Capítulo 8 - Gael

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"𝒀 𝒆𝒔 𝒒𝒖𝒆 𝒎𝒆 𝒈𝒖𝒔𝒕𝒂𝒔 𝒏𝒐 𝒔é 𝒄𝒖á𝒏𝒕𝒐
𝑴á𝒔 𝒒𝒖𝒆 𝒆𝒍 𝒐𝒍𝒐𝒓 𝒂 𝒄𝒂𝒇é 𝒄𝒖𝒂𝒏𝒅𝒐 𝒎𝒆 𝒍𝒆𝒗𝒂𝒏𝒕𝒐
𝑪𝒐𝒏𝒕𝒊𝒈𝒐 𝒏𝒐 𝒉𝒂𝒄𝒆 𝒇𝒂𝒍𝒕𝒂 𝒅𝒊𝒏𝒆𝒓𝒐 𝒆𝒏 𝒆𝒍 𝒃𝒂𝒏𝒄𝒐
𝑪𝒐𝒏𝒕𝒊𝒈𝒐 𝒗𝒆𝒐 𝑷𝒂𝒓í𝒔 𝒅𝒆𝒔𝒅𝒆 𝒕𝒐𝒅𝒐 𝒍𝒐 𝒂𝒍𝒕𝒐."

𝑨𝒊𝒕𝒂𝒏𝒂.

Joder, estaba reventado, el día no podía haber sido más agotador. Fructífero pero agotador. La noche anterior había dormido muy poco, por no decir nada. Me había lamentado cuando Lina propuso lo de irnos cada cual a su habitación, que de ser por mí, me pasaba hasta el amanecer con ella. No había faltado mucho, pero es cierto que la última hora de desvelo la pobre niña casi que se dormía sentada de lo agotada que estaba. Por mi parte, creía que al tocar la cama quedaría frito, pero una vez estuve sobre ella, los pensamientos no dejaban de aflorar en mi cabeza. Así que cuando ya vi al sol asomarse por la ventana, decidí levantarme y darme una ducha para despejar las ideas y desayunar algo fuera.

Luego la mañana había transcurrido tranquila, aprovechando el tiempo muerto me pasé por lo de Iván, un viejo colega de la vida que llevaba años en Madrid por motivos laborales. Con él tenía ese tipo de vínculo que no necesitas verte o hablarte día a día, que cuando le necesitas o él a ti, sabes con certeza que ninguno le fallará al otro.

Iván estaba casado. Sí, tenía exactamente 24 años y ya estaba prendido de una hermosa y buena mujer, a la que también conocía de años. Él y Lucía llevaban juntos desde la adolescencia, sabes, de esas relaciones que hasta dejan los pañales juntos más o menos. Y allí estaban ellos a casi diez años de empezar un tonteo cuando aún eran prácticamente niños. Pero lo más bonito de aquello había sido el fruto de su amor. Tenía apenas dos añitos y era una cosita pequeña rubia, mona, dulce, extremadamente compradora. Y claro, como no podía ser de otra manera, era mi ahijada. Aún recuerdo el día en que Iván y Lucía me hicieron la propuesta. Habían ido hasta Pamplona a dar la noticia de la cigüeña y de yapa, me dieron un paquete envuelto del que dentro saqué una camiseta que decía "Prohibido tocar a mi ahijada" claro que no necesité más para entender de qué iba. Me lancé sobre Iván dándole palmadas en la espalda, algo emocionado no voy a negar. Y desde ese entonces, María se había vuelto mi debilidad. La única chica que me hacía caer rendido y estar dispuesto a todo por ella. Bueno...al menos hasta ayer. La imagen del rostro aniñado y dulce de Lina llegó a mi mente y lejos de rechazar aquello, sonreí aceptando que era mejor ir admitiendo para mi mismo que la pequeña de ojos raros tenía algo que me traía descolocado.

Me tiré el día entre muñecas y ponys, el tiempo se me iba volando cuando disfrutaba con ella. Aún más teniendo en cuenta que llevaba 3 meses sin verle.

Cuando me di cuenta que ya atardecía y no había dado señales en casa, decidí despedirme e irme. Joder, las despedidas con María llevaban a veces una hora extra al tiempo que ya habíamos pasado juntos.

-Ael te quelo, tito Ael.- así me decía y podía jurar que derretía mi corazón. Es que esas palabras junto a los morritos que me hacía eran una puta tortura, odiaba despedirme.

-Princesa, ahora andaré por aquí más seguido. Prometo la semana que viene pasar por ti e ir al parque juntos, ¿vale? .- La niña asintió sin muchas ganas y entonces su madre debió recurrir a ella para así poder irme.

Un rato más tarde llegué al apartamento y una sensación de ansiedad se instaló en mi cuerpo. Lina, podía sentir su energía nada más iba subiendo por el ascensor. En otro momento de mi vida todo aquello me habría resultado algo por demás cursi, tonto, me hubiese burlado de mí mismo. Pero era tal la rareza de lo que me provocaba, que solo quería avanzar y así descubrir que era todo eso que me estaba pasando.

Esperaré Para Amarte (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora