Pensamientos nocturnos.

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Entre la oscuridad y penumbra de ese cuarto, la luz de la luna alumbraba una mínima parte de aquél mientras él se encontraba suspirando por el cansancio y los miles de pensamientos que traía encima.
“¿Cuántas semanas llevo así?”
“¿Cómo comenzó todo ésto?”
Esas y otras miles preguntas eran las que se hacía durante las noches y algunas veces en el transcurso del día.
Su corazón palpitaba rápidamente al recordarlo, su estómago le hormigueaba al escucharlo —en especial si decía su nombre— y sus mejillas tomaban color cuando comenzaba a fantasear con él. Justo como ahora.
Al terminar siempre las jornadas, se encerraba en aquél cuarto apartado de todos que ahora era suyo; él se lo había dado para una mejor comodidad. Y eso de una u otra forma le hacía feliz. «Es un imbécil de primera» se decía.
Sus ganas de querer matarlo como al inicio fueron disminuyendo así como el sentimiento de seguirlo, admirarlo y respetarlo empezó a florecer.
Sus innumerables discursos por salvar a la humanidad comenzaron a inspirar le y dejasen de aburrir le.
Y oh, cómo olvidar cuando aquellas visitas a su oficina junto a una taza humeante de té negro iniciaron.
Al igual que ese molesto revoloteo dentro de su estómago.
El ver su sonrisa, su perfecto cabello rubio bien peinado, sus gruesas cejas un poco más oscuras que su pelo, sus grandes e imponentes ojos azules, al igual que su altura; que en su momento detestaba simplemente ahora le encantaba.
Su mayor le atraía de una forma poco normal y le aterraba. Durante esas semanas llevaba preguntándose.
“¿Ésto estará bien?”

Y con todas esas dudas en su mente decidió levantarse y emprender viaje a su oficina como cada noche.
Porque sí, tal vez una pizca de su corazón ya lo había aceptado y; estaba enamorándose de su superior, Erwin Smith.

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