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No habían más cuestiones que pudieran ser resueltas en solo un par de horas. No había forma de continuar hablando sin arruinar el suceso dónde la historia culminaría. Así que, una vez Sherlock terminó de hablar sobre John (sin mencionar los altercados recientes), y el tema de una vida perfecta había sido abandonado, el silencio pacífico volvió a aparecer, llenando la habitación sutilmente y danzando con el humo del último cigarrillo que le quedaba al detective, el cuál pasaba de mano en mano en cuanto alguno de los hombres recordaban que aún quedaba algo en sus vasos, y que sería mejor terminarlo para que el efecto desapareciera antes de que la reunión llegara a su fin.

— ¿Podrías traerme un vaso de agua? — Finalmente la sinfonía improvisada fue interrumpida por él rubio, quién mientras hablaba extendía lo último que quedaba del cigarrillo, dejando la última calada para el detective, quién asintió con la cabeza y decidió tomarla ahora mismo antes de levantarse. Sintió como sus dedos chocaban con sus labios en un movimiento torpe, y tras inhalar profundamente dejó escapar un último suspiro, tomándose unos segundos antes de recurrir al cenicero, había algo más que simple costumbre y dependencia rogando en su mente encontrar algún otro cigarrillo en la casa para ofrecerle al otro, aunque no sabía cómo convencerlo de que esta vez si se trataría del último. Así que optó por simplemente sugerir la idea.

— ¿No tienes más en tu abrigo? — preguntó el detective mientras le daba tiempo de responder, aflojando su coleta y volviendo a pasar sus dedos por los mechones oscuros para peinarla de nuevo en un intento de apartar el cabello de su rostro.

— No recuerdo, — respondió William, pasando una mano por su rostro, se veía sumamente agotado, y el alcohol tampoco parecía ayudar en eso.

— Ah, está bien, no te preocupes, — respondió Sherlock y finalmente se levantó del sillón, viendo como él rubio también lo hacía, ambos intentando ir en direcciones contrarias para rodear los muebles. Por simple reflejo, a pesar de que William trató de esquivar al ajeno, ese leve mareo hizo que ambos levantaran sus manos en un intento de palpar al otro para saber dónde ubicarse y abrirse paso. Eso terminó en ambos optando por tomar una pausa, la habitación daba vueltas de forma sutil pero era notorio como ninguno sabía bien cómo harían el camino hasta sus destinos. Así que tomaron un respiro, parados frente al otro con la cabeza gacha y analizando los movimientos ajenos en un intento de descifrar cuál era el siguiente paso, quién de los dos debía avanzar, o quizá estaban decidiendo de si ahora se trataba de una competencia, y cuáles eran los requisitos para ganar cuándo ambos estaban en desventaja.

— Iré a revisar mi abrigo, quizá-
— Quédate un segundo, — pidió Sherlock, una mano en el hombro ajeno y la otra intentando sujetar su antebrazo en busca de algún apoyo.

No hubo protesta. Pero, ¿qué satisfacción había en solo quedarse parado frente a él? Estaban a solo centímetros del otro y siquiera podían mirarse a los ojos, Sherlock buscando cubrir la vista de William mientras juntaba sus dedos sobre la piel de su muñeca, y él simplemente manteniéndose firme esperando a ver qué tanto tiempo podían aguantar sin tambalearse.

El silencio esta vez era forzado en ambos. Sherlock inclinó un poco su cabeza, y finalmente dejó que sus ojos pasearan por el rostro ajeno. — Vas a ver la hora, — murmuró el detective.

Una sonrisa se asomó en los labios de William. Y ahora finalmente sus ojos se encontraron, y se atrevió a acercarse solo un poco más, lo suficiente para sentir el cabello del otro rozando con el suyo, y finalmente respondió con el mismo tono acusador; — Y tú estás tomando mi pulso.

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