Capítulo 1: El Templo

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Llegué más temprano de lo acordado, no lo pude evitar... si me decidía a llegar en transporte público tendría que tomar dos y mínimo serían 30 minutos de viaje sólo por las vías principales, un taxi podía tomar el atajo y llegar en 6 y sólo gastaría $2 más.

Cuando llegamos le pedí al taxista que me dejara afuera, ya entraría a pie, no quería que me vieran llegar en taxi y pensaran que estaba desesperada por llegar rápido para verlo, sin embargo así era... aunque la última vez, él me había hecho llorar, pero él no lo sabe...

El portero salió de la caseta me saludó:

¡Hermana, buenos días!

¡Buen día! sonreí, fingiendo normalidad.

Seguí mi camino... aun no veía a nadie conocido. Los típicos: "Buenos días", "Buenos días, hermana" de personas que nunca he visto en mi vida, pero son amables porque igual todos somos mormones...

Caminé tratando de recordarme cómo respirar para que no me dé un ataque, pero perdí la batalla cuando noté el autobús; inmediatamente supe que eran ellos, antes incluso de distinguir a dos gringos de aproximadamente quince años recogiendo sus mochilas y entrando al hotel del templo.

No me acerqué. Ni loca pensaba entrar sola, para mí sería como ponerme en bandeja de plata y hacer que empiece a sospechar de mis intenciones hacia él, y se alejara de mí, ni siquiera sabía qué podía decir... así que regresé hasta la puerta del templo a esperar, me senté allí sola porque era mejor entrar y saludar con Anahí presente, o eso creía yo, ella podría infundirme valor.

Anahí, era mi mejor amiga, teniamos la misma edad y yo la quería mucho por todos los consejos que me daba, pero su impuntualidad era el colmo. Su familia, a diferencia de la mía, era numerosa: Sofía y Juan, sus padres; Maite, su hermana mayor tenía dos años más que nosotras; Nora, un año menor; y la gran sorpresa, Susana y Fiona que tenían 4 años.

Ella no llegaba y ya habían pasado diez minutos de la hora que acordamos... sí, en realidad no era mucho tiempo, pero ya me estaba desesperando...

Kate, ¿para qué viniste aquí? me pregunté a mí misma ¿Por qué has llegado tan lejos? La respuesta no estaba difícil. Llegué tan lejos porque quería verlo, porque sabía que tal vez está sería mi última oportunidad de verlo en carne y hueso, de darle un abrazo, oler su perfume, y porque había soñado por las últimas tres semanas con escuchar al menos un latido de su corazón Levántate en este momento y ve a buscarlo antes de que Anahí llegue y él le dé más atención a ella que a ti. 

Sí, también había notado la forma como la miraba: cuando nos narraba cualquier cosa de su vida como misionero retornado[1] parecía que sólo se dirigía a ella; o cómo recordaba detalladamente cada cosa que ella había dicho tres días atrás o tres años atrás; y yo quería toda esa atención en mí por lo menos los pocos minutos que me voy a quedar, porque no planeo entrar al baptisterio para ver como la mira a ella, aunque ella sea una muy buena amiga para mí... ella no tiene la culpa.

Me levanté justamente cuando el autobús ya se estaba moviendo de la entrada del hotel para ir al estacionamiento, caminé muy decidida a entrar y saludar... pero no estaban, miré a cada parte de la recepción del hotel, era un salón muy limpio y amplio, con grandes ventanales para tener una visión clara del edificio que tenía en frente: el Templo, los muebles muy ordenados y revistas de la Iglesia en las mesas de centro, al menos esperaba ver maletas, o algún indicio de que un grupo de por lo menos 25 personas acababa de registrarse; habían dos pasillos, uno a cada lado, pero ninguna persona aparte de mí y el recepcionista, quien también me sonrió cuando entré. Fui primero al pasillo de la izquierda, el que lleva al baño, lo sé muy bien, pero no había nadie allí, caminé de regreso al salón principal para buscar por el otro pasillo, el que lleva al comedor, y vi a uno de los jovenes gringos salir de allí y cerrar las puertas dobles para dirigirse a los baños, pasó junto a mí regalándome una muy pequeña y tímida sonrisa, seguí mi camino y me detuve junto a la puerta cerrada, escuché murmullos en otro idioma que venían desde adentro, tomé la perilla en mis manos y la giré, pero no tuve el valor de empujar la puerta. Regresé a la recepción, y me senté en un sofá a esperar.

A Mormon Love StoryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora