13. El de la novedad

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– ¿Dónde vamos? ¿No deberíamos bajar?


Agoney ríe y sacude su cabeza negativamente. Agarra la mano del rubio y tira para arriba por las escaleras del edificio.


– ¿No te gustan las sorpresas?


– No mucho, la verdad.


Suben tres pisos más. La verdad es que Raoul nunca se había molestado en pasar de su planta y mucho menos hacerlo sin el uso del ascensor. Sigue a Agoney porque le ha prometido una cita pero puede, y solo puede, que se esté empezando a arrepentir. Odia las sorpresas. Le gusta ir a lo seguro: un restaurante, una copa y paseo hasta casa. No hace falta más para una primera cita.


Dios, es que está teniendo una primera cita con su vecino. Ese que le dejó plantado después de besarse. Siempre le habían dicho que era rencoroso pero esto no era solo eso. Se había sentido humillado. No quería escuchar las razones del moreno porque intuía que esas razones no le iban a dejar en buen lugar.


Iba tan metido en sus pensamientos que no se dió cuenta cuando paró y chocó inevitablemente con el cuerpo del moreno. Agoney le agarró para evitar que se cayese e hiciese aún más el ridículo. Le dedicó una sonrisa suave y abrió la puerta que tenía enfrente.


Cuando se hizo a un lado, Raoul no se lo podía creer. Era la azotea del edificio pero no. Estaba lleno de pequeñas bombillitas que daban al lugar una ambiente muy romántico. Había un par de sofás orientados a una pared y lo que imaginaba era un proyector. Y en el centro, una mesa preparada para dos. Era una mesa sencillita con sus cubiertos, sus copas y un par de lamparitas para poder iluminar un poquito más la zona.


– Espero que esta sorpresa sí que te haya gustado.


– Guau, Agoney, guau. ¿Existe esto y me entero ahora? ¿Es de uso comunitario?


– Bueno...


Agoney se rascaba la parte trasera de su cabeza, no queriendo mirar al chico rubio a la cara. Se sentía un poco ¿avergonzado?, sí, eso era. Avergonzado con toda esta situación que se había presentado entre ellos.


Lo vió moverse por toda la terraza, observando todo y alucinando con las vistas que había desde ahí. Todavía no era muy tarde y estaba atardeciendo, lo que el ambiente era el summun del romanticismo. Ricky y Alfred le habían avisado de que igual era un poco demasiado. Era sacar muy pronto una de las armas que más le podrían impresionar. Y también estaba la opción de asustar más a Raoul. Vamos que no sabía si solo quería besarle o si había algo más. Sentimientos y esas cosas. ¡Qué mierda vivir en esta situación!


»En realidad, solo yo puedo acceder. La azotea va con mi piso. Mi abuela se encargó de tenerlo en propiedad y cuando me dejó el piso en herencia pasó a ser mía.


– Espera, ¿el piso es tuyo? ¿No estás de alquiler?


– No.


– Joder, pues que suerte, ¿no?

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