Capítulo 14° Origen parte 2.

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Chiara, 18 años.

Mi "hermano" se había ido, la verdad es que no sé qué me había ocurrido. Pero después de ese accidente no lo volví a ver. Solo sé que él no estaba muerto. Las cosas ahora eran diferentes, ya no podía pasármela entrenando todo el día o hacer lo que quería. Mi deber ahora era proteger, el que alguna vez fue mi segundo padre. Se que no era su responsabilidad, pero ahora me trataba como si fuera un guardia mas y no alguien querida para él. Mi madre, tampoco me hacia mucho caso, y no la culpaba, ahora tenia a su hijo menor y yo no era nada en esa casa.

Con el pasar del tiempo me metí en muchos problemas. Comencé a drogarme y hacer cosas de las que no tenia ni idea de lo mal que estaban. No sabia ni siquiera quien era, me desconocía a mi misma y comenzaba a sentirme ajena a mi misma.

—Se que usted es de confianza, pero, aun así, se lo repetiré. Por favor, no diga nada de esto, por mas ilegal que sea —mi psiquiatra asintió —De acuerdo, que bueno que lo comprende. Otra vez están volviendo... Tengo miedo, mucho miedo —mis ojos se cristalizaron y me sentía arrinconada.

—Se como te sientes, pero tranquila, te ayudare a sobrepasar todo eso —sonrió, una sonrisa tranquilizadora.

Bueno, eso fue lo que dijo la perra hipócrita, una semana antes de meterme a un psiquiátrico. Una vida de mierda así era como se describía estar en ese lugar. Encontrarme siempre encerrada en esa habitación blanca, me jodia el blanco, pero ellos insistían en estar ahí.

—¡Váyanse a la mierda todos! —grita estresada y con mucha ansiedad.

—Tranquila, sabes que podemos matarlos —susurra.

—No, no lo haremos —dije temblando.

—Solo déjame tomar el control y yo lo hare, sabes que puedo ayudarte —sonrió.

Alguien toco mi puerta y gritaron.

—Vamos a entrar, tranquila —me senté en la cama.

—Ey, no será tan malo asesinarlos —sonríe tétricamente y yo me niego.

—Debes tomarlas todas —la enfermera me acerco las pastillas.

Las tome y me ofreció un vaso de agua, tomándolo.

—No, no las tomes —dice enojada la otra voz.

—Debo de... —y las trague.

—Sabes que odio cuando haces eso —y se calló, eso pasaba cada vez que tomaba las pastillas que la enfermera o doctora me daba.

Ella me sonrió y se fue, dejándome sola en esa habitación de nuevo.

Mis manos temblaban y aquella compañía que tanto me caracterizaba, me convenció. Saque un cuchillo que había robado.

—Hora de tus medicinas —dice la doctora, le había preguntado que era la última vez que vino.

—Lo siento —la tome de la nuca y le corte el cuello.

Su mirada era de miedo, tenia miedo de morir. Pero aun no comprendí el por que de que los humanos le tengan tanto miedo a la muerte, es decir, yo me llevo muy bien con ella.

El hombre que traía el carrito lleno de pastillas me miro horrorizado, y supongo que por el miedo se quedó inmóvil.

—Ella me obligo —dije llorando.

Y lo asesine, y callo al suelo y me miro decepcionado. Como si me estuviera juzgando por todo lo que había cometido, mis manos temblaban y las luces del hospital parpadeaban. Dándome más ansiedad. Me esconde de los guardias, mi mente me controlaba, bueno, al menos la otra parte de mí. Cuando salí, llovía, llovía muy fuerte. Solté el cuchillo y me fui, me escondía de mí misma.

El juego del calamarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora