Un, dos, tres, ¡travesura!

725 68 90
                                    

- ¡Isaac! - el peliverde creyó escuchar su nombre. Aún dormido, se resistió a prestar atención a aquel llamado. - ¡Isaac! - otra vez.

Fue imposible continuar durmiendo cuando a su nombre le fue sumado un estrepitoso estímulo: sacudirlo. Quejándose suavemente, el niño consiguió abrir los ojos.

- Hyoga.. - susurró adormilado - ¿Qué ocurre?

Pese a estar aún dormido, estaba lo suficientemente despierto como para recordar que aquel día era sábado y que los sábados su maestro les permitía dormir un poco más.

- ¡Es el maestro, Isaac! - habló alarmado el ruso. Al oír esto, el peliverde borró de su rostro toda señal de sueño.

- ¿Qué pasó? - se sentó en la cama de golpe, permitiendo que las cobijas sólo abrigaran sus piernas.

- Desperté para ir al baño. - comenzó a explicar el rubio - Cuando salí, no encontré al maestro por ningún lado, lo que es extraño puesto que ya amaneció..

- Ah, eso. - pronunció aliviado el peliverde. Volviéndose a acostar, tapó su cuerpo por completo y dejando fuera sólo la carita, tranquilizó a su amigo - No creerás que todo lo que tenemos aquí aparece por arte de magia. En algún momento el maestro debe ir al pueblo por provisiones.

En silencio, el rubio asumió que aquello tenía más que sentido.

- Oh.. lamento haberte despertado.

- Descuida. - sonrió desde las cobijas éste. Envuelto en su totalidad, el pequeño daba el aspecto de un canelón. - Así podremos aprovechar el día.

Ambos niños conocían a la perfección la rutina que debían llevar. Y aunque pudieron haber descansado un poco más, estuvieron de acuerdo en que cuánto más rápido acabaran con las responsabilidades que tenían, más temprano estarían libres.

Cada quien hizo su cama, cepilló sus dientes y quitó la pijama. Isaac se encargó de preparar tostadas, mientras que Hyoga de hacer chocolate caliente. En la mesa del comedor es donde encontraron la obvia nota que el ruso, aún dormido, no había visto.

Regreso al mediodía. Cuídense.

Camus.

Era extraño leer el nombre de su maestro, pues para ellos 'maestro' era básicamente su nombre. Al leer la nota automáticamente ambos niños miraron la hora. 9:10 AM. Celestes como verdes, los dos pares de ojos brillaron de inmediato.

¡Tenían casi tres horas para hacer lo que quisieran!

No es que si su maestro estuviera no serían capaces de hacerlo, pero no al menos dentro del horario de entrenamiento o de estudio. El francés se ocupaba demasiado bien de que aprendieran no sólo a ser los mejores caballeros sino también los mejores en cuanto a conocimiento. Sacando el entrenamiento físico, el mayor les impartía clases de mitología, idiomas, matemáticas, literatura, astronomía, física, historia y la lista podía continuar. No, a aquellos niños no les sobraba tanto tiempo. El francés era exigente, demasiado. Pero como ya ambos habían tenido oportunidad de descubrir, la exigencia no opacaba el cariño que éste les tenía y demostraba.

Desayunaron en un completo silencio apenas interrumpido por monosílabos. No podían ocultarlo, los dos pensaban exactamente lo mismo. En más de una ocasión se les escapó una furtiva mirada a la habitación de su maestro, creyendo ingenuamente que su compañero no se daría cuenta. Isaac había tenido ya varias mañanas en soledad y aunque solo jamás habría pisado la habitación de su maestro, con Hyoga allí..

- ¡Oh, vamos! - no soportó más el peliverde - Dejemos de fingir ya.

Colorado cual tomate, el ruso tragó la porción de tostada y mermelada de naranja que acababa de morder.

Maestro CamusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora