Cosmos

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La emoción de ver a su maestro vistiendo su armadura, reconociendo ser el onceavo caballero de oro de la orden de Athena, les duró varios días. Por largas, larguísimas horas ambos niños se dedicaron tan sólo a hablar de ello. Apenas tenían un tiempo libre y a solas volvían a caer en las mismas expresiones: "¿Has visto lo increíble que es?", "¿No se ve tremendamente espectacular con ella?", "¿Te imaginabas que fuera tan pesada?", "¿Crees que vuelva a mostrarnosla?". Morían por volver a verla, pero por sobretodo viéndolo a él vistiéndola. Sus pequeños ojos aún guardaban el fresco recuerdo y su cuerpecitos la sensación de admirarlo en todo su esplendor. La armadura de Acuario había sido hecha para él, ¡no tenían dudas! Por desgracia, el mayor jamás la usaba. No lo había hecho antes y al parecer tampoco tenía deseos de hacerlo ahora que ya su secreto había sido revelado. Valientemente Isaac se había animado a preguntarle por qué, obteniendo como respuesta que si no había necesidad de usarla, no lo hacía.

¿Cómo era eso posible? En la soledad de su habitación y al resguardo de sus frazadas, ambos juraban usar su armadura cuánto pudieran de obtenerla. Lejos de hacerlo, su tutor apenas si le daba importancia al asunto. Siempre que el tema volvía a salir a la luz les recordaba lo orgulloso que estaba de ser quien era, así como corroboraba sentir verdadero aprecio por su armadura, pero de nuevo: si no había necesidad de usarla no lo hacía y eso no era sinónimo de restarle valor. Tanto les insistió su maestro con eso que acabaron por comprender que así debería ser. Lo aceptaban, pero no por eso el enorme deseo de volver a verlo con ella menguaría. Por el contrario, esperarían con ansias se diera una nueva oportunidad.

- ¿Nos hablará sobre el cosmos, maestro? - el rubio se permitió demostrar su emoción. Junto al peliverde, habían estado ansiosos por aquella clase.

- Así es.. - respondió con calma el aludido. Poniéndose cómodo, permitió que sus alumnos se le sentaran al lado.

- ¡Qué emoción! - expresó también Isaac.

Como ya les había adelantado, ambos niños estaban a punto ya de aprender de qué se trataba el cosmos y cómo podrían ellos también utilizarlo. Sentados ya en el pórtico de la cabaña, con el sol en lo alto y una ligera cortina de nieve cayendo por delante, ambos se dispusieron a prestar total atención a la lección de ese día, una que sabían sería por demás importante.

- El cosmos, como bien saben, es la energía universal que todos, absolutamente todos, tenemos dentro nuestro - el mayor comenzó a explicar. Con un niño a cada lado, miraba primero a uno y luego a otro. - Sin embargo, no todos son capaces de reconocerla y mucho menos de controlarla. De hecho.. - aclaró. - Somos realmente pocos quienes lo hacemos. Pero por supuesto, todo que aquel que pretenda convertirse en un caballero deberá cumplir ese requisito sin peros.

Con los ojitos brillantes, los pequeños escuchaban con sumo interés lo que su maestro decía. Estaban deseosos de ser capaces de generar ellos también esa extraña y mágica fuerza de la que hablaba con tanta vehemencia y gracias a la cual había obtenido el cargo que tenía, además de su enorme habilidad.

- El entrenamiento que hasta ahora han tenido ha sido importante, pues es necesario que sepan las técnicas básicas de combate, de defensa y de resistencia. Deben tener en cuenta, sin embargo, que sus días aquí no han sido más que unas placenteras vacaciones a comparación a lo que está por venir.

Ante aquel comentario ambos niños tragaron saliva, pues para ellos no había sido nada fácil recorrer ese camino. Si el futuro que les aguardaba era mucho más duro, no tenían idea de cómo lo harían.

- No es mi intención asustarlos - el francés les leyó la mente. - Pero tampoco estaría bien que les mienta y esa es la verdad, por dura que sea.

No les sorprendía la crudeza con la que su maestro hablaba. Podía ser muy cariñoso cuando lo deseaba, pero jamás les disfrazaba las palabras. Diciéndoles siempre la verdad, ambos eran conscientes de que simplemente intentaba que sus expectativas no volaran por las nubes como su hiperactiva imaginación tranquilamente lo hubiera permitido.

Maestro CamusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora