Extra: El de Halloween

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Si vuelve a oír el timbre una vez más, es capaz de matar a alguien. Y el más indicado es ese ser saltarín y risueño que vive con él. Oye su voz cantarina hablar con unos niños que está más que seguro no viven en su edificio.

—¡Qué brujita más guapa! Toma, tres caramelos y una chocolatina para ti. Y tú, hombre lobo, me has asustado de verdad con esos colmillos. Te mereces dos chocolatinas.

Agoney oye como la puerta se cierra y se tapa más con la manta, cubriéndose casi por completo. Los pasos de Raoul se acercan y le sale una pequeña sonrisa cuando lo ve. Lleva un disfraz de Chucky y, más que dar miedo, le da una ternura infinita con ese peto vaquero y el pelo pelirrojo. 

—¿Te encuentras mejor? —Agoney suspira debajo de la manta. Ha fingido unas décimas de fiebre para escaquearse del reparto de caramelos que había organizado Raoul en el edificio. —Tienes mejor cara.

—Gracias. —Tose un poco, suave, para seguir metido completamente en su papel. —Creo que me siento mejor. Me vendrían genial unos mimos ahora mismo.

Raoul lo mira desde la esquina del sofá, con el bol de caramelos en sus brazos y una mueca indescifrable para él.

—No sé, no quiero que me lo pegues. —Pero deja el bol en la mesa y se acerca más al sofá, donde el moreno le mira con ojitos brillantes. —Venga, hazme un hueco.

Raoul se deja caer sobre sus piernas, ajustando su culo detrás de la rodillas del otro chico, quedando encajado entre el cuerpo de Agoney y el respaldo del sofá. Su chico tira de su mano y lo desequilibra, dejando a Raoul tirado en posición precaria sobre el moreno.

—¡Agoney! ¡Qué me caigo!

La risa de Raoul ocupa todo el salón y Agoney solo puede sonreír. Acaricia las mejillas sonrosadas del otro chico y deja un pequeño beso en su boca.

—Hola.

—Hola. —Raoul imita el susurro y se deja besar más profundamente, mientras siente las manos de Agoney perderse por los costados de su peto vaquero.

Se acomoda mejor, recargando todo su peso y quitando la manta que separa sus cuerpos. Raoul mete las manos entre sus rizos y siente el suspiro de gusto que provoca rebotar en su boca.  

Los besos suben rápidamente de nivel y la ropa empieza a sobrar demasiado rápido. Raoul se incorpora, necesitado de coger aire, se sienta sobre Agoney y acaricia todo su torso por encima de la camiseta del pijama. Se balancea sutilmente sobre la erección de su chico, provocando un gemido que es cortado por el sonido estridente del timbre. Agoney reacciona rápido y agarra a Raoul fuertemente de las caderas, evitando que se levante y vaya a la puerta.

—No. Quédate. Si no hacemos ruido, pensarán que no estamos.

Raoul lo mira, indeciso, oyendo de fondo las risas de los niños y las conversaciones banales de sus padres. Acaricia los labios de Agoney y se levanta, después de dejar un último beso sobre sus labios hinchados.

»Raoul...

Pero las palabras se pierden por el pasillo por el que desaparece Raoul, abriendo la puerta y demostrando la misma felicidad que tiene siempre. Agoney se tapa la cara con una almohada y ahoga un grito frustrado.

—¿Qué haces?

Una voz nueva le hace reaccionar rápido. Tira la almohada y se sienta erguido, tapándose con la manta.

»Lo he visto. Aunque te tapes, lo he visto.

—¿Qué quieres, Ricky? —Se detiene un minuto en mirar su atuendo y no puede evitar soltar una risita. — ¿Y ese vestido?

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