cap 5

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Valentina siente que no puede dejarla sola en su enfermedad, ¿será por eso? o hay algo más que la impulsa a hacerlo?.

 El remedio estaba haciendo efecto de a poco. La dejé y me fui hacer el caldo, estaba en eso cuando escucho que me llama.

-Tengo ganas de ir al baño y tengo miedo de caerme. – estaba segura que no tenía ningún miedo, pero bueno, fiebre tenía, así que, aunque exagerara un poco se lo podía permitir.

- Quieres que te ayude adentro.

- No, me arreglo sola.

- Bueno, llámame cuando termines – y seguí cocinando. Al rato me llamó fui ayudarla, y la dejé en la cama.

Cuando el caldo estaba listo, le puse una mesita de cama que le había quedado de cuando el padre estaba enfermo, y coloqué el tazón con el caldo.

-Aquí está ¿ves? Ahora te vas a tomar este rico caldo que te va hacer muy bien.

- No lo voy a tomar, yo nunca tomo caldo y no voy a empezar porque se te dé la gana.

- Juliana, cariño, tomate esto y no me hagas perder la paciencia.

- A mí me importa un pito tu paciencia, no me la tomo y no me la tomo.

- Mira mi amor, - le dije en plan conciliador – te voy a decir lo que compré en la farmacia, una jeringa grandota para meter enemas, así que elige o la tomas por arriba o la tomas por abajo, ¿entiendes cariño? – me miró espantada

- Te aprovechas porque estoy enferma.

- Y claro, o te crees que soy tonta. – no dijo nada tomó la cuchara, la metió en el tazón y cuando se la llevaba a la boca tuvo un sospechoso temblor terminando por derramar el contenido sobre la bata, algo se le fue al canalillo.

-Ay me quemo, me quemo. – le desabotoné la bata y le limpié las tetas con la servilleta, fui a la cocina y traje una bolsa con agua fría y se la puse arriba. Era un pecado tapar esas maravillas, pero a pesar de no estar tan caliente, el caldo ese podía hacer daño en un sitio tan sensible.

- Eso te pasa por no tener bien la cuchara.

- ¿Qué quieres si me tiemblan las manos? – me quedé en la duda si acaso no estaba exagerando tanto.

- Esta bien, ven que te doy yo; es inútil la que se acuesta con crías… así amanece.

Sentí como primero se envaró, pero luego de reojo pude ver una pequeña sonrisa. Había ganado una y aun en su enfermedad, lo disfrutaba.

Me senté al lado de ella y fui dándole hasta que terminó. - ¿Viste? La terminaste y no era tan fea.

- No, no era tan fea, y la hiciste tú, sabes cocinar.

- Un poco nada más, y ahora a prepararte para dormir, te voy a sacar la bolsa que te van a congelar las tetas, - se las descubrí, y no pude dejar de sentir vergüenza por la admiración que me dieron esas colinas rosadas, hinchadas quizá un poco más por la fiebre, coronadas por esos picos erguidos, prepotentes, quizá un poco más por el frio.

Le traje un camisón y se lo hice cambiar por la bata. Estaba un poco mareada, me parecía que la clase de actuación haciéndose la mimosa, le daba fuerzas, pero hasta ahí nada más le daba. Le apoye los labios en la frente, para saber si tenía fiebre y se estremeció, creo que se juntaba más de una cosa, pero estaba bastante mal, y la fiebre había aumentado.

Le suministré el antipirético que me recetó el médico y la hice acostar para ponerle la bolsa con agua fría en la frente, se la iba sujetando con la mano y cambiándola cuando se calentaba.

SIEMPRE TE AMARÉ JULIANTINA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora