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De a poco voy abriendo los ojos, la cabeza me duele demasiado, pero lo que sin duda no me ayuda en nada, son los rayos del bendito sol que se cuelan por el ventanal, con pereza empiezo a reincorporarme en la cama, mientras aun incrédula miro la costosa argolla que reposa en el dedo anular de mi mano izquierda. No puedo creer que al fin este comprometida con Matthew Hamilton, la noche anterior había sido todo un acontecimiento, pues habían estado presentes grandes empresarios, personas del mundo del espectáculo y casi podía jurar que la mitad de los medios de comunicación, todos atónitos al ver como el heredero de la gran compañía de cosméticos Hamilton, se arrodillaba para pedirme matrimonio, aun podía recordar sus rostros desencajados, los cuales eran toda una poesía, mientras que yo, como siempre me esforzaba por mostrarme serena y muy sonriente, para responderle con un perfecto «si» algunos decían que él y yo, hacíamos una pareja maravillosa y ni que decir de lo conveniente que resultaría nuestro matrimonio para las empresas familiares, finalmente el sueño de mi padre, se haría realidad, pues ahora estaba a nada de crear un gran imperio, desde luego que a costa de la felicidad de su única hija, a la cual habían vendido al mejor postor. Lo único que realmente agradecía, era que John, no hubiera estado presente, pues de haberlo estado, me hubiera resultado muy difícil aceptar la propuesta de Matthew, aunque seguía sin entenderme a mí misma, ya que John, tenía a alguien a su lado y aun así, me seguía doliendo, lo único que esperaba era que pronto lograra olvidarlo, o al menos tratarlo con gran indiferencia, cuando lo viera y hoy sería ese día.

—Buenos días, señorita—saludo una de las mucamas, quien ingresaba a mi habitación—. Qué bueno que despierta, pues el señor Patrick y la señorita Elena, no han de tardar en llegar.

—¿Otra vez? —pregunté con evidente molestia, pues hacia apenas unas horas los habia visto y no solo eso, habia tenido que soportar sus torturas.

—Su madre les llamó, ella quiere que usted luzca preciosa, sobre todo ahora que se ha anunciado su compromiso con el señor Hamilton—informó.

—¡Por Dios! no le digas señor, si tan sólo tiene veintiuno—dije con fastidio—. Y a mí me puedes llamar por mi nombre.

—No podría, señorita, a ustedes los respeto demasiado—dijo escandalizada la pobre mujer.

—Bien, como quieras—respondí de mala gana—. ¿Será que puedo darme un baño, en completa soledad?

—Claro que sí, señorita, mientras iré a traerle su desayuno.

—¿Mis padres no están en casa? —me aventuré a preguntar, siendo consciente de la respuesta.

—Me temo que no, señorita, su padre ha salido muy temprano para la oficina y me dijo que la esperaba para el medio día, mientras que su madre se acaba de ir al club con sus amigas y su hermano, no llegó a dormir.

—Es todo, gracias.

—Con permiso, señorita.

Para que me quejaba por haberme quedado nuevamente sola en casa, si siempre habia sido así, ya que más daba. Tras haber soltado un suspiro de frustración, tomé las cosas necesarias para entrar a la ducha, tal vez si me daba prisa, podría disfrutar al menos de quince minutos en completa comodidad, antes de ser sometida a las inminentes torturas de Patrick y su sequito.

Antes de ingresar a la bañera, me quite aquella extravagante argolla, para después guardarla en uno de los cajones del mueble del baño, mientras dejaba que la bañera se llenara. Cinco minutos después, me encontraba disfrutando del agua caliente que cubría por completo mi cuerpo, mientras que mis fosas nasales se deleitaban con el olor a rosas y cítricos, justo cuando empezaba a relajarme, el recuerdo de John, volvía a invadir mi mente, ocasionando que mi corazón empezara a latir con fuerza y que mi estomago se estrujara debido a los nervios, pues en unas horas volvería a verlo, pero esta vez, yo no me encontraba lista, ya habían pasado algunas semanas de no saber nada de él, ya ni siquiera me enviaba mensajes, tal vez ya se habia dado por vencido y aunque una parte de mí se lamentaba, la otra lo agradecía, al menos así sería más fácil, sobre todo para afrontar mi destino, uno que ya habia iniciado, justo cuando Matthew colocó aquella argolla en mi dedo anular izquierdo.

Querido  JohnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora