Isaac

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Como cualquier caballero de alto rango, Camus de Acuario habría sido perfectamente capaz de utilizar su velocidad para retornar a Siberia. Y aunque normalmente deseaba estar allí cuanto antes, esta vez no lo sintió así.

Abandonó el Santuario y optando como siempre por vías poco transitadas, recorrió el camino de vuelta atravesando bosques, desiertos y montañas. Necesitaba pensar qué haría pese a que, claramente, no tenía opciones. Había llegado a Grecia portando únicamente el rango de caballero y en tan sólo un par de horas lo habían designado también maestro.

¿Y ahora qué?

No le preocupaba formar a un aspirante, si esa era su misión lo haría y con la mayor de las responsabilidades. Pero..

Deteniendo su paso, el joven de azules ojos clavó su mirada en el río a su lado. La luna llena se reflejaba en sus tranquilas aguas, siendo ésta la única fuente de luz en su camino. Aquel niño..

¿Cómo sería?

Y, por sobretodo, ¿cómo sería él como tutor?

Pues sí, aquello era lo único que lo preocupaba. Ser maestro no se reducía a enseñar, a formar a un aspirante. Aquel niño sería su discípulo, ese que llevaría su huella de por vida, sus valores, sus principios.

Entrenar su fuerza y sus sentidos sería fácil. Prepararlo para las guerras también. Lo difícil radicaba en otro lado, uno que no descubriría sino hasta vivirlo.

Él no sabía nada de niños, de amor familiar o de cariño..

Aún con la mirada perdida, el caballero se rindió. Ordenando a su armadura que lo abandonase, volvió a ser ése quien era y que nadie conocía: el hombre tras Acuario. Un joven con un corazón enorme, tan humano como los demás, por mucho que se dijese de él lo contrario.

Sentándose en la hierba a sus pies, miró esta vez la luna a la cara. Sus dedos acariciaron las flores a su lado, impregnandolas con su vivo olor.

El joven suspiró con suavidad. Y pese a ver agachado la mirada nuevamente, una leve sonrisa llegó a sus labios. Tenía miedo, cierto era. Pero no podía ocultarlo y estaba bien no hacerlo, moría de ganas de conocer a ese pequeño.

Los días posteriores a su visita a Grecia fueron una revolución. No sólo en su interior sino que literalmente lo fueron. En tan sólo una semana personal del Santuario se encargó de que tanto él como el niño tuviesen todo lo que necesitaran.

La habitación extra en la cabaña, hasta entonces vacía, fue ocupada por distintos muebles y no por una sino por dos camas, detalle que no pasó desapercibido por el acuariano. Sin emitir sonido alguno, sin embargo, el caballero permitió que los enviados por el Patriarca hiciesen su trabajo.

Si había planes para él que hasta ahora no le habían dicho no le importaba. Había ya tomado una decisión respecto a su cargo como maestro y fuesen uno, dos o miles, entregaría su vida y alma en aquella misión.

Aquella noche le costó dormir, nervioso por lo que el día siguiente le presentaría. Ya no estaría en completa soledad como hasta entonces y hacía tantos años.

¿Cómo sería ese niño? ¿Qué carácter tendría?

No terminaba de entender cómo es que sin siquiera conocerlo ése pequeño ya se hubiese adueñado de sus pensamientos pero así era. Sin haber visto su rostro intentaba imaginarlo, imaginar cómo sería su risa, de dónde había venido, cuál había sido su vida.

Aun recostado sobre la cama, giró hasta quedar de costado. La ventana a su lado le decía que aún no había amanecido y que el frío era aún mayor que de costumbre. La nieve caía copiosa, una imagen sumamente normal en aquellas tierras pero que, pese a ello, siempre parecía mágica.

Maestro CamusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora