A la mañana siguiente caminaba tranquilamente hacia el instituto, me tuve que levantar a las siete para estar allí a las ocho en punto, claro que al llegar que iban a sobrar minutos, pues tan solo tenía que caminar veinte minutos para llegar, veinte si agilizaba un poco el paso, treinta si iba a paso de tortuga. Esta mañana hacia un clima muy calido, daba mucho gusto caminar por las calles y sentir la tenue luz del sol en la piel y la poca brisa que había, combinaban a la perfección. Volviendo al tema que atormentaba mi cabeza, desde ayer cuando estuve con mi madre rellenando la matricula, ese tal Eros Davies no había aparecido de nuevo, es como si se hubiera desintegrado para por fin dejarme libertad, pero a quién quería engañar, no había desaparecido del todo, seguía ahí conmigo, no lo veía, pero lo sentía en cada lugar de la casa.
El último mensaje que me envió desde la pantalla de la televisión me había dejado aún más pensativa, ¿cómo que se le acababa el tiempo? Si pudiera ayudarle tal vez lo haría, pero no tenía ni la menos idea de a qué se refería, ¿estaba muerto? No lo sabía, por la forma en la que se aparece diría que sí, pero por sus mensajes diría que no. Era un bucle constante de pensamientos, un bucle del cual no conseguía escapar, estaba perdida.
—Disculpa, señorita —la voz de un hombre me hizo frenar en seco.
En cuanto mi mirada subió desde sus zapatillas Nike blancas, pasando por un chándal blanco, por su sudadera que iba a conjunto con el pantalón y por sus ojos... Esos ojos, ¿dónde los había visto? Se me hacían conocidos de alguna parte, pero no sabía exactamente de donde, su cabello negro azabache, ese hombre era lo más hermoso que había visto nunca. Dios Santo, ¿cómo cabía tanta hermosura en una sola persona?
—¿Señorita? —lo escuché de nuevo.
Negué con la cabeza ahuyentando esos pensamientos de mi cabeza y concentrándome en él. No era muy difícil, pues tan solo con esa mirada ya te tenía babeando un buen raro. Con ese pensamiento mi mano inconscientemente fue hacia mi boca y con el dorso de la mano la limpié... Por si acaso.
—¿Decías algo? —Pregunté intentando no sonar como una tonta y no tartamudear.
—¿Sabes dónde se encuentra la pequeña universidad? —Preguntó mirándome.
—Justamente voy hacía allí —levanté la matrícula y él sonrió —¿eres nuevo por aquí?
—Algo así, viví de pequeño, pero realmente no me acuerdo de nada —contestó.
Comenzamos a caminar los dos juntos. No podía sacarse de la cabeza los ojos de ese chico, lo hermoso que era, parecía creado por los mismísimos dioses. El camino hacia la universidad fue tranquilo, ninguno hablamos mucho y cuando entre nosotros se creaba un silencio no era para nada incomodo.
—¿Así qué te trajeron aquí en contra de tu voluntad? —Preguntó mirándome.
—A ver, no tan así, yo acepté venir, pero siempre he querido vivir allí, nunca pensé en mudarme y mucho menos tan lejos —expliqué con una sonrisa triste.
—Yo que tú cogía el primer tren y me iría —susurró cerca de mi oído como si fuera un secreto —¿sabes lo que es vivir haciendo lo que te dé la gana? Viviendo tu vida sin necesidad de que alguien te diga cómo vivirla. Todos necesitamos eso, sentirnos libres.
—Yo soy libre —murmuré frunciendo el ceño.
—Sí, pero tus padres tienen pegada a tu espalda una soga que ellos agarran al final —lo miré sin entender y él sonrió —es una soga enorme, pero al fin y al cabo ellos te llevan y te traen, ¿no es así?
Di una bocanada de aire y me encogí de hombres. De cierta manera tenía razón, ellos siempre habían sido así, padres muy protectores, nunca me quitaron de nada... De nada que ellos veían correcto, claro. El chico cuyo nombre aun desconocía y yo mantuvimos la boca cerrada durante el resto del camino. Al llegar a la puerta de la universidad él me miró con una sonrisa.
—Nos vemos —susurró —ha sido todo un placer, Selena —fruncí el ceño al escuchar mi nombre salir de sus labios.
Él tras besar levemente mi mejilla se fue hacia dentro de la universidad. Yo me quedé allí plantada, pasmada y no solo por su beso, sino porque ¡se sabía mi nombre! ¡Cómo se sabía mi nombre! Un escalofrío surcó mi cuerpo haciendo que tuviera que negar con la cabeza para quitarme esa mala sensación. Comencé a caminar con el corazón bombeándome a una velocidad muy grande. En cuanto me topé con la señora Bruce, ella me sonrió como la primera vez y me acompañó hacia el despacho del director. Allí, sentado en su silla el director Williams me saludó en cuando me vio pasar: Le entregué los papeles, y él comenzó a revisarlos. Tras finalizar de leer me miró y asintió.
—Por curiosidad —dijo mirándome —¿cuál era tu rendimiento en el instituto?
Me encogí de hombros. No es que fuera la mejor de todo el instituto, pero mis notas eran buenas, nunca bajaba de un siete, claro que, yo era de las que se pasaban horas y horas estudiando para los exámenes, y comenzaba a estudiar una semana antes del examen. Pero a quien quería engañar, el instituto no era lo mismo que meterse a una universidad donde no conocías a nadie y no sabías como los profesores explicaban.
—Mis notas nunca bajaban de un siete —contesté —puede mirar mi expediente si así lo desea.
El hombre sonrió.
—Me encantaría hacerlo, siempre es bueno tener alumnos ejemplares.
Me ruboricé tras escuchar eso y sonreí. Estuvimos hablando un poco más sobre cómo iban las cosas en esa universidad. La señora Bruce se ofreció a enseñarme la universidad, empezando por las salas de menos importancia como por las más grandes.
—Una pregunta, por curiosidad —tragué saliva —¿quién es Eros Davies?
La mujer me miró con sorpresa y esbozó una sonrisa triste.
—Cada año, el instituto y la universidad hacen competiciones, es una manera de darle fama a nuestras instituciones, ese chico que para aquel entonces tenía trece años compitió y fue el primero en ganar —explicó, pero no me dijo nada que yo quisiera oír realmente.
—¿Estudia aquí? —Pregunté mirandola.
—No, ese chico desapareció hace cinco años, no se sabe nada de él —dijo la mujer en un susurro.
Cuando pasamos por la vitrina donde estaban todos los trofeos me quedé mirando a ese chico y ¡Dios! Casi caigo de culo al ver que ese mismo chico era con el que yo me había encontrado en la calle. Ese chico era Eros Davies, pero... Si había desaparecido ¿cómo es que yo me lo había encontrado por la calle? ¿Esa misma sombra era él? Cuando la mujer terminó el recorrido por la universidad salí de ella y comencé a caminar hacia mi casa, pero algo me hizo detenerme abruptamente. De nuevo él, a lo lejos, en la esquina de una calle, pero esta vez de nuevo era completamente negro, una sombra donde no podías distinguir sus rasgos fáciles, era como una mancha, pero sabía que era él, jamás me olvidaría de esa forma tan... tenebrosa.
Camine más rápido. Miraba hacia atrás esperando que esa sombra no me siguiera o que al menos hubiera desaparecido, pero no, al mirar hacia adelante la tenía justo al lado. Pegué un grito haciendo que varias personas de las que pasaban por ahí se me quedaran mirando asustadas.
—Desaparece, por favor —susurré.
Mi teléfono comenzó a sonar, lo cogí con las manos temblorosas y miré la pantalla. Un sollozo escapó de mis labios al ver que el mensaje provenía de ese número extraño. Sentí una brisa en mi nuca al entrar al chat y leer con más detenimiento el mensaje.
—No te asustes de mí, yo no soy el malo, son ellos —respiré profundo —tienes que entrar en la institución mental de Clovelly, allí estoy yo —limpié mis lágrimas para ver mejor —ayúdame.
—¿Cómo voy a entrar en una institución mental? —Pregunté en un susurró mientras lloraba.
Para mi sorpresa recibí un nuevo mensaje.
—Él trabaja allí, tú lo conoces, tienes que sacarme de allí, terminaran matándome.
Miré a cada lado de mi cuerpo, no había ninguna sombra. Fue como si se desvaneciera en el viento, pero seguía siendo extraño, pues seguía recibiendo mensajes. A cada cual más extraño.
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Danger #2 ✔️
Teen FictionPortada creada por: @luaescribe😍🛐 Reescribiendo. Una nueva casa. Una nueva vida. Y un montón de nuevos problemas. -No mires hacia arriba -le susurró una voz en su interior en cuanto estuvo frente a la fachada de su nueva casa. Las prohibiciones...