18. El de las risas

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Se despierta en la penumbra de la habitación. Tiene que ser pronto aunque ya el sol se quiere colar entre las rendijas de la persiana. No le cuesta casi nada ubicarse. Lleva levantándose en esa cama varios días ya. Raoul está más mimoso de lo normal y él no se va a quejar. Su casa queda descartada porque el rubio sigue diciendo que Bambi le da alergia, aunque no haya demostrado ningún signo de esto. Se ríe porque no se lo puede creer nadie. Está claro que le da miedo su perrita que sigue ladrando en su dirección cada vez que lo ve.

Se estira en la cama, sábanas blancas y almohada mullida. Esa cama es una delicia, no como la suya que es por lo menos 20 centímetros más pequeña y no tan cómoda. Y se siente tan cómodo ahí, medio desnudo, compartiendo noches y mañanas con ese chico que conoce hace tan solo unos meses. Se odiaban. Aún le resulta gracioso que no engañasen a nadie. Alfred lo pilló enseguida. ¿Tanto se le notaba? Pero si él ponía todo su interés en que fuese totalmente al contrario... No puede evitar la carcajada que escapa de su boca.

– ¿De qué te ríes?

– Me estoy acordando de lo que tienes en el cajón de tu mesilla.

¿Pero qué dices, Agoney?!"

Raoul lo mira con un gesto raro en la cara.

– ¿Y tú cómo sabes...?

– El día de tu borrachera. Buscaba algo para tu resaca y me encontré... eso.

– Eso. Ya. – Raoul se ríe y se acerca a la cama. Se tumba encima del cuerpo de Agoney que lo acoge en sus brazos y acaricia su espalda a través de su camiseta. – ¿Y qué pensabas?

Los colores en la cara de Agoney no dejan de subir de tono, no estaba pensando eso. Puede que lo que estaba pensando fuese menos peligroso que ese tema. ¿Qué piensa de ESO? No lo sabe pero se muere por descubrirlo.

– Nada. Solo que... me sorprendió.

– Venga ya. Seguro que tú tienes algo también.

– ¿Qué? ¡NO!

Se incorpora en la cama, provocando que Raoul le siga el movimiento y quede medio sentado en su regazo.

– ¿En serio? No te creo. Son muy divertidos. Más cuando los usas en pareja.

– Raoul, me niego a que la primera vez que nos acostemos, seamos tres en esta cama. Te quiero todo para mi.

Esconde su cara en el hueco del cuello del rubio que ya se ha colocado mejor sobre las piernas del otro chico y ha comenzado un movimiento ondulante de sus caderas que despierta del todo al moreno.

– ¿Todo para ti? Siempre me tienes todo para ti.

– Raoul... – Tiene en la punta de la lengua todo lo que quiere pero no se atreve a verbalizar. – Tengo que ir al baño.

– ¿Ahora?

– Sí, ahora.

Y se escapa de los brazos de Raoul que se queda tirado en la cama mirando hacia la puerta por la que desaparece el otro chico.

Cuando Agoney sale del baño, se encuentra la cama vacía y va a la cocina donde oye ruido. Raoul está preparando lo que parece un zumo, tiene la encimera llena de cosas, quiere hacer mucho y no sabe por dónde empezar. Agoney se abraza a sus caderas y deja un beso en su cuello, provocando un pequeño estremecimiento en el cuerpo del otro chico.

»¿Por qué te has ido de la cama?

Raoul gruñe por lo bajo y sigue con lo que está haciendo, recostando su cuerpo un poco más en el del canario.

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