Mi maestro

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Los días que siguieron fueron largos y pesados. Como cada semana, el mayor preparaba minuciosamente los objetivos que ambos niños debían alcanzar. El de aquella semana no era nada más ni nada menos que soportar el abrupto descenso de veinte grados.

Aquella cantidad podía no parecer mucha en cuanto a números pero la realidad es que ambos niños ya estaban muy por debajo a los cero grados. Descender la temperatura a veinte grados menos y de un solo golpe era bastante. Si bien sus cuerpos estaban ya acostumbrados a no estar abrigados, aquella prueba no dejaba de ser desafiante para dos pequeños aún incapaces de generar cosmos.

¿El lapso de tiempo para conseguirlo? Una semana.

¿Y cómo lo harían? Su maestro tenía muchas técnicas en cuánto a de si probar su tolerancia al frío se trataba. Había veces en que simplemente disminuía él la temperatura; otras, sin embargo, requerían un poco más de esfuerzo. En numerosas ocasiones el mayor los había hecho caminar por horas sólo para llegar a las zonas más frías de Siberia o las más templadas, dependiendo de qué estuvieran entrenando en aquel momento. Habían, también, penetrado glaciares y heladas cuevas con el afán de encontrar la temperatura perfecta. Ésa que sólo su maestro conseguía discernir de las demás y la cual no siempre tenía ganas de generar por sí mismo. Aquel día, no obstante, parecía ser que el mayor tenía preparado algo distinto puesto que apenas amaneció enfilaron sin demora hacia rumbo desconocido.

- ¿A dónde vamos, maestro? - preguntó un tímido Hyoga al percatarse de que aquel camino no lo conocía. De reojo miró a su amigo pero éste, desconcertado al igual que él, tan sólo se encogió de hombros.

- Ya lo verán. - fue toda la respuesta que el mayor les dio.

Sin más explicaciones, maestro y discípulos caminaron juntos por largo trecho. A los lados, la tierra blanca e inhóspita se erguía con suma autoridad. El frío, soberano de aquel reino, podía sentirse empeorar a cada paso. Incluso ellos, inexpertos aún en temperaturas, podían percatarse de cuánto descendía con el avanzar de sus pasos.

Y de un momento a otro, cuando ya ambos niños habían perdido noción de cuánto habían caminado, su maestro se detuvo.

Desconcertados nuevamente, ambos niños miraron como locos a su alrededor. Allí no había nada. Literalmente nada. A sus pies la inmensa nieve se acumulaba, siendo el colchón perfecto para sus pesadas huellitas. A la derecha, a la izquierda.. La inmensidad. Y de frente, el sol. Un sol inmensurable y refulgente que poco tiempo duraría.

- Aquí no hay nada. - no se aguantó el peliverde.

Hyoga, mucho menos impulsivo, se dedicó a mirar a su maestro, a cómo éste lentamente dibujaba una delicada sonrisa y con su dedo índice apuntaba hacia el suelo. En silencio, esperó en vano a que alguno de sus alumnos lo comprendiera.

Así pues, sin querer retrasar ya más lo que habían venido a hacer, el mayor decidió revelarles en dónde estaban parados. Poniéndose en cuclillas, fue que entonces acarició la nieve a sus pies. Por un momento fue lo que los niños creyeron que estaba haciendo. Poco a poco, sin embargo, descubrieron que lo que su maestro hacía era correrla. Correrla para que pudieran apreciar el espejo de vidrio en el que estaban los tres de pie.

- ¡Un lago! - exclamaron al unísono los pequeños, provocándoles cierta impresión estar de pie sobre tremendo monstruo a sus pies.

Cierto era que en los alrededores de la cabaña había lagos congelados. Superficies sobre las que les encantaba patinar y jugar hasta el cansancio. Pero el hielo bajo sus pies era distinto, de un grosor palpable a la vista. Y por lo que su maestro decía, también era muchísimo más grande.

- ¿No se irá a quebrar, verdad..? - susurró el rubio algo asustado.

A Hyoga, a diferencia de Isaac, los lagos, mares y océanos le movían las entrañas por el mal recuerdo de la pérdida de su madre. Y si bien deseaba con todo su corazón en algún momento volver a verla, también le daba terror. Algún día sería muy fuerte, pero ése no era el día.

Maestro CamusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora