Hyoga

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Pocas eran las veces en que el caballero de Acuario terminaba un entranamiento a mitad del mismo. Aquel día, sin embargo, el pequeño peliverde pudo comprobar que las excepciones sí existían.

Usualmente su maestro no le quitaba los ojos de encima mientras estuviese entrenando, pero aquel día algo pareció llamar la atención del joven francés, pues quitándole de encima la mirada a su alumno, la clavó fijo en el horizonte.

- ¿Maestro? - detuvo sus bracitos el menor, que hasta hacía un segundo atrás golpeaba un gran muro de hielo.

Pero su maestro no respondió. Con los zafiros aún mirando a lo lejos, el mayor se veía de repente demasiado serio. Y como siempre que éste se encontraba distraído, cosa que no pasaba muy seguido, el pequeño aprovechó para observar a su tutor.

Pues pese a ser bueno, Camus de Acuario no dejaba de ser intimidante. Ni siquiera a los ojos de su alumno. No tenía el niño demasiado tiempo, entonces, para disfrutar de su pasatiempo favorito: admirarlo.

¡Vaya que el pequeño admiraba a su maestro! ¡Qué gran honor algún día ser como él!

Los ojitos del peliverde irradiaban devoción al mirar al mayor que, evidentemente distraído, no podría haberse percatado de cuánto su niño lo observaba.

Haría lo que fuera por algún día estar a su altura. Fuerte pero cauto, calmo y sumamente hábil. Tan hábil y tranquilo a la vez que el pequeño no podía siquiera imaginar a su tutor fuera de sí. Nunca lo había visto enojado o nervioso, angustiado o sin saber qué hacer. En sus ojos siempre encontraba lo que buscaba. Tranquilidad, sabiduría y protección.

Tan ido estaba el niño que casi dio un salto cuando el mayor clavó nuevamente en él su mirada. En un pasado no muy lejano aquel azul oscuro podría haberlo hecho temblar, más con el tiempo Isaac había descubierto que esos mismos ojos podían sonreír, abrazar y consentir.

- Es todo por hoy. - dijo sin más el mayor.

Isaac no lo comprendió. ¿En verdad había finalizado el entrenamiento? ¿Tan temprano?

Comprendiendo que allí pasaba algo extraño, el pequeño obedeció. Alejándose del muro de hielo en donde habían estado practicando, ambos se dirigieron a la entrada de la casa. Una vez allí, el francés detuvo el paso.

- Tendremos visitas. - reveló al fin.

¿Visitas? ¿Quién podría ser?

- Tú ve adentro y descansa, yo me ocuparé. - le sonrió débilmente el francés.

- Sí, maestro. - respondió el pequeño de inmediato, aunque por dentro el bichito de la curiosidad ya lo había picado.

Dicho esto, el niño entró en la cabaña dejando fuera al mayor. A los pocos minutos, la visita al fin llegó.

Un guardia del Santuario, el mismo que había llevado hasta allí a Isaac en su momento, se hizo presente en las afueras. El francés, quien había sentido su presencia hacía rato, no denoto una sola expresión al verlo. No le sorprendía que estuviese allí, lo único que le importaba era averiguar el por qué.

- Es un placer volver a verlo. - saludó con una reverencia al joven. Éste, por su parte, se sintió asqueado por las formalidades del Santuario.

Nunca había sido una persona arrogante ni soberbia, y la verdad es que no disfrutaba de ninguna de aquellas frivolidades. Pues en el fondo no creía que nadie tuviese que reverenciarlo, a diferencia de otros caballeros que sí sabía disfrutaban hacer notar su rango.

Ese no era su caso, sin embargo, tampoco estaba dispuesto a ir en contra de ello si eso le permitía agilizar las cosas. Por lo que luego de responder cordialmente el saludo, guardó silencio.

Maestro CamusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora