Habitación

11 3 0
                                    

Cuatro paredes, suelo y techo.
Un espacio cerrado.

Paredes que en apariencia están hechas de hormigón. Deben ser gruesas, pues cuando acerco la oreja y doy golpecitos en ellas, jamás podría decir que ahí detrás hay algo.
Firmes, verticales, puras, inquebrantables.
Marcan límites con todo lo que hay fuera. De superficie lisas y con cuatro ángulos rectos, estas definen el espacio en el que existiré hasta nuevo aviso.
En una de ellas hay una puerta. Parece muy pesada. A pesar de haber visto días mejores, parece ser capaz de aguantar cualquier cosa, como si se tratase de su primer día. Recuerdo que al entrar aquí, había una cerradura por fuera, pero desde dentro no hay por donde abrirla. Paso horas y horas intentando mirar por el hueco que hay abajo para ver si veo a alguien pasar, pero mis esfuerzos son en vano. Apenas se ven sombras tenues.
Hace mucho tiempo que por curiosidad decidí entrar aquí. Al principio parecía cómoda: un sitio donde refugiarse, donde nadie me puede molestar y del que tengo control absoluto. Podía salir y entrar sin problemas y mi estancia aquí era un deleite, hasta que un día la puerta se cerró sin ni siquiera darme cuenta.

Cada mañana en el espejo de esta triste habitación encuentro un ser deforme, una triste escultura con vida que parece una tétrica marioneta manejada con hilos. Es bastante escalofriante ver cómo intenta gesticular algún tipo de expresión. Se desplaza dando tumbos y sus movimientos son erráticos.
Más que un espejo, pareciera como si fuera una especie de ventana a otro lado cualquiera, a otra habitación parecida a la mía. El realismo de la proyección me deleita, he soñado demasiadas veces con atravesar este psicodélico pasadizo para escapar de mi habitación. He roto el espejo exactamente 245 veces, 246 si cuento la del día de hoy. De los pocos fragmentos del espejo con un tamaño considerable, solo puedo aprovechar dos: uno lo utilizo para los días con suerte y el otro para los más desdichados. Todos los demás, o son minúsculos o están llenos de sangre, haciendo imposible su función de reflejar cualquier tipo de luz.

Intenté limpiarlos con el grifo, pero desde que me quedé encerrado, solo sale un sucio y espeso líquido negro que a veces se queda atascado en la tubería. La asquerosa sustancia se desplaza por el lavabo como si tuviera vida propia, recorre cada punto de la pieza de cerámica hasta que no quede nada limpio. Una vez probé a tocarla con un palo y no pude recuperarlo. Es como si todo lo que toca, queda para siempre en su dominio eterno. Cuando ya no aguanté más, intente usarla como bebida para no morir de sed. A pesar de que lo ocurrido no fue agradable, mis expectativas eran aún peores. Noté como la masa viscosa atravesaba mi garganta con dificultades hasta llegar finalmente al estómago. Es como si miles de cromos se pegaran y se despegaran en mi esófago. Cuando te acostumbras te puede resultar hasta agradable. Además, con esto no hace falta comer.

A veces pienso en lo que habrá fuera. Aunque ya haya estado, me pregunto cuánto habrá cambiado todo. Quizás todo esté tal y como lo dejé, como si ahora estuviera congelado en el tiempo. Podría beberme el café a tiempo, llegar a mi trabajo puntual, y saludar a todos sin que nadie se preocupe. Aunque también podría haber pasado más tiempo de la cuenta. Cabe la posibilidad de que esté todo destruido y sólo haya sobrevivido esta habitación. Si en algún momento se abriera la puerta, sólo habría más allá un páramo que duele al pisarlo en el que se respira muerte y nostalgia. Sin embargo, a pesar de todas estas opciones, lo peor que se me ocurre es que al otro lado haya otra habitación igual. Solo de pensarlo me dan escalofríos.

Me replanteo seriamente si quiero salir. Ha pasado tanto tiempo que me he acostumbrado al placer de la soledad y el silencio. No sé si soportaría escuchar ruido de nuevo. El tránsito, las voces... El caos parece que me espera a la salida de mi condena sin fin. Pero claro, sé que mientras no salga, estoy a salvo. Es imposible que pueda entrar. Las paredes que tanto he tanteado me dan la certeza de que si algo entra, no va a ser por ahí. La puerta parece que afirma de igual manera. Me tumbo y miro al techo. Parece una pared pero puesta arriba. Si algo predomina en la sala es la monotonía. Supongo que eso es lo que buscaba, defenderme de todo aquello que es inestable y que ahora me intenta dar alcance. Pero ahora estoy protegido. Todo esto me protege.

Cuatro paredes, suelo y techo.
Un espacio cerrado.

Eat a candy when you are going to sleepDonde viven las historias. Descúbrelo ahora