Auriculares

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Salgo a la calle y me pongo los auriculares.
Escuchar música me distrae de todo lo que ocurre a mi alrededor.

Si alguien me llama, no lo puedo oír.
Si un coche me pita, no lo puedo oír.
Si la gente conversa, no lo puedo oír.

Música.
Silencio.
Calma.
Trance.

Un dulce hilo se desliza por mis oídos, haciéndolos prisioneros de su impecable mandato. Sumisos, ignoran cualquier orden que no pertenezca a su señor, y son devotos a las voluntades del supremo.

Todo lo que suena por los auriculares es agradable. Quizás haga sentir mejor o peor. Pero siempre hay una liberación de satisfacción, como si desde que me quito ese par de cachivaches estuviera deseando volver a ponérmelos para volver a escuchar esa canción que recuerda a aquellos tiempos en los que el atardecer se teñía de un rosa caramelo, tan dulce como la morriña navideña.

El exterior es tan aburrido...
Siempre que tengo la oportunidad, escucho mis pensamientos antes que escuchar la interferencia monótona que produce esa selva maniática que rige rigurosamente todo lo que puede y no puede ocurrir. Como si se tratara de un triste piano que toca la misma nota sin parar, el entorno no devuelve más que esa melodía de un solo argumento la cual entretiene a las mentes más endebles.

¿No es cansino?

Ya no quiero escuchar eso más.

Ya no quiero escucharte más.

La próxima vez que salga, me pondré los auriculares.

Pero no me los volveré a quitar.

Eat a candy when you are going to sleepDonde viven las historias. Descúbrelo ahora