luz del día, lo cual era otro obstáculo con el que él y Seokjin debían lidiar en el exterior.

—¡Eh! —aullé a los canes en un intento de atraer su atención hacia mí.
Victor los había enviado para atraparlo, pero yo albergaba la esperanza de que tuvieran autonomía para percibir otra amenaza y responder a ella,
especialmente si venía de un dhampir. Los sabuesos psíquicos sienten tanta o más aversión hacia nosotros que otros muchos animales.
La jauría se revolvió hacia mí, tal y como había previsto, mostrando los dientes y chorreando espuma por las fauces.
Los canes guardaban un gran parecido con los lobos, salvo por el pelaje castaño y esos ojos iluminados por unas llamas anaranjadas. Era posible
que el príncipe les hubiera ordenado no hacer daño a Tae, pero no tenían las mismas instrucciones respecto a mí.

Lobos, igualitos a los de la clase de Ciencias. ¿Qué había dicho la señora Meissner? «Los conflictos se resuelven la mayoría de ocasiones más por una cuestión de personalidad, resolución y fuerza de voluntad». Con esa idea,
intenté proyectar una actitud alfa, aunque no terminaba de creerme que la aceptaran. Cualquiera de ellos me aventajaba por mucho. Ah, sí, y también
me superaban en número. No, no tenían razón alguna para estar asustados.
Puse cara de póquer, como si aquello fuera otro combate más contra Jungkook y tomé del suelo una rama del mismo tamaño y peso que un bate de béisbol. Acababa de acomodarlo entre las manos cuando dos perros saltaron sobre mí.

Me castigaron con zarpas y dientes, pero conseguí aguantar la posición sorprendentemente bien al mismo tiempo que intentaba recordar y aplicar todo cuanto había aprendido en los dos últimos
meses sobre los enfrentamientos contra adversarios de mayor fortaleza y corpulencia.
La idea de herirlos no era de mi agrado, pues me recordaban demasiado a los perros normales, pero era o ellos o yo, y prevaleció el instinto de supervivencia. Logré tumbar a uno, quedó inconsciente o muerto en el suelo, no sabría decirlo, pero el otro seguía acosándome, furioso y muy
veloz. Sus compañeros parecían listos para unirse a él, pero entonces irrumpió en escena un nuevo competidor, bueno, más o menos: era Seokjin.

Academia de Vampiros (Kookmin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora