5. Institución Mental Clovelly.

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Ese escenario parecía sacado de una película: científicos por cada sitio del area de la habitación, maquinas en funcionamiento todo el tiempo, un ambiente muy tenso y escalofriante, miradas de advertencia y mucho, mucho miedo. Tan solo había una camilla justo en el medio de la habitación y encima de ella, completamente desnudo había un hombre, lleno de cables que se conectaban a todas las maquinas: un medidor de frecuencia cardiaca, máquina de anestesia, una máquina de presión arterial, para medir la saturación de oxígeno y entre todas esas máquinas lo que más resaltaba era esa mesilla quirúrgica que tenía todo tipo de bisturís, pintas y sobre todo grandes jeringuillas con un líquido de color amarillo. El hombre quien yacía en la cama medio moribundo tenía en su cuello varios picotazos que daban señales de que esas personas que andaban por allí como si estuvieran paseando por el parque le habían inyectado más de una vez ese líquido. Él no se movía, tenía los ojos cerrados, su cuerpo totalmente relajado y su pecho subía y bajaba con una lentitud que daba miedo.

Su monitor cardiaco y las maquinas que lo seguían dejaban ver que ese hombre iba a fallecer dentro de muy poco, casi no tenía signos vitales y al parecer a las personas que había allí no le importaba para nada. 

—Su pulso baja cada vez más, jefe —comentó una mujer de cabello muy corto rubio.

El jefe miró la máquina y asintió como si no fuera gran cosa. El hombre en la cama comenzó a convulsionar de tal manera que ahora sí todos los científicos que había en la habitación se acercaron a él. Comenzó a expulsar el líquido amarillo por la boca dejando a todos paralizados.

—¡jefe! ¡Se nos va! —Gritó ahora un hombre cogiendo los desfibriladores —cuando mandes —comentó más calmado.

El jefe miró a quien intentaba salvar al chico y negó con la cabeza.

—Ya tenemos lo que queremos, no hace falta mantenerlo con vida —comentó —cremarlo —dio la orden y todos se quedaron mirando a su feje y luego entre ellos.

—El expe...

—Me importa una mierda el experimento, Jeffrey, hemos conseguido lo que queríamos —se cruzó de brazos mirando al hombre que intentó contradecirlo —sus células nos servirán de mucho, crear a muchos como él —sonrió.

—Aron nos pisa los talones —comentó ahora una mujer —los Kuipters van muchísimo más avanzados que el experimento Danger —soltó un largo suspiro —jefe, si dejamos que Danger muera morirá consigo la oportunidad de acabar con Aron —le intentó hacer entrar en razón. 

Su jefe se quedó mirando a sus hombres. La máquina que monitoreaba sus signos vitales pitó de manera que daba entender que el hombre había fallecido. Todo se sumió en un silencio ensordecedor. Nadie movía ni un solo dedo.   Fue entonces cuando su jefe levantó la mano y todos se acercaron a la camilla e intentaron reanimar al hombre. No conseguían hacerle volver a respirar.

—Adrenalina —dijo uno poniendo la palma de la mano hacia arriba para que le pasaran la jeringuilla.

Se quitó el sudor de la frente y le inyectó la adrenalina. Esperaron varios segundos, pero nada pasaba, el hombre seguía inerte encima de la cama, pálido. Fue entonces cuando una mujer de estatura media y el cabello anaranjado y rizado se acercó a él con otra jeringuilla de adrenalina y se la inyectó en el corazón. Volvieron a esperar esta vez con menos esperanzas que antes, pero el hombre tumbado en la cama se levantó dando una bocanada de aire y los ojos amarillos. Todos en la habitación se alejaron de él, pero era demasiado tarden, le habían inyectado muchas cosas a una máquina de matar y la anestesia ya no servía nada, por más que lo doparan su cuerpo parecía rechazar cualquier tipo de calmante. 

El Danger se levantó con más fuerza que nunca, desató todas las cuerdas que lo unían a la cama sin dejarle escapatoria, los gritos de terror no se hicieron esperar y la sangre... cubría casi toda la habitación. Ese hombre estaba desenfrenado y parecía que nadie ni nada podían pararlo. Sus ojos abiertos como dos hoyos enormes de color amarillo, sus venas que se marcaban como si estuvieran apunto de explotar, los músculos que parecían querer rajar toda la piel a su paso.

Habían despertado al mismísimo Diablo, y ahora solo quedaba huir o morir y la segunda opción era la más probable.

La respiración del Danger era muy fuerte, daba grandes bocanadas, emitía un gruñido enfermizo, sus movimientos eran agiles, como un depredador acechando a su presa después de varios meses sin comer. No cabía duda de que habían convertido a un niño con simples poderes en un hombre que aniquilaba todo a su paso: sin conciencia, sin remordimiento, sediento de sangre. 

—¡Correr! —Gritó el jefe acercándose a la puerta de emergencia.

Fue entonces cuando su cuerpo chocó contra alguien, o más bien algo.

—¿Papá? —La voz de una chica resonó en toda su cabeza haciendo que su corazón y rodo su sistema se quedara paralizado.

La mirada de la chica se quedó mirando a un punto de la habitación, un punto donde se veía como un hombre de grandes músculos y venas muy marcadas destripaba a todo el personal que estaba cerca de él. El rostro de la chica se había quedado completamente desencajado por el horror, todo lo que sus ojos estaban viendo parecía a ver sido sacado de la peor película de gore. Sangre, cuerpos desmembrados, cabezas desencajadas del cuerpo con los ojos y la boca abiertos. Lo último que sus ojos habían visto fue a un monstruo, a uno de los peores demonios que jamás había pisado la tierra y habían tenido la mala suerte de cruzarse con él, de hacerlo enfadar. Ya no había vuelta atrás, todo se iba a la mierda con cada segundo que pasaba.

Su teléfono sonó, ella, que no apartaba la vista de esa terrorífica escena lo cogió y miró la pantalla.

—Ayúdame.

Su mirada volvió a ese hombre, que ahora parecía un chico normal, de su edad más o menos, estaba sentado en medio de la habitación abrazándose así mismo. Buscó a su padre con la mirada, pero este se había ido corriendo sin importarle lo más minimo su hija, su corazón comenzó a latir a gran velocidad. Su mirada repasó toda la habitación y se clavó de nuevo en ese chico lleno de sangre y rastros de cuerpos. Su espalda que estaba encoraba hacia adelante subía y bajaba en una respiración muy irregular. Ella dio un paso hacia atrás a punto de salir corriendo. 

¿Cómo había llegado hasta allí? Ni siquiera lo sabía, había comenzado a caminar y cuando se quiso dar cuenta estaba en la puerta de la institución mental. Solo quería volver a casa, con sus padres, con su vida normal. Pero, ¿qué normalidad? ¿Una normalidad en la que tu padre huye como un cobarde dejándote ante el peligro? ¿Una normalidad donde desconocías lo que tu padre hacía? ¿Una normalidad en la que ves sombras? ¿De qué normalidad hablamos?

—Selena —la voz del chico hizo eco entre esas cuatro paredes.

—Eros —susurró ella mirando al chico.

Se debatía entre si irse o quedarse allí. Él más de una vez le había pedido ayuda, y ahora que tenía la posibilidad de hacerlo solo quería salir corriendo, salir de aquel infierno. Jamás se esperó que el tipo de ayuda que ese chico necesitaba era de ese tipo. ¿Cómo iba ella a cargar en la espalda algo así? Ese chico era un asesino, había matado a muchísimas personas, ¿qué pasaría si ella lo ayudaba a salir de allí? No había nada seguro, pero tan solo con ver el panorama algo podía olerse y no era para nada agradable.

Dio otro paso atrás, y otro, y otro más.

—Es lo mejor —susurró para ella misma sin despegar la mirada de ese chico completamente desnudo y cubierto de sangre —es lo mejor —volvió a repetirse.



Danger #2 ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora