CAP 18. Verdad o autoconvencimiento

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Desearía tanto ser una flor, de esas que procuras no pisar cuando caminas por el césped, esas que te paras a observar porque son muy hermosas, esas que adorarías arrancar para meterlas entre las hojas de un libro y usarlo como marca páginas. Así poder estar permanentemente donde tus raíces han crecido, sin ser molestada, sin complicaciones, tan solo disfrutar de los rayos de sol y de la lluvia fresca.

Pero lamentablemente soy un ser humano, una humana que se dirige hacia una dirección que le ha enviado una persona desconocida por correo, en un sobre sin remitente ni sello, lo que quería decir que la persona que había decidido mandarme la carta había tenido que ir hasta mi casa, parado frente mi puerta y depositado el sobre en mi felpudo.

Antes de dejar mi casa había redactado aquella dirección en un folio y lo había pegado al espejo de la entrada, si desaparecía, al menos, sabrían donde buscar primero.

La lluvia caía sin descanso, constante pero suave, igual que mi respiración, que de vez en cuando soltaba humo a causa de las bajas temperaturas, mi chaqueta verde botella me protegía del frío. Recuerdo lo mucho que llore cuando mamá me la compro, era, y es, la chaqueta más horripilante que he visto en mi vida, sin embargo, lo que tiene de fea lo tiene de abrigada, asique le tuve que dar una segunda oportunidad y en días fríos como el de hoy me ayuda a no resfriarme.

La calle central estaba llegando a su fin, ahora debía desviarme por un callejón hasta llegar a una calle secundaría la cual solo había pisado un par de veces si no recordaba mal, la persona misteriosa me había citado en un bar donde mi madre había trabajado un trimestre entero, pero las condiciones eran tan nefastas que tuvo que abandonar el trabajo por saturación. Asique ,no tenía muy altas expectativas en el encuentro.

El cartel neón que indicaba la entrada del establecimiento se asomo por el final de la calle que acababa de atravesar.

Al abrir la puerta el sonido de una campanita me hizo rebotar del suelo, nada más entrar el olor a frito y voces de diferentes personas penetraron mis sentidos, comencé a caminar para introducirme en el local, losas que en algún momento fueron blancas manchaban la suela de mis converse, haciendo que cada paso fuera más y más pegajoso. Me senté en la barra donde un señor con cara envejecida sin apenas llegar a los cincuenta años limpiaba con un trapo desgastado la caja registradora.

Le sonreí en modo de saludo y pedí una pepsi para ir haciendo tiempo, en la carta indicaba que fuese a las ocho y media, pero tan solo eran y cuarto.

El camarero me sirvió el refresco con una sonrisa cansada. Sin mostrar los dientes. Sus arrugas ahora más pronunciadas.

Mientras bebía mi bebida miré a mí alrededor. El sitio no había cambiado mucho, las mesas de metal unidas al suelo por unos grandes tornillos oxidados seguían distribuidas por todo el local, sillas sin respaldo y almohadones rojos duros ocupaban los sitios restantes. Grandes ventiladores movían lentamente el ambiente, ya de por si sobrecargado, el sonido de las aspas cada tres vueltas me hacían tensar, tenían el aspecto de poder caer en cualquier momento. No entendía como este lugar seguía abierto al público, estaba segura de que la comida que servían no estaba en las mejores condiciones, aunque claro, que una hamburguesa tan solo te costase uno o dos dólares no era de mucha confianza.

Observé por lo que me parecieron horas el reloj de aguja en lo alto de una columna, esperando impacientemente que llegasen las ocho y media, pero esa hora llego y nadie entró, y treinta y cinco, menos veinte, menos cuarto... Nadie hacía sonar la campanilla de la puerta.

A las nueve y cinco me di por venida, el señor de la barra ya no me dedicaba una sonrisa, estaba a la espera de que pidiese algo de la carta o que por el contrario abandonase el local si no iba a consumir nada más que un par de refrescos.

TÚ ERES MI PROBLEMADonde viven las historias. Descúbrelo ahora