10. El del plan

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Se metió en casa y cerró la puerta, amortiguando las voces de sus vecinos que seguían hablando en su terraza.

No había dormido prácticamente nada en toda la noche. Había oído todos los ruidos en casa de su vecino. Se enteró cuando el último invitado abandonó la casa y corrió a la mirilla cuando volvió a oír la puerta esa mañana. Era Álvaro que parecía salir a correr.

Es que no paraba de darle vueltas a lo que había hecho esa noche y esa mañana. Tenía ganas de golpearse con una pared. ¿Cómo podía ser tan incapacitado socialmente?

Raoul se había insinuado y él le había seguido el juego. ¿Qué mierdas le pasó anoche? Es el más estúpido del mundo.


– No me mirés así Bambi. Sé que soy tonto. No necesito que me lo recuerdes con esa carita que me juzga constantemente.


La perrita parecía entender todo lo que su dueño le decía. Ladró un par de veces y desapareció por el pasillo que comunicaba la cocina con el resto de la casa.

Miró su móvil donde tenía un par de llamadas y mensajes de Alfred. Lo que menos le apetecía era hablar con él. Alfred, sin quererlo, se había posicionado entre los dos. Se había hecho muy buen amigo de Raoul y parecía leer la situación mejor que ellos mismos. Necesitaba hablar con alguien neutro (o que se pusiese a su favor y le recordase que no era tan tonto como parecía) y recurrió a la única persona que sabía que no le iba a juzgar.


– ¿Qué pasa agonías?

– Buenos días, Ricky.

– Uy, uy. A ti te pasa algo. No te has enfadado por el mote ni me has dicho Ricky Ri.

– Ya. Está siendo una mañana rara.

– ¿Y para qué necesitas al tío Ricky?

– Me apetecía salir a tomar el vermut, ya sabes, una terraza, un mosto, unos calamares... Vida de fin de semana bajo el sol.

– Suena genial. Además Kibo se ha ido al centro a preparar una clase de baile para las niñas así que estaba aquí solo, comiendo galletitas saladas sin parar y pensando en mis objetivos en la vida.


Agoney se rió. Su amigo siempre conseguía sacarle una sonrisa.


– ¿Y? ¿Algún objetivo alcanzado?

– Nah. Siempre apunto muy alto, ya sabes. De momento, no me quejo de mi vida. Tengo un trabajo que me gusta, un pisito con una gran terraza y mi novio folla como los ángeles. No me puedo quejar.

– ¡Ricky!

– ¿Qué? Es verdad. No sabes como...

– Calla, calla. No quiero saberlo.

– Tú te lo pierdes. Entonces nos vemos ¿en una hora? en la plazita. ¿Avisas tú a Alfred?

– No.

– ¿Quieres que le avise yo?

– No, no. Es que quería quedar solo contigo. Además creo que tenía plan o algo así.

– Vale. Estás muy raro Agoney. ¿Seguro que todo está bien?

– Sí, sí. Tranquilo. Nos vemos.

– Sé puntual por una vez en tu vida.


Obviamente no llegó puntual. Había esperado a que sus vecinos salieran de casa, las risas inundaban el descansillo y se moría por saber de que se estaban riendo. Se estaba comportando como un estúpido pero no se atrevía, de momento, a enfrentarse al rubio.

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