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Quizá William había subestimado a Sherlock. Sabía bien que no hablaba específicamente de esta noche, y mientras le empujaba suavemente contra el sillón y se posicionada sobre él, su vista aún escondida en el cuello del rubio, comenzaba a entender que estaba viendo absolutamente toda la imagen; No se trataba de las preguntas sin respuesta de esta noche, o las divagaciones filosóficas, era todo desde un principio. Había estado evitando esta situación durante toda la relación, y es porque no debería haber una relación en primer lugar. Sherlock no vivía en un mundo distinto, él era simplemente él mismo sol. Convivían en un mismo plano, y aunque le intrigara sabía que el encuentro sería mortal.

Cada cita evadida, cada chiste del que no se rió, cada gesto al que no correspondía, conociendo a Sherlock, era cuestión de tiempo para que terminara culminando en algo apasionante, en el sentido abrumador de la palabra. Mantuvo una buena distancia, y todo este tiempo trataba de silenciar a aquella voz que le decía las posibles opciones cada vez que la probabilidad de un encuentro era inminente, siempre que sentía la sensación de estar en su presencia quería huir. A veces en la dirección contraria. A veces con él.

Era egoísta. Por eso callaba esa voz y decidía darle prioridad a la que divagaba sobre su vida en su lugar. Lo que no puede tocarte no puede dañarte... Pero ahora estaban tocándose. Y sabía que ambos iban a salir lastimados de una forma u otra. Solo que Sherlock tendría que cargar con eso, mientras que él desecharía todos sus sentimientos.

Se preguntaba si esta noche de verdad valía la pena. Convencer a Sherlock con la esperanza de una nueva vida juntos era más una excusa para si mismo que para él otro, dudaba de si siquiera creía en ese tipo de cosas... ¿Él lo hacía? Eliminando las posibilidades, y centrándose en una idea popular de la muerte, cuando llegara al purgatorio, ¿el tiempo correría igual? Los pecados de él detective eran menos que los suyos, quizá su alma quedaría atrapada en el purgatorio mientras él vivía otras vidas sin él. Quizá lo encontraría muy tarde.
O quizá no habían otras vidas, y simplemente eran divididos en un paraíso y un infierno, y estaba seguro de que sus pecados no podrían ser limpiados tan rápido cómo los de Sherlock. La idea de tener que purificarse junto a él y sufrir la humillación de sentir cómo simplemente no podía deshacerse de su pasado, incluso si bebiera del río sagrado no sería suficiente, y él ya se habría ido antes de que él siquiera pudiera considerar esa idea.

Entonces, ¿cuáles eran las posibilidades de otra vida juntos? Lo calcularía si no estuviera tan mareado, el techo perdía un patrón sobre él, pero lo hacía interesante de observar mientras pensaba si lo mejor sería marcharse de una vez.

Sentía la respiración del azabache contra su cuello aún, no podía verle al rostro, así que no sabía si estaba dormido aún. Sus dedos seguían en su muñeca. Y a esta altura, el escapismo nihilista parecía la ruta adecuada. Creer que toda esa deducción era en vano, no anticipar el mañana, era la mejor excusa que tenía para hundirse en esto. Y a veces escuchaba aquella voz que le pedía hacer excusas para Sherlock. La que le dijo que aceptara su compañía en la universidad, la que le permitió aceptar su reto en el tren, la que le hizo aceptar su propuesta hace unas horas. No sabía cómo clasificarla, solo sabía que esa voz haría lo que sea por él.

Escuchando sus indicaciones, y aceptando que sería la única y última oportunidad que tenía, bajó su mano y entrelazó sus dedos con los ajenos, sujetándola con cuidado pero firmeza.

Y Sherlock lo sujetó también.

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