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Julieta.

—No me interesa si te quieres o no casar, Julieta. Estoy harto de tus estúpidos caprichos, así que mejor vete haciendo a la idea de que Matthew Hamilton, va a ser tu esposo.

Esas son las palabras que aún resuenan una y otra vez en mi cabeza, las mismas que mi propio padre me había dicho aquel día que fui a visitarlo a su oficina, con la intención de pasar tiempo con él, ingenuamente, había pensado en que tal vez, me habría echado mucho de menos, sin embargo, la realidad me propino una gran bofetada al haber escuchado aquellas frías y crueles palabras. Aquella vez, ya ni siquiera llore, tan sólo me había limitado a cerrar con fuerza mis puños y mantenerme firme, ahora que lo recuerdo ni yo misma supe, cómo es que lo había logrado.

Ya han pasado tres semanas desde mi llegada, y aún sigo sintiéndome fuera de lugar, como es costumbre, mi madre pasa la mayor parte del tiempo en el club con sus amigas o asistiendo a los desfiles de moda, por otra parte, mi padre, se la vive en la empresa, llegando hasta muy altas horas de la noche, mientras que mi hermano, él, rara vez llega a casa, debido a sus constantes viajes de placer. Creo que nunca en mi vida me había sentido tan sola como ahora, pues en esta ocasión ni Sam, estaba conmigo, pues había empezado a impartir clases de ballet, por lo cual ya en muy pocas ocasiones podíamos vernos para platicar como en los viejos tiempos.

Con el ánimo por los suelos, perdida en mis pensamientos, caminando por inercia, sin rumbo fijo, puedo escuchar el bullicio de la gran manzana, todos corriendo tras un reloj, doblo a la esquina, sin siquiera levantar la vista, tan sólo observando la acera, en esta ocasión no hay paparazis que me acosen, algo que internamente agradezco, pues dado mi estado de ánimo, aquello sería como la cereza del pastel, para arruinar por completo mi día, deje escapar un leve suspiro, mientras me acomodo un mechón de cabello detrás de mi oreja, justo cuando me disponía por volver a dar vuelta en una esquina, accidentalmente choque con alguien, ocasionando que estrepitosamente yo cayera de sentón al suelo, y aun lado, mis gafas oscuras, el golpe que me he llevado había sido tan duro, que tenía que hacer uso de todo mi auto control para no llorar ahí mismo, con la poca dignidad que me quedaba, recogí mis gafas para asegurarme de que estas no se hubieran dañado, pues, eran mis preferidas, dado que me las había obsequiado Frederick, un buen amigo que había logrado hacer en Londres, ahora que había caído en cuenta lo echaba tanto de menos, así como cada una de nuestras largas conversaciones, al comprobar que mis gafas no se habían dañado, pude volver a respirar, hasta que una voz varonil, se empezó a disculpar conmigo, a lo que no le di importancia alguna.

—Lo lamento mucho, señorita—dijo avergonzado—. Permítame ayudarla.

—No... no es necesario—respondí, aun sin mirar a aquel hombre.

—He sido demasiado torpe—se recriminó así mismo—. ¿Se ha lastimado? ¿Puedo llevarla a un hospital?

—De verdad, no ha sido nada grave—aseguré para finalmente mirarlo a la cara, y en ese momento dar gracias a Dios, por seguir sentada en el suelo, pues de lo contrario, me habría ido de espaldas, al ver de quien se trataba y por lo visto, no era la única que tenía una expresión de sorpresa, pues la otra persona estaba igual que yo.

—Señorita Smith—dijo aún más avergonzado—. En verdad, discúlpeme, por favor, permítame ayudarla a ponerse de pie.

—Señor Thompson— logré pronunciar, intentando sonar lo más tranquila posible—. No es necesario, yo puedo hacerlo sola— inquirí, poniéndome de pie y sacudiéndome el pantalón—, Por favor, quité esa cara de terror que tiene, pues como puede ver, no me ha pasado nada grave—informé, al sentir su mirada fija en mí.

—Por un instante temí en que resultara herida. ¿Está segura de que no desea que la lleve a un hospital? — volvió a preguntar.

—No, no. Al contrario, yo soy la que debe disculparse, pues no miraba por donde caminaba.

Querido  JohnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora