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Stiles apagó el motor del Jeep y, sin perder tiempo, salió del vehículo. En su prisa característica, tropezó ligeramente al poner el pie en el suelo, una torpeza que parecía inseparable de él y de sus constantes nervios. Se enderezó, murmurando algo para sí mismo, mientras sus ojos buscaban ansiosamente a Derek.

—¡Derek! ¿Dónde estás? —exclamó, su voz llena de frustración y agotamiento. Si alguien podía ser el causante de sus futuras canas y arrugas prematuras, era Derek Hale.

Caminó unos pasos más y finalmente lo vio. Derek yacía en la carretera, rodeado por un charco de sangre que se extendía bajo su cuerpo, alcanzando poco a poco las zapatillas nuevas de Stiles, que había estrenado apenas esa mañana. La visión del color oscuro manchando la tela impecable hizo que Stiles frunciera el ceño, atrapado entre el asco y el enfado.

—Perfecto, Derek. Me debes un par de zapatillas nuevas —masculló, lanzándole una mirada irónica al hombre lobo inconsciente. Claro, la situación era grave y Stiles estaba preocupado, pero al mismo tiempo, no podía evitar cierta resignación divertida. Derek siempre parecía encontrar la manera de ponerlo en estas situaciones.

Observó el tamaño de su amigo, sintiendo lo absurdo de la idea de cargarlo. Ni en sus mejores días podría levantar a Derek. Con una media sonrisa y un suspiro, añadió:

—Definitivamente, Derek, mi odio hacia ti no es tan profundo... aunque a veces creo que debería serlo.

Aunque su relación con Derek estuviera marcada por un odio superficial, Stiles sabía que jamás podría abandonarlo, mucho menos en una situación como esta. Derek yacía herido en plena carretera, vulnerable y sangrando, mientras los cazadores siempre estaban al acecho, esperando cualquier oportunidad. Stiles solía prometer, en tono sarcástico, que algún día lo dejaría a su suerte, exactamente así como ahora. Pero ambos sabían que jamás cumpliría con esa amenaza.

—Stiles, entra al carro —ordenó Scott, con voz tensa, mientras intentaba levantar a Derek y refunfuñaba por el esfuerzo. El cuerpo de Derek estaba cubierto de sangre, y sus pálidas extremidades mostraban marcas de garras frescas, profundas y crueles.

Dentro del Jeep, Lydia observaba la escena, sus ojos llenos de lágrimas que intentaba contener. Ver a Derek en ese estado era una imagen difícil de asimilar. Su piel, tan pálida y llena de heridas, le recordaba lo cerca que estaban siempre de perder a uno de los suyos. Si no fuera por la mordida que el psicótico Peter le había dado alguna vez, el propio Derek, tan fuerte y protector, no habría tenido la oportunidad de salvarlos en incontables ocasiones. Esta vez, sin embargo, él era quien terminaba vulnerable y tirado en la carretera, con la sangre cubriéndolo como un manto oscuro.

Lydia se pasó un mechón de su cabello pelirrojo detrás de la oreja, incapaz de apartar la vista de Derek. Una inquietud creciente la invadió; una energía negativa pesaba en el ambiente, cargada de secretos y presagios oscuros. Algo en la escena no cuadraba, una advertencia que solo ella podía sentir. Como Banshee, estaba segura de que esto no era el final, sino el preludio de algo mucho más peligroso. Y si había algo que Lydia Martin se había prometido, era descubrir la verdad antes de que sus amigos, con toda su valentía, sobrenaturalidad y buenas intenciones, se enfrentaran a lo desconocido.

Derek, con los ojos cerrados pero sus sentidos alerta, yacía en el asiento trasero, su cabeza reposando en las musculosas piernas de Scott, el Alfa que, con paciencia y preocupación, intentaba darle un espacio de descanso. Las piernas de Derek, aún cubiertas de sangre, estaban extendidas sobre los asientos, dejando una mancha oscura y pegajosa en el tapizado. Mientras tanto, Stiles, con una expresión de evidente incomodidad y angustia, miraba el desastre que la sangre de Derek estaba causando en el interior de su Jeep.

Teen Kanima (TEEN WOLF)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora