3. El del paquete perdido

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— ¿Qué es ese paquete?

— Un mensajero lo dejó para tu vecino que no estaba en casa.

¡¿QUÉ?!

— ¿Y por qué lo tienes que coger tú? Dáselo. Venga.

— No está en casa. ¿No me has oído?

— Igual ya ha vuelto, que estás ahí tirado tocandote los huevos todo el día.

— ¿Pero a ti qué te pasa?

— ¿A mi? Nada. Sólo que no quiero ningún paquete de ese loco cerca mío.

— Ya... Eso será.

Raoul hizo como que no escuchaba a su hermano y se dirigió a su habitación.

— Voy a ducharme. Deshazte de ese paquete ahora mismo.

Dejó a su hermano en el sofá viendo la última serie a la que se había enganchado. Tenía un par de días de descanso y había decidido visitarlo a él en vez de irse a casa de sus padres. No le disgustaba tener a su hermano por ahí, era su mejor amigo también. Pero llevaba unas cuantas semanas algo alterado. A decir verdad, estaba así desde que se había mudado a esa casa. Es que tendría que haber buscado algún otro sitio. A Raoul no le gustaba nada tener problemas con la gente, era bastante pacífico. Pero es que su vecino se lo estaba poniendo complicado.

Evitaba todos los días encontrarse con él, gracias a quien fuese que sus horarios eran tan diferentes. No sabía en qué trabajaba pero se pegaba toda la noche despierto. Más de un día lo había despertado cuando se metía en la cama a las tantas de la madrugada. Y es que sus habitaciones daban pared con pared. Y podía oír todo lo que hacía en su habitación. TODO. Había oído cosas que le hacían sonrojarse de solo recordarlas. Putas paredes de papel.

Se metió en la ducha con su playlist de perreo favorita de fondo. El trabajo no le daba tregua: clases por las mañanas, cursos de formación por la tarde y llegaba a casa y tenía que preparar todas las clases para el día siguiente. Estaba enjabonando su pelo cuando la puerta del baño se abrió de repente.

— ¡Tete!

— ¡Joder, qué susto!

La risa de su hermano inundó el baño. Se había arrinconado en una esquinita del baño y tenía los brazos en alto con sus puños preparados para atacar.

»¿Qué haces entrando así? Podría estar tocándome...

Su hermano le miró con las cejas alzadas y puso una mueca graciosa en su cara.

— Menos mal que no. Pensaba que en la ducha solo dabas conciertos...

— Imbécil — susurró el menor, palabra que quedó amortiguada por el sonido de la ducha. — ¿Qué quieres?

— Ah, sí. Que me ha llamado Jordi que está en la ciudad y me voy a cenar con él. Pillo llaves y así no te despierto, ¿vale?

— Vale. Podrías haber dejado una nota y no provocarme un mini infarto.

— ¡Pero esto es más divertido!

Su hermano dejó la puerta del baño abierta y pudo oír perfectamente el portazo que dio cuando abandonó su casa. Se terminó de aclarar y se estaba poniendo la toalla en la cintura cuando oyó el timbre de la casa. Suspiró y secándose el pelo con otra toalla fue hasta la puerta. No se podía creer que el despistado de su hermano se hubiese dejado las llaves cuando era lo único que tenía que recordar...

— ¿Pero no te ibas a pillar llaves...

Se quedó con la palabra en la boca. Ese no era su hermano. Era el tonto de su vecino que se había quedado estático y no le quitaba el ojo de encima. Menudo repaso le estaba dando el imbécil.

— ¿Ya has terminado? ¿Me doy la vuelta para que mires mejor?

El moreno dio un paso para atrás y salió del empanamiento en el que había entrado cuando Raoul había abierto la puerta.

— ¿Qué? No... No... Lo siento... yo... — se había puesto colorado y mira que era difícil con el tono de piel tan dorado que tenía, que no es que Raoul se hubiese fijado, pero que llamaba la atención, ¿vale?

— ¿Qué quieres?

— ¿Eh?

— Tío, has llamado al timbre. Haz funcionar tu única neurona y dime qué quieres.

Agoney bufó. Se olvidó por un momento lo bueno que estaba el rubio y recordó que era gilipollas. No como el hermano. ¡Qué chico tan simpático! Le había recogido el paquete que le mandaba su hermana. Y se había preocupado por encontrarlo para dárselo. Se estaba montando unos castillos en el aire y eran preciosos.

— No es que tenga muchas ganas de hablar con alguien tan simpático como tú, pero — Raoul puso su mejor sonrisa sarcástica, esa que le salía super natural cada vez que se enfrentaba al canario — me acabo de cruzar con tu hermano y me ha dicho que tienes mi paquete. ¿Me lo puedes dar?

Raoul lo miraba con una toalla al hombro, apoyado en el umbral de la puerta y con la misma cara de culo que siempre.

— ¿Nada más?

— ¿Qué más quieres?

— No sé. Te he hecho un favor, un "por favor" no estaría nada mal.

Esto era el colmo.

— El favor me lo ha hecho tu hermano que sí es una persona normal, educado, simpático...

— Uy, uy... ¿A alguien le gusta Álvaro?

— ¿Qué? ¿Pero tú qué tienes, 12 años?

— A Agoney le gusta Álvaro. Agoney por Álvaro.

Se giró y se fue canturreando por el pasillo de su casa. Agoney se quedó ahí plantado, no iba a seguirlo, ni aunque tuviera el mejor culo que había visto últimamente. ¿Por qué todos los tíos que estaban buenos tenían que ser unos impresentables? No tenía suerte nunca... Ojalá Álvaro...

»Uy, ¿y esa sonrisa? ¿Pensando en mi hermano?

— Más bien pensando formas de acabar contigo sin dejar huella.

Raoul sonrió y le tendió el paquete. Su sonrisa escondía toda la maldad que podía tener un ser de esa estatura.

— Seguro que eso es lo que estabas pensando, seguro.

Le quitó el paquete de las manos y sacó las llaves de su bolsillo para entrar en su casa.

— A ver si maduras...

Cerró la puerta sin decir gracias ni nada. Ya se las daría al verdadero héroe de la noche.

— ¡Y tú, a ver si te pajeas en silencio que se oye todo!

Iba a matarlo. 

NeighboursDonde viven las historias. Descúbrelo ahora