9. El de la resaca

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– Buenos días, peque.

– ¡Bollito!

– No me llames así, Nere. No me gusta.


La rubia sonríe y se abalanza sobre su amigo en cuanto se sienta con ella en el sofá. Le llena la cara de besos y alborota aún más su pelo despeinado. Se quedan medio abrazados en el sofá, descansando aunque se acaben de levantar.


»¿Llevas mucho levantada? – La rubia mueve su cabeza sobre el pecho del chico pero no levanta la cabeza. – ¿Has desayunado?

– ¿Me vas a contar qué pasó con tu vecino ayer?


Raoul se revuelve un poco, intentando quitarse a Nerea de encima hasta conseguir levantarse.


– No paso nada. Se fue pronto, estaría cansado. ¿Te apetecen tortitas?

– Os ví hablando en la puerta.


Siente como el chico se queda parado en el umbral de la puerta.


»Ven, vuelve aquí y cuéntame. Si la resaca te permite acordarte de todo.


Tarda unos cuantos segundos en moverse, agacha la cabeza y niega un par de veces. Pero vuelve al sofá con su amiga. Se tumba con la cabeza sobre su regazo y deja que Nerea pierda sus manos entre su cabello.


– No tengo resaca. No bebí nada. Un par de cervezas sin alcohol.


Nerea espera paciente a que su amigo empiece a hablar. Sabe que le cuesta en ocasiones.


– Le besé. O me besó. O nos besamos. No sé, Nere. Fue raro. Un momento estábamos hablando muy cerca, más cerca de lo normal y al momento siguiente nos estábamos besando. Y se sintió tan putamente bien, Nere. Yo quería que pasase eso, puede que desde que lo ví por primera vez buscando a esa perrita que tiene.


Raoul se calló. Una vez empezaba no solía callarse pero esta vez parecía diferente.


– ¿Pero? – le ayudó su amiga a seguir explicando.

– Él no quería. O sí quería pero se arrepintió al segundo. Me dejó ahí en la puerta, solo, después de darme el mejor beso de mi vida y me cabree mucho. Pegue un portazo que sé que le sienta fatal.


Nerea no evitó una sonrisa que ocupó toda su cara pero que el rubio era incapaz de ver porque estaba en medio de un monólogo dramático y tremendista. Su amigo estaba súper encoñado de su vecino.


»Es que huyó de mí, Nerea, como si yo le hubiese obligado. Y no lo hice. Yo nunca haría algo así. Pensaba que todo estaba claro entre nosotros...

– Raoul, las indirectas y discusiones no ayudan a que os entendáis. Deberíais hablarlo...

– ¡No! ¡Ni de coña! No quiero saber nada. Haremos como si no ha pasado nada. Me jode. Porque me jode. No sabes cómo besa. Es que tiene los labios gorditos y blandos y su barba me acarició la cara, el cuello y yo...

– ¡Alto ahí! No quiero saber nada más. Guardátelo para ti.


Ambos amigos rieron sonoramente sobre el sofá.

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