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Me resulta irónico, que cuando alguien muere, en automático se convierte en ese ser amado, bueno y que todos admiraban. Todo el mundo acude al funeral, incluso aquellos que nunca tuvieron tiempo, ahora hacen hasta lo imposible para ver al difunto, y dedicarle con tanta devoción unos minutos, todos lloran desconsoladamente, mientras que viven del «hubiera» otros tantos, colocan costosos arreglos florales alrededor del ataúd, mientras que le dedican un bello discurso. En ese instante, nadie recuerda los defectos de la persona, solo sus virtudes y justo delante de ese mismo ataúd, hacen promesas que después rompen.

Con el paso de los días, aquellos miles de arreglos florales, se empiezan a marchitar, aquellas velas a desgastar, y los «era una gran persona y si tan sólo hubiera tenido tiempo para él o ella» se quedan en el olvido.

Dicen que cuando un ser querido muere, no significa que se vaya para siempre, porque entonces es que comienza a vivir eternamente en nuestros recuerdos y en nuestros corazones. Al principio creía que eran simples palabras de consuelo que solían decir las personas, para mitigar el dolor de los afectados. Hasta que tuve mi propia perdida, aquella que a pesar del tiempo me sigue doliendo, y es que ni siquiera supe en qué momento sucedió, todo fue tan de repente, no pude estar al lado de él, para entrelazar sus dedos con los míos y pedirle que no me dejara. Sin embargo, ahora me encuentro, aquí, arrodillada delante de aquella solitaria tumba, suplicando que vuelva, mi vista se ve nublada, debido a las lágrimas que corren sin cesar por mis mejillas y es que no puedo concebir que ya no esté a mi lado.

Conocí a John Thompson, un trece de febrero, ocho días antes de que yo cumpliera diecinueve años, fue como si a propósito la vida misma lo hubiera puesto en mi camino, jamás imagine llegar a amar a alguien con todas mis fuerzas, ni mucho menos que me llegaran a amar con la misma intensidad, aun conociendo cada uno de mis defectos. Él, me enseñó a aceptarme, tal cual soy, a valorarme, a luchar por lo que quiero... pero, sobre todo, me ayudo a desplegar mis alas para que volara.

Aun, cuando ya casi se cumple un año de su muerte, me sigue doliendo su ausencia, no hay día en que no lo recuerde, y me eche a llorar, sobre todo cuando llegan aquellas fechas especiales, y para mi mala suerte hoy es una de ellas, pues hoy cumpliríamos tres años de novios, tres años de habernos dado nuestro primer beso frente aquella rueda de la fortuna en Coney Island. Ahora lo único que me quedan son aquellas cartas y fotografías que tanto atesoro, mientras que de a poco voy reviviendo cada uno de los momentos que pase al lado de él, por un instante, los recuerdos se hacen presentes, haciendo que mi piel se erice y sienta como si todo aquello hubiera sucedido ayer..., los recuerdos son tantos que se galopan en mi mente y como una película lenta, empiezo a revivirlos.

Querido  JohnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora