Camus de Acuario

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- ¡Un caballero dorado! - la emoción que sentía ante aquellas palabras no cabía en el cuerpo del pequeño niño. Sus ojitos se habían abierto como nunca antes, así como sus labios habían adoptado una forma muy similar a un círculo. - Isaac, ¿estás seguro de lo que estás diciendo?

- Shhh.. - susurró el peliverde acallando los gritos de su nuevo amigo, quien únicamente luego de mirar para ambos lados y comprobar que allí solo había nieve y más nieve, eligió continuar - El maestro tiene un oído privilegiado..

Ambos pequeños caminaban rumbo a la cabaña, en donde su tutor ya debía estarlos esperando. El sol se había escondido casi por completo y en escasos minutos la noche se presentaría con todo su esplendor sobre sus cabezas. Se habían alejado bastante y sus pasos no mentían, la infinidad de huellitas marcadas en la nieve conforme a su paso los delataban.

- Oh, lo siento.. - se llevó una manito a la boca el rubio - ¿Es algo que no deberíamos saber?

Pícaro, el peliverde detuvo el paso.

- Pues no. - sonrió - No deberíamos.

Confundido, el pequeño ruso hizo una mueca. Si no tenían derecho a aquella información, ¿cómo es que entonces él tenía acceso a ella?

- No lo entiendo.. Creí que el maestro te lo había dicho. ¿Cómo puedes estar seguro entonces?

Una gran sonrisa fue nuevamente adueñándose de los labios del pequeño que, orgulloso, relataba aquello como si tratara de su más grande hazaña.

- Porque la vi. - confirmó.

- ¿Viste qué? - preguntó el rubio casi sin aliento, puesto que en el fondo ya sabía la respuesta.

Mirando nuevamente a los lados, Isaac se aseguró de que, como antes, la nieve y los viejos pinos fuesen su única compañía. Acercándose a su amigo, confesó lo que sus ojitos no hacía mucho habían visto.

- Su armadura.. - confirmó al oído del rubio protegiendo sus palabras con la mano, como si aquello pudiese evitar que el mundo supiera su secreto.

- No..

- Sí..

- No.

- ¡Sí!

¡Ambos estaban extasiados de tanta emoción!

Isaac feliz de al fin poder revelarle su preciado secreto a alguien y Hyoga fascinado ante la idea de que su maestro, ¡su maestro!, fuese un caballero de oro. Tanta era la alegría de los pequeños que por puro instinto comenzaron a saltar de la emoción.

- ¿La viste? ¿Viste la armadura? ¿Y cómo era? - tenía tantas preguntas sobre la legendaria vestimenta que no sabía por dónde comenzar - ¿Es grande? ¿La pudiste tocar? ¿Ella te vio?

- ¡Oh, es la cosa más espectacular que he visto en mi vida! Ella es.. Ella es.. - poco a poco el peliverde fue bajando el dramatismo en su relato - Bueno..

- ¿Bueno?

- La verdad es que.. - tímido, el niño rio rascándose el cabello - Apenas si pude verla.

Aquel día, como tantos otros, Isaac había sido despertado por su maestro a primeras horas de la mañana. Y no importaba qué tan temprano fuera, a los ojos del niño éste siempre daba la impresión de haberse levantado mucho antes. Fueran las cinco, seis, siete de la mañana, ¡su maestro lucia simplemente perfecto!

Con el cabello verdiazul húmedo por el baño que había tomado al despertar, el francés siempre lo esperaba con el desayuno listo, la ropa impecable y sin el más mínimo vestigio de sueño en el rostro. Sus ojos jamás denotaban cansancio, de sus labios no escapaba ni el más mínimo bostezo.

Maestro CamusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora