➡Capítulo 19: Veinticuatro

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El día de mi vigésimo cuarto cumpleaños Chloe dijo que había preparado una gran sorpresa para mí. Compró camisetas idénticas para que las usáramos, me dio el disco de un cantante alemán que yo no conocía pero que de alguna manera logré amar y, justo cuando pensé que no había nada más, esposó nuestras muñecas.

—Hoy estaremos todo el día juntas —Se rio ella al ver mi expresión de desconcierto.

—¿Y si tenemos que ir al baño?

Es extraño que mi preocupación no se centrara en esa horrible camiseta naranja que llevaba puesta ni en la perdida de libertad.

—Pues iremos juntas —Respondió mi novia como si fuera completamente obvio.

Y lo era.

Decidí no argumentar más con ella y salir del departamento como me lo pidió. No supe donde planeaba llevarnos, pero no se lo pregunté porque sabía que, o no me respondería o yo detestaría el lugar.

Prefería arriesgarme.

No dijo nada cuando debimos subir nuevamente hasta mi departamento para que yo me sintiera bien, y tampoco cuando llamamos a tres taxis diferentes porque para mi mente la primera opción nunca era la correcta.

Chloe, siendo sincera, parecía divertirse con mi locura. A mí, al mismo tiempo, me divertía la suya.

Tal vez por esta razón éramos perfectas juntas.

—¿Puede llevarnos a la feria? —Preguntó amablemente al conductor del vehículo, quien nos sonrió con calidez en cuanto entramos a su auto— Quiero ganar un oso enorme para ella.

El conductor asintió con felicidad. Pude notar lo muy encantado que la presencia de Chloe lo había dejado, y me sentí afortunada de tenerla a mi lado.

Estaba segura de que ella podría haber conseguido a cualquier chico o chica en el mundo, pero me había elegido a mí.

Y yo la había elegido a ella.

—La mayoría de esos juegos son trucos —Le advirtió el hombre—, así que no te deprimas si no ganas nada. Estoy seguro de que tu novia se sentirá feliz si solo lo intentas.

—Y yo estoy segura de que voy a ganar.

El conductor había sido bastante amable, pero Chloe se veía realmente enojada al responderle. Lo ignoró el resto del camino, e incluso debí abrazarla para calmar su ira, la cual solo se desvaneció cuando bajamos del vehículo.

—Lo odio —Me dijo Chloe con exasperación mientras buscábamos en aquella feria repleta de pequeños niños el oso de felpa que más me gustara.

—¿Por qué? Ha sido bastante amable, Chlo.

—Lo sé, pero lo odio porque se parece a todos los demás —Resopló ella mientras unía nuestras manos. Al parecer las esposas no eran suficiente para ninguna de las dos— Cree que es imposible. Piensa que fallaré incluso antes de que yo lo haya intentado… Es como todos los demás, porque tiene los pies sobre la tierra y yo nací para volar.

Para ella esta última frase era completamente literal.

—Me gusta ese —Le dije al notar un enorme oso en uno de los puestos cercanos. En él debía hacer caer una pila de botellas, y me pareció el juego más fácil de ganar.

Sabía que ella no se rendiría en hacerme feliz, así que estaba intentando hacerla feliz también.

Chloe ganó tres pequeños osos antes de obtener el que yo quería, y juro que su alegría era mucho más grande que la mía. Lo llamé Eclipse y a Chloe le encantó. Dijo que era nuestro hijo.

También llamó al conductor del taxi para presumirle su logro y decirle con cierta burla que su pesimismo no la había afectado ni un poco. Él finalizó la llamada algo enojado mientras ambas nos reíamos de su idiotez.

Los más pequeños osos los regalamos a niños que no parecían tener ningún tipo de suerte ese día, y para ellos Chloe fue su suerte.

—¿Ahora qué quieres hacer? —Me preguntó antes de besar mis labios veinticuatro veces, su número favorito del día y la cantidad de años que yo cumplía.

—Quitarme estas esposas —Le respondí, aunque no quise sonar dura. Se sentía bien estar junto a Chloe, pero había un detalle que me inquietaba—… Exactamente cuarenta y siete personas nos han mirado como si estuviéramos locas en el tiempo que llevamos aquí.

Y, aunque los continuos cálculos no me permitían concentrarme plenamente en nuestra cita especial, ella no me quitó las esposas. Por supuesto, no lo hizo por egoísmo.

Accidentalmente había dejado las llaves en casa.

Compramos palomitas de maíz porque necesitaba algo en mi estómago. Ella terminó dándome de comer mientras contaba por mí, pues decía que en mi cumpleaños no debía hacer ese tipo de esfuerzos.

Yo sonreí, pues cada vez que una palomita entraba en mi boca ella me besaba. Y yo me sentía en la mejor de todas las películas románticas.

Luego de eso subimos a un par de atracciones más. Yo amé la montaña rusa en la que ella casi lloró al subirse, y su favorito fue el aburrido tiovivo en el cual doce niños se acercaron a preguntarnos si no éramos demasiado mayores para estar allí.

—¿No crees que debemos volver, Chlo? Está oscureciendo, ya hemos estado aquí bastante tiempo —Me acerqué a ella antes de besar su mejilla y susurrar seductoramente a su oído: —, quiero que hagamos el amor en mi cumpleaños…

—¡Yo también quiero! —Exclamó ella con felicidad mientras aplaudía, acción que lastimó un poco mi muñeca esposada. Luego de eso me besó, y de no saber que nos miraban la habría desnudado allí mismo— Pero antes debemos ir a la rueda de la fortuna.

Y, aunque moría por hacerla mía, le permití guiarnos hacia nuestra última atracción.

Nos sentamos en aquel lugar mientras nuestras manos, a pesar de que no podían separarse debido a las esposas, se unieron. Eclipse estaba a mi izquierda, tal vez riéndose de nosotras en su macabra mente de felpa.

Ella cerró los ojos cuando comenzamos a ascender.

—¿Le tienes miedo a las alturas, Chlo?

Ella negó, pero sabía que mentía.

—Estoy aquí —Le aseguré mientras acariciaba su mejilla—. Nada va a sucederte.

Mi novia pareció calmarse un poco gracias a mis palabras, pero el temblor de sus manos junto a sus ojos cerrados era algo que persistía.

—Cuando era pequeña le tenía miedo a las alturas, así que papá se enojó conmigo porque él no quería cobardes en la familia. Para arreglarme me obligó a subir a una rueda de la fortuna. Di vueltas durante varias horas, y cuando bajé él se había marchado. Debí regresar sola a casa…

Una lágrima había descendido por su mejilla, la cual limpié con un beso que la obligó a mirarme fijamente a los ojos.

Bajo la luna, con lágrimas en los ojos y sentada en aquella rueda de la fortuna, el ambiente parecía narrar el más conmovedor de todos los poemas inspirado en ella.

—No le temo a las alturas, Beca. De otra forma subirme a aviones tan seguido sería un gran problema… Le temo a lo que pueda suceder al bajar —Me confesó.

Y eran sus momentos de verdadera debilidad los que me hacían recordar cuan humana Chloe era.

—Yo no voy a dejarte —Le prometí mientras acariciaba sus mejillas y depositaba un beso en su frente— No puedo, en realidad —Intenté bromear mientras le mostraba nuestras muñecas esposadas.

—¿Y qué sucederá cuando te quite las esposas?

¿Acaso estaba dudando de mí?

—Siempre estaré a tu lado, Chlo.

Ella supo que le había mentido, pero no me dijo nada porque yo no me había dado cuenta de la falsedad que se encontraba en mis palabras.

—¡Mira, Beca! ¡Estás allí! —Y justo frente a nosotras la luna nos miraba, tal vez preguntándose por qué un par de dementes enamoradas la señalaban sin respeto alguno— Eres hermosa —Dijo, pero no la miraba a ella. Me miraba a mí.

La besé, y luego de eso se formó entre nosotras un cómodo silencio que nos arrullaba.

—Tengo una pregunta —Dije suavemente, rompiendo de esta forma nuestro momento.

-¿Si?

—¿Por qué crees que soy la luna?

—Porque lo eres —Contestó ella con obviedad.

—¿Y por qué lo soy?

Ella apoyó su mentón en mi hombro y suspiró.

—Cuando era pequeña mamá decía que mi mente siempre estaba en la luna, y cuando te conocí mi mente solo estaba en ti. Es así como lo supe.

Y, gracias a sus palabras, me permití creer que nuestra historia tendría un final feliz.

—Chlo —La llamé con cierta tristeza.

Tal vez era la presencia de la luna en el cielo nocturno lo que había aflorado mi nostalgia.

—¿Sucede algo, señora Luna?

—No quiero perderte —Le confesé.

—Y yo tampoco quiero perderte a ti —Admitió ella con un suspiro.

—¿Entonces por qué quieres marcharte?

Debí haber sabido que traer ese antiguo tema a nuestra conversación no era una muy buena idea.

—¿Por qué tú no quieres seguirme? —Contraatacó ella, y es que también tenía algo de razón.

Suspiré, pues nuestra historia de amor parecía irreal, pero dolía de tal forma que no me cabía duda de que debía estarla viviendo.

—¿Mis únicas opciones son seguirte o perderte, Chlo? —La interrogué, aunque ya conocía la respuesta.

—Sí, y las mías son quedarme o perderme. Como ves, ambas estamos jodidas.

Tenía razón.

—¿Disfrutamos de esta noche? —Me preguntó diez segundos después mientras besaba veinticuatro veces nuestras manos esposadas.

Acepté no sabiendo que lo que vendría después me destrozaría por completo.

Seguirte O Perderte | BechloeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora