El motivo

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- No creo que sea para tanto, niños. - sonrió el mayor ante el eterno silencio de sus alumnos. Boquiabiertos, ambos pequeños parecían haber sido privados del sentido del habla. - ¿Acaso van a decirme que no lo sospechaban? - bromeó entonces, puesto que era perfectamente consciente de que ya lo sabían.

Aquello, justamente, es lo que había impulsado al mayor a creer que revelárselos no los sorprendería demasiado. No estaba diciéndoles nada que no supieran, tan solo había dejado pasar el tiempo prudencial para no hacerlos sentir mal por descubrir su travesura. Sin embargo, las dos estatuas que tenía frente a sí decían lo contrario. Embobados con su imagen, los ojitos de ambos niños lo miraban absolutamente admirados. Quitándose entonces la diadema de la frente, volvió a acercárseles asumiendo que iba a tener que ser él quien nuevamente rompiera el hielo.

- No van a decirme que creían que su maestro era un simple peón del Santuario, ¿o sí?

Y aunque tardó varios segundos en hacerlo, el primero en reaccionar fue el que más tiempo llevaba compartiendo con el joven caballero. Acercándose esta vez él, Isaac dio un paso hacia adelante con temor y muchísimo respeto. Reposando entonces su mirada en el peliverde, el mayor le sonrió con aprobación. Por supuesto que no les negaría aquello que sabía ambos querían. Después de todo, estaba seguro se habían pasado largo rato intentando ver qué guardaba el cofre en su habitación.

¿Cómo negarles el placer no sólo de verla sino de tocarla, ahora que finalmente la tenían frente a sus ojos?

Con la invitación grabada en la mirada de su maestro, Isaac depositó entonces la manito derecha en su pecho y al sentir la frialdad del oro en sus dedos, de inmediato sonrió. Como si de un globo que acaba de reventar se tratase, perdiendo toda vergüenza, el niño volvió a ser el de siempre.

- ¿Es oro puro, maestro?

- Sí.

- ¿Y pesa mucho?

- Bastante.

- ¿Y tiene nombre?

- Mmm.. - respondió con una mueca el mayor ante aquella ocurrencia - ¿Acuario?

- ¿Y hace cuánto la tiene?

- Varios años ya..

- ¿Cuántas veces la ha usado? ¿Lo sabe, usted?

- No lo recuerdo.. - sonrió ya tentado con el interrogatorio de su alumno.

Y mientras Isaac seguía toqueteándolo e inspeccionándolo, el mayor dirigió esta vez su mirada al rubio que, tímido, los veía sin animarse a hacer lo mismo. Fue entonces que, amable y en silencio, le ofreció a éste la diadema que aun cargaba en sus manos. Sonrojándose de inmediato, el pequeño no supo dónde meterse. Como siempre, Hyoga demostraba ser mucho más pudoroso que su revoltoso compañero. Fue sólo ante la cariñosa insistencia de su tutor que al fin se animó a aceptar sostenerla. Al tenerla entre sus manos, su corazón latió fuerte y por mucha vergüenza que sintiera, le fue imposible contener su emoción. Dibujando una gran sonrisa en su rostro, se entregó al igual que su amigo a la curiosidad.

- ¡Qué pesada es! - afirmó contento.

- No lo parece, ¿verdad? - le siguió la corriente el mayor, intentando que éste también se sintiera cómodo con la situación.

Ya mucho más confiados, los niños se reunieron para contemplar aquella parte de armadura que su maestro les ofrecía. Cálido, éste tan sólo se dedicó a observarlos. Parecían fascinados. Se turnaban para sostenerla, la miraban en detalle, contemplando no sólo su brillo y rigidez sino también su energía. Era evidente que desprendía ese no sé qué que no conseguían descifrar. Incluso jugaban a usarla ellos mismos, intentando colocársela sin tener éxito y haciendo reír a su maestro.

Maestro CamusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora