➡️Epílogo: Dos años después

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Me gustaba tener una vida completamente controlada. Odiaba lo inesperado, los cambios innecesarios, los días sin planificar. El azar era mi peor enemigo, y los números dentro de mi cabeza se habían convertido en los únicos que podían comprenderme.

Sin embargo, cuando Chloe llegó a mi vida, me di cuenta de que podía olvidar las cantidades unos momentos, pues cuando quisiera regresar a ellas seguirían allí.

Chloe me había enseñado a ver el lado incontable de la vida.

Cuando ella se marchó no perdí esa capacidad. En realidad, comenzó a reforzarse.

Había vendido mi departamento de toda la vida por uno dos pisos más abajo. Ya no revisaba mi cerrojo seis veces antes de salir de casa, pues sabía que con tres sería suficiente. Tampoco regresaba para comprobar si había olvidado algo. Ya no corría para llegar al Acapella Cafe e incluso me detenía para saludar a las aves. Al entrar al café lo hacía solo una vez, y saludaba a Emily tanto como ella quisiera.

De repente mi vida se basaba en números que podían variar.

—¿Ninguna señal de ella? —Preguntó Adam, quien ahora tenía quince años y ya no estaba tan locamente obsesionado con mi jefa. Era el único de todas las personas que conocía, incluyéndome, que creía que Chloe podría regresar.

—Sabes que la he buscado durante estos dos años, Adam. No hay ninguna señal ni la habrá.

Era cierto, por supuesto.

Intenté encontrarla con todos los medios que conocía, pero ella parecía haberse esfumado. Chloe era como un buen sueño que había acabado demasiado pronto, como una mariposa perdida en el cielo, como el sol que se esconde tras las montañas solo para aparecer en otro lugar del planeta.

Incluso había intentado contactar a la madre de Chloe para saber un poco sobre su paradero, pero ella sabía menos que yo. Tampoco era como si le importara.

—Supongo que lo tuyo con Chloe está destinado a terminar de la misma forma que lo mío con Emily.

—¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo? —Hice la pregunta siete veces, pues era ese su número favorito.

—Siendo demasiado bueno como para hacerse realidad.

Y Adam tenía razón, porque Chloe era más de lo que cualquiera habría esperado, y mejor de lo que cualquiera habría merecido.

—¿Y cómo eres feliz con eso?

—¿La has visto sonreír cuando está con Matthew?

Puede que la relación de mi jefa con el maestro de música fuera más seria de lo que creía, y en ese momento estaban preparando su boda. Yo estaba invitada seis veces, pues Emily sabía lo mucho que yo amaba ese número.

—Soy feliz sabiendo que ella lo es, así que tu deberías pensar lo mismo.

Pero, aunque lo intentaba, no podía hacerlo.

Mi situación era distinta la de Adam, pero no quería decírselo. Él nunca había tenido una oportunidad con Emily. Yo, en cambio, había desperdiciado la mía siendo demasiado idiota.

Pensaba en ella seis veces al levantarme y antes de irme a la cama. Era esa la única rutina que se mantenía invariable en mi vida.

Me preguntaba si estaba sana, si era feliz, si había encontrado a alguien más.

Me preguntaba si los pajarillos aun le hablaban, si las rocas le deseaban un buen día, si los fantasmas seguían apareciendo en lugares repentinos y si seguía pensando en quien una vez ella llamó señora Luna.

Me preguntaba cuál era su número favorito del día.

Había escrito dos libros ese año, el último de ellos llamado “De la Luna al Sol”. En ninguno hablaba de nosotras, pues jamás creí que el amor pudiera venderse, pero ambas dedicatorias fueron para ella.

Quería creer que las leería. Quería creer que regresaría a mí.

En ese tiempo no lo hizo.

—¿Tienes planes para esta noche? —Preguntó Stacie repentinamente. Yo estaba quitándome mi uniforme de trabajo para finalmente marcharme, pero ella me había detenido en el proceso.

Tendría que quitármelo nuevamente una vez que se marchara para que mi mente me dejara en paz.

—¿Sucede algo?

—El primo de Jesse me pidió salir contigo, así que les programé una cita para esta noche.

La amaba, pero en ese momento deseé abofetearla doce veces. Tal vez más si mi mente no lo consideraba suficiente.

—Lo siento, Stacie, pero Aub me ha pedido cuidar de Ethan. Tiene cosas que hacer. Ya sabes…

Pero ni yo misma lo sabía. En realidad, solo estaba mintiendo. No quería salir con el primo de Jesse, ni con Jesse, ni con alguien que estuviera cuerdo o no tan demente como Chloe Beale.

—Tranquila, lo cuidaré por ti. Sé cómo tratar a los niños.

—Pero también debo visitar a mis padres…

-Beca, tú nunca visitas a tus padres. Además, te odian.

Ahora ella tenía razón.

—Pero…

—Chloe no va a volver ¿Lo sabes?

No había crueldad en sus palabras. No quería verme sufrir, pero aun así estaba intentando abrirme los ojos.

Quería que yo volviera a la realidad cuando el amor de mi vida vivía en el mundo de los sueños.

—Que no vaya a hacerlo no quiere decir que yo no pueda seguir esperándola.

Mi mejor amiga rodó los ojos, pero me dejó en paz. Tal vez entendía que yo, incluso después de dos años, seguía esperando contar sus parpadeos.

Aun así, sin razón alguna, le pedí a Stacie el número del primo de Jesse. Su nombre era Zachary y, según ella, parecía ser un buen chico. Incluso tenía una obsesión por la limpieza, lo cual lo hacía un poco parecido a mí.

Solo un poco.

Algo en mi mente me obligó a no borrar el contacto cuando llegué a mi departamento, y ese algo tal vez era mi deseo de avanzar.

Y es que yo deseaba avanzar, pero ni en mil años habría podido hacerlo.

Fue mientras bebía una cerveza y escribía mi siguiente libro sin concentrarme realmente en cuantas páginas había redactado que alguien llamó a mi puerta.

Era Jesse.

—¿Qué quieres?

No fui exactamente sutil, pero estaba interrumpiendo mi tiempo libre. Además, él ya no me gustaba y salía con mi mejor amiga, así que nuestra confianza me permitía ser quien yo quería frente a él sin necesitad de agradarle.

—Eres tan idéntica a Stacie que me sorprende el hecho de que no sean hermanas —Me dijo con una sonrisa que antes me habría vuelto loca pero que, en esos momentos, no me producía nada— ¿Estás segura de que su madre no perdió uno de sus muchos hijos?

—Eso sería genial, en realidad —Él se rio, pero mi intención no era esa. Yo solo quería que hablara de una maldita vez— ¿Ahora qué quieres? Tienes veinte segundos antes de que cierre la puerta en tu cara.

—No puedes estar hablando en serio…

—Quince.

—Está bien. Solo venía a decirte que tu cita te está esperando abajo. Suerte con eso.

—Pero yo no…

Pero no me dio tiempo de seguir, pues él me guiñó juguetonamente antes de marcharse. Por supuesto, me pidió que le dijera a Stacie lo mucho él la amaba.

Rodé los ojos, pues no entendía por qué de forma tan repentina me había convertido en su mensajera. También lo hice porque creía que él era bastante molesto.

Fue luego de un minuto que realmente me di cuenta de la situación que sus palabras encerraban.

Zachary estaba esperándome para tener una cita que no se daría, y tal vez todo era mi culpa. Seguramente Stacie pensó que, al yo pedirle su número, terminaría aceptando debido a mi indecisión, así que no lo llamó para cancelar.

Gruñí porque definitivamente yo no quería una cita. Ni con él ni con nadie más.

Con pantuflas y mi viejo pijama grisáceo bajé para hacer lo que Stacie había dejado pasar, y no me importaba acabar con sus ilusiones de una noche perfecta.

Las noches perfectas para mí no existían junto a él.

Bajé dos veces y practiqué mi discurso de rechazo en cuatro oportunidades. Estaba lista para que insistiera, para que se enojara, para decirle que solo había una persona con la cual yo quería tener una cita.

Nunca recité mi discurso.

Y es que allí, recostada en mi escarabajo blanco mientras vestía un llamativo vestido naranja, se encontraba Chloe Beale esperando por mí con una rosa marchita entre manos.

La noche era fría, lo recuerdo bien, y ella estaba temblando. Aun así, cuando me sonrió, había tanta calidez en ese pequeño gesto que no dudé en afirmar que seguía siendo la señora Sol que yo tanto amaba.

—Señora Luna… —Sollozó al verme.

La abracé y ella me abrazó antes de comenzar a llorar. Y como yo odiaba verla llorar lo hice también.

Aun llorando la llevé a mi departamento y le ofrecí una manta. También le di un poco de café salado, su favorito. Chloe aun temblaba un poco, pero fue capaz de tenderme la rosa con una sonrisa que había extrañado.

—La compré para ti el día que me fui. Sabía que te la daría algún día.

No pude evitar sollozar al escucharla. Su voz seguía siendo la misma, también sus facciones y la forma en la que se movía.

Era mi Chloe, mi viajera demente, y yo no podía creerlo.

No podía creer que la vida me estuviera dando una segunda oportunidad.

—Te esperé más de diez minutos, Beca. Más de treinta, más de una hora, más de un día… Yo solo quería que llegaras, pero tú nunca llegaste.

Y me sentí realmente mal, pues el haber llegado ese día al aeropuerto incluso cuando pensé que no había esperanzas nos habría evitado a ambas muchos años de sufrimiento.

—Cuando llegué a mi destino compré otro boleto. Creí que la vida me traería de regreso —Me contaba con tristeza mientras acariciaba mis manos. Las suyas se sentían muy frías en comparación, pero no me habría alejado aunque hubieran estado recubiertas con hielo— Pero no lo hizo, así que pensé que me estaba pidiendo vivir una aventura antes de regresar. Luego compré otro boleto, pero no me llevó a tu lado. Luego compré otro, otro, otro y otro, pero el resultado seguía siendo el mismo…

Yo escuchaba sus palabras atentamente, pues sabía que estaba disculpándose por haberse tardado demasiado. No creí que fuera necesario. Era yo quien tenía que disculparse por no estar junto a ella en esas aventuras.

—Me di cuenta de que la vida quería regalarme muchas aventuras antes de traerme de vuelta, pero yo solo te quería a ti, así que compré un boleto de regreso. Aun lo tengo en mi bolsillo.

Me asombré al darme cuenta exactamente de lo que ella había hecho por mí.

—¿Realmente elegiste un destino?

—No. Te elegí a ti.

Y ya no me quedó nada más que besarla seis veces para comprobar que yo no estaba alucinando, y ella lo hizo en seis oportunidades más.

Por primera vez desde que nos conocimos nuestros números favoritos coincidían.

—Lo siento mucho, Chlo.

Yo no tenía largas historias sobre vuelos, ni impedimentos, ni logros. Yo solo me había aferrado ciegamente a la idea de que ella regresaría, y eso no me parecía suficiente.

—No lo sientas. En realidad, gracias.

—¿Por qué?

—Por tus dedicatorias. Ellas me ayudaron a darme cuenta de que mirar el boleto no iba a hacerme daño, porque romper una rutina a veces puede salvarte la vida… O el corazón.

Y es que yo, en medio de mi desesperación amorosa, le había escrito lo que ella había pedido.

En el primer libro la dedicatoria anunciaba: “Para Chloe, la demente por la que yo habría reemplazado la mitad de mis piezas con la mitad de las suyas”

En el segundo fui un poco más breve: “Para la señora Sol, a quien necesito en nuestro eclipse”

—Necesito estar contigo, Beca. No quiero dejarte… Pero no quiero perderme, y tampoco perderte —Anunció antes de besar seis veces cada uno de mis nudillos— Supongo que es algo que ambas debemos hacer, Beca. Si queremos tener a la otra debemos renunciar a la mitad de nuestras piezas, y yo estoy dispuesta a ello.

Yo lo estaba también, pero en ese momento no podía hablar.

El tenerla tan cerca nuevamente parecía irreal.

—Estoy dispuesta a conocer el nombre de los destinos, Beca. Estoy dispuesta a planear, a regresar, a seguir a tu lado.

Finalmente las palabras lograron salir de mi boca, aunque el nudo en mi garganta las hizo débiles.

—Yo estoy dispuesta a conocer otras cantidades, Chlo. No me importa. La única cosa constante que necesito eres tú, lo demás es innecesario.

Ella me besó seis veces, y luego lo hice yo también.

Y de repente mis opciones no fueron seguirla o perderla, sino aceptarla como era. Y sus opciones fueron las mismas.

Es una suerte que ambas eligiéramos esa opción.

Esa noche tuvimos una cita, la única cita que yo quería. No fue nada especial. En realidad solo pedimos una pizza que comimos en la terraza bajo la luz de la luna, la cual Chloe ignoró completamente porque su única luna era yo.

Luego de eso hablamos sobre cosas de dementes.

Eclipse, nuestro hijo, estaba en su etapa de rebeldía. La señora Roca y el señor Tabla habían terminado su relación. Las aves habían aprendido nuevas canciones. Los fantasmas habían comenzado a contar chistes.

Y nosotras estábamos más locas que nunca, pero eso me gustaba.

Esa noche, cuando fuimos a dormir y mis brazos se enredaron en su cintura, me di cuenta de que no existía mejor orden en mi vida que el desorden que Chloe representaba.

—¿Señora Luna? —Me llamó somnolienta.

—Sí, señora Sol…

—¿Aun somos un eclipse?

—Por supuesto que si —Afirmé mientras besaba su fría mejilla.

Ella sonrió adorChloeda.

Se veía adorable, tal y como el día en el que la conocí.

—¿Quieres tener estrellas conmigo?

Juro que con ella habría sido capaz de crear galaxias enteras.

—¿Te parece si te contesto luego? —No quería apresurar las cosas, pero tampoco retrasarlas demasiado.

Había aprendido que el tiempo era algo en lo que no debía confiar

—Está bien, señora Luna.

Y le dije te amo dos veces. La primera porque lo sentía, y la segunda para que lo sintiera.

Fue así como, en medio de una noche donde la luna era yo, comencé a contar aventuras.

Seguirte O Perderte | BechloeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora