8. Los Líquidos.

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Debido a la cantidad de sombras que había en mi habitación todo era oscuridad, ni siquiera la luz que entraba del pasillo era suficiente como para iluminar, aunque solo fuera un poco esa habitación. Fue Eros quien me agarró del brazo y me obligó a dar un paso atrás. Todas las sombras parecían estar mirándonos a nosotros, quietas, imperturbables. Un escalofrío me hizo cerrar los ojos y decirme a mí misma que todo estaba bien, pero a quién quería engañar, nada estaba bien y con cada minuto que pasaba la cosa se ponía peor, ni siquiera Eros quien había sido uno de ellos entendía que pasaba y por qué todas estaban allí. Según Eros, él había conseguido comunicarse conmigo porque había encontrado una parte de él, peor, ¿y ellas? Estaban en mi casa, donde yo había vivido desde que tenía uso de razón. No sabía nada... Nada.

—Quieren algo —escuché decir a Sam desde detrás de nosotros.

—¿El qué? —Pregunté sin despegar la mirada de ellas —¿y cómo es posible que tú puedas verlas si nunca lo pudiste hacer? 

Y como decía las cosas se ponían cada vez mucho más negras. Sam que parecía haberse dado cuenta de ello muy tarde me miró completamente aterrada. Salimos de allí cerrando la puerta de mi habitación y caminamos a la que solía ser la habitación de mi mejor amiga cuando se quedaba a dormir en mi casa, aunque bueno, siempre terminaba durmiendo en mi cama, sí, esa cama que ahora estaba siendo usada por sombras tenebrosas y mudas. Ella se sentó en la cama, yo em quedé dando la espalda a la puerta y Eros se apoyó en el escritorio co los brazos y las piernas cruzadas. 

—Si entendemos tu caso tal vez podamos entender el de ellas —comenté.

—Mi caso es muy sencillo, casi mato a mi padre, ellos se asustaron y me enviaron a un psiquiátrico, lo que, supongo que no sabían, es que experimentarían conmigo de tal manera que me convirtieron en lo que soy ahora.

—¿Y qué eres ahora? —Preguntó Samantha mirandolo.

—Una persona que puede convertirse en una máquina de matar si le tocan los cojones más de la cuenta —la miró con amenaza y ella sonrió.

—No creo que seas peor que mi padre —dijo mirandolo.

Eros frunció el ceño y me miró, yo negué con la cabeza diciéndole así que pasara del tema. 

—¿Puedes contarnos punto por punto cómo fue? —Pregunté mirandolo.

Él suspiró y asintió, fue entonces cuando comenzó a hablar:

—Tenía catorce años, había discutido con mi padre porque ese día no me iba a dejar asistir a un campeonato de atletismo, era uno de los más importantes, pero yo me había portado mal esa mañana —sonrió con vergüenza —cosas de niño, no me quería bañar y grité a mi madre —bajó la mirada —él me dijo que por haberle hablado mal a mi madre no iría al campeonato, que fuera la primera y la última vez que la hablaba así, yo —carraspeó —le saqué la lengua a mi padre y él me levantó la mano, lo miré con miedo y furioso, no sé cómo lo hice, pero con solo mirarlo empecé a dejarle sin oxígeno, él se llevó las manos a la garganta y se dio la boca pensando que había alguien por detrás estrangulándolo —negó e hizo silencio durante varios minutos —cuando me di cuenta de que era yo el que estaba haciendo intenté dejar de hacerlo, pero el cabro era tan grande que no podía dejar de estrangularlo, hubo un momento en el que su cara se puso morada, ya casi estaba muerto, pero entonces apareció mi madre, me dio un empujón desconcentrándome y obligándome así a dejar de hacerlo. Ellos me miraban con miedo —dio una bocanada de aire. Ambas nos habíamos dado cuenta de lo mucho que le estaba costando contar todo eso y que lo peor estaba por venir —yo salí corriendo, em encerré en esa pequeña habitación de la habitación —me miró y yo asentí —ya tenía varias cosas ahí con las que jugar o simplemente con las que entretenerme, mis padres no conocían esa puerta, ni siquiera sabían que existía. Estuve allí metido durante tres semanas, no comía y lo poco que bebía era de una lata que había allí para recoger el agua de una gotera, pero entonces dieron conmigo porque un día en una de mis escapadas al baño me pillaron, pero no estaban solos —apretó la mandíbula —estaban tus padres, él vestía de hablando y llevaba consigo un maletín, y tu madre vestía normal —se rascó la nuca —intenté estrangular a tu padre al ver que se acercaba a mí con una jeringuilla, yo gritaba enfurecido y miraba a mis padres con decepción, sabía que no tenía por qué sentirme así, que era yo quien casi mata a mi padre, pero era inevitable.

«Tu madre al ver que casi mato a tu padre le quitó la jeringuilla y me la inyectó en el cuello. Lo último que recuerdo es escuchar el grito de mi madre aterrorizada. Luego desperté en una habitación, tenía una camisa de fuerza puesta y una venda en los ojos. Poco después me sacaron de aquella habitación y comenzaron con el experimento. Supe días después que había en una parte de Londres más personas con poderes, pero ellos eran de otros tiempos, que habían sido congelados durante más de cincuenta años para despertar en estos tiempos, me enteré que se llaman Kuipters, un tal Aron fue quien los creó.  

—¿Y cómo se supone que se crea a personas con poderes? —Preguntó Sam.

—Hay tipos de líquidos, el más usado y el que usaron conmigo es el líquido amarillo, no sé si es el más fuerte o el más potente, pero sé que altera los genes, si por ejemplo tienes telekinesis ese liquido multiplica el poder, lo hace más fuerte más agresivos, y luego está el líquido morado, son los dos únicos que han usado conmigo, este último te debilita hasta tal punto que te deja medio muerto, tus signos vitales casi no responden.

Me quedé mirandolo. Era desagradable pensar y saber cómo la mente humana podía llegar a ser tan retorcida. Tan solo pensar todo lo que sufrió Eros desde sus quince años de edad me revolvía el estómago, me encogía el corazón de tal manera que se me formaba un nudo en la boca del estómago. 

—¿Crees que esas sombras de ahí estarán en el psiquiátrico? —Pregunté después de vario segundos de total silencio.

—No, en la institución mental de Clovelly no hay más como yo. No sé en qué otra parte del mundo estarán, pero en Clovelly no.

De nuevo silencio, pero esta vez mi cabeza estaba funcionando a toda velocidad pensando en que otra parte del mundo podrían estar esas sombras y es que la respuesta podría ser muy diversa, pues cada una de esas sombras podrían pertener a diferentes del mundo. Lo único que estaba claro es que esas personas estaban corriendo peligro y que de un momento a otro podrían morir. 

—Creo que la única manera de saberlo es preguntando, si Eros pudo comunicarse contigo tal vez ellas también puedan hacerlo —aconsejó mi mejor amiga mirándonos a ambos.

Eros y yo nos miramos. Comenzamos a caminar hacia la puerta y así salir de esa habitación y adentrarnos en la mía, pero entonces me bloqueé, no supe que hacer ni que decir, era como si mi garganta se hubiera cerrado y de ella no saliera absolutamente nada. 

—Tú puedes, pulga —me susurró Eros desde detrás. 

Acarició cada lado de mi cintura y besó mi cabeza. Si estaba intentando ponerme más nerviosa lo estaba consiguiendo con creces, pero aun así no le pedí que se alejara, tenerlo así de una forma extraña me hacía sentir segura. 

—¿Quieres que te ayude? —Preguntó él y yo negué.

Podía hacerlo sola. 

Sí, yo podía...

—Hola —mi voz salió en un hilo. Carraspeé mi garganta y volví a intentarlo —¿de dónde sois? Podéis comunicaros conmigo a través de la televisión. 

Pero, claro, con ellas no podía ser tan fácil como lo fue con Eros. Un libro salió volando, di un salto hacia atrás, chocando mi espalda contra el cuerpo de Eros, lo miré por encima de mi hombro asustada y él sonrió.

—La respuesta está clara —susurró acariciando mi mejilla —son de Italia —señaló con su cabeza el título del libro que habían lanzado.

Italia... ¿Cómo narices les iba a ayudar si estaban en Italia?

Danger #2 ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora