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—¿Dónde se encuentra Harriet Rose? —la pregunta, cargada de urgencia, rompió el silencio de la habitación.

Antes de que alguien pudiera responder, su nombre resonó en la mente de los que la conocían. Harriet Rose. La alfa. La loba incansable. La guerrera que jamás había perdido una batalla. Su velocidad era legendaria, sus instintos eran perfectos. Nadie podía igualarla, y ella lo sabía. Había llegado a creer que era invencible, demasiado confiada, incluso arrogante, más que los propios alfas a su alrededor.

Antes

—¿Segura de que puedes hacerlo? —le preguntó Julietta, su amiga más cercana, con una mezcla de preocupación y escepticismo en la voz.

Harriet soltó una sonrisa confiada, rodando los ojos con cierto desdén. El miedo que sus dos alfas parecían compartir le parecía absurdo. Ella podía hacerlo. No solo podía, estaba más que lista. Podía enfrentarse a cientos de cazadores alemanes enviados por un misterioso enemigo. ¿Qué era eso comparado con los Argent? Ellos no sabían con quién se metían.

—Si pude con los Argent, estos no son nada. Solo tendré que estirarme un poco y listo —respondió, guiñándole el ojo a su novio, antes de girar la mirada hacia su mayor, con la certeza de que no había nada que pudiera detenerla.

Timothée, sentado al margen, observó con una mezcla de agotamiento y frustración. Dando otra profunda calada a su cigarrillo, su expresión se endureció.

—Deja de lado tus estúpidas arrogancias, Harriet. Si vas, estarás muerta —las palabras de Timothée, duras como el hielo, calaron profundamente. Aunque su tono era frío y directo, las intenciones detrás de ellas estaban claras: quería que lo entendiera, no solo para su bien, sino para el de todos.

Julietta, aunque visiblemente preocupada, asintió, dando a Harriet el permiso que tanto ansiaba. Su miedo era palpable, el temor a que algo le sucediera mientras ellos se encargaban de buscar a Argent y Lahey. Tomó a su amiga por los hombros, abrazándola con fuerza, un gesto que era raro en ella. Depositó un suave beso en su frente, algo que nunca antes había hecho, y antes de que Harriet pudiera decir algo más, Julietta se apartó, dejando a la pareja a solas.

La puerta se cerró detrás de ella con un leve suspiro, dejando a los dos alfas enfrentándose a una realidad en la que la arrogancia de Harriet podría ser su mayor enemigo, y la amenaza que se cernía sobre ellos, mucho más peligrosa de lo que cualquiera podría imaginar.

Suspiró profundamente, alejando los pensamientos negativos que la abrumaban. Con determinación, entró en la habitación de su amigo castaño, donde encontró a Tom concentrado en su dibujo. Con los ojos cerrados, parecía estar completamente inmerso en su creación, mientras una vieja toca de disco giraba en silencio, su aguja acariciando el negro vinilo sin emitir sonido alguno.

—Allison —musitó, observando el dibujo que se iba formando ante él. Era la imagen de una joven de piel pálida, cabello azabache y labios rosados, con una expresión serena que emanaba fuerza. Una arquera.

—Me recuerda a La Doncella de Gévaudan —comentó Tom, aún con la mirada fija en el papel, donde su mente proyectaba la figura de Allison mientras sus dedos trazaban las líneas con precisión.

En ese momento, Allison Argent estaba en plena batalla contra los Onis. Faltaba días para el día en que se transformaría en una alfa poderosa, brillando con su arco y sus ojos rojos, despojándose del miedo que la había perseguido. La transformación no solo la fortalecería como alfa, sino que también la haría sentir protegida.

—¿Vamos a pelear? —preguntó Tom, aunque prefería que lo llamaran William. Como kitsune, había regresado a Beacon Hills tras descubrir que el Nogitsune había hecho su aparición a través de una de sus exnovias, Tomita. Desde entonces, había estado en su búsqueda, decidido a enfrentar el desafío que se avecinaba.

Teen Kanima (TEEN WOLF)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora