El Regreso

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Cuando dejo el bosque atrás y arribo al claro, alcanzo a divisar las figuras de los demás tributos, que se acercan a la entrada del Laberinto, atraídos por el sonido del cañonazo. Mi corazón se desacelera cuando descubro el rostro de Peeta entre los jóvenes y siento como si me volviera el alma al cuerpo. Gracias a Dios, está a salvo. Annabeth, Hermione y Susan también están allí.

- Katniss - exclama Peeta cuando me ve y, una vez que nos hallamos lo suficientemente cerca, me toma de las manos mientras me desnuda con la mirada -. ¿Te encuentras bien? ¿Te ha sucedido algo?

- Estoy bien - respondo, para tranquilizarlo. A continuación, miro por encima de su hombro en dirección al Laberinto -. ¿Vino de allí? - pregunto.

Hermione asiente con la cabeza, con expresión preocupada. Podría apostar que está pensando en Harry.

- Yo entraré a buscarlos - anuncia Susan, con voz firme y decidida, mientras se coloca la ballesta al hombro.

- No - la interrumpe Percy, que da un paso al frente, con actitud desafiante -. Es demasiado arriesgado.

Ambos se sostienen la mirada por unos silenciosos segundos.

- No entiendes, mi hermano está ahí adentro - repone Susan, por fin, con el ceño fruncido -. Al igual que los demás tributos.

- Pero puede ser una trampa - sugiere Hermione -. Y al final terminarías desperdiciando tu vida.  Créeme, yo también estoy deseando ir a por ellos, pero en el fondo sé que es extremadamente peligroso.

Me esfuerzo por apartar las imágenes del dementor y el minotauro que se me vienen a la cabeza. Recuerdo haber tenido pesadillas relacionadas con ellos la noche anterior.

- Además, tienen el Hilo de Ariadna y a Thomas. Saben cómo volver - añade la bruja.

- Debemos permanecer unidos - dice Percy -. Esperaremos hasta el anochecer - sentencia, y su repentina actitud de liderazgo me toma por sorpresa; sin embargo, no me opongo: sin Thomas, necesitamos que alguien nos guíe -. Si no aparecen antes de que el sol caiga, partiremos mañana en busca de ellos.

Doy media vuelta y observo el tenebroso pasillo por el cual se ingresa al Laberinto. Un escalofrío me recorre la espalda. Quién sabe qué clase de criatura habrá provocado la muerte de un Tributo. Quizás hubo un enfrentamiento entre ellos y alguien salió gravemente herido. Aunque, en el fondo, sé que no fue así. Sé que estoy intentando convencerme de algo imaginario.

Porque lo que no quiero admitir es que, mientras permanezcamos en el Área, mientras no escapemos de aquel espeluznante lugar, nunca vamos a estar a salvo.

***

La hora se acerca y no puedo parar de mordisquearme las uñas. Durante el resto del día, continuamos con las tareas que nos habían asignado, pero un poco de trabajo no consiguió sacarme los millones de problemas que vagaban por mi cabeza. Mi mente no podía parar de formular teorías alocadas sobre lo que le podría haber sucedido a los demás tributos. Cada vez que tenía oportunidad, aprovechaba para echar un vistazo a la entrada en busca de algún indicio o movimiento que pudiera llegar a levantar sospecha. Siempre en vano. El proceso era una tortura.

Una vez que el sol se acerca a la línea del horizonte y la cálida luz comienza a extinguirse, nos reunimos alrededor de la Puerta Norte, por donde los Corredores partieron esta mañana. Observo la expresión de consternación plasmada en el rostro de Hermione y no puedo evitar sentir lástima por ella. También la percibo en el rostro de Susan, aunque esta última se esfuerza un poco más en disimularla.

La oscuridad comienza a ganar terreno en el cielo y, unos minutos más tarde, la poca luz restante termina de esfumarse. Los inmensos muros de piedra comienzan a cerrarse, emitiendo un chirrido que me obliga a apretar los dientes. Busco la mano de Peeta y cierro mis dedos alrededor de ella.
No lo lograron. Tendrán que pasar la noche en el Laberinto. Si bien no los conozco demasiado, saber que deberán quedarse allí hasta el día siguiente, en aquel escalofriante lugar plagado de criaturas monstruosas, me produce una sensación de opresión en el pecho. Yo no podría soportarlo. Di gracias para mis adentros de hallarme en el Área.

Igualmente, si no regresan hoy, tendremos que ir a buscarlos mañana. Y, si quiero escapar de allí, tendré que ingresar al Laberinto. No queda escapatoria. Tendré que ser valiente.

La distancia entre muro y muro es cada vez más ínfima. Aunque es muy improbable, aun me aferro a la esperanza de que alguien doblará en el recodo y atravesará la salida a tiempo.

Estoy a punto de dar media vuelta y marcharme cuando oigo el sonido de las pisadas. Completamente anonada, vuelvo la vista hacia el Laberinto. Hay alguien allí. Alguien que puede lograrlo.

La imagen de Tris aparece repentinamente y la muchacha atraviesa el pasillo en un segundo, logrando salir a tiempo. Corrió tan rápido que me cuesta creer que ha logrado salvarse.

- Tris - dice Percy -. ¿Qué sucedió?

La muchacha apoya las manos en sus rodillas y se inclina hacia adelante respirando entrecortadamente para recuperar el aire perdido. Se toma unos segundos que me parecen eternos antes de hablar.

- El monstruo... la pinchó... nos persigue - consigue articular, mientras inspira grandes bocanadas de oxígeno.

De repente, un rugido desgarrador y espeluznante interrumpe el silencio que se había instalado y los vellos de la nuca se me erizan. Levanto la cabeza para observar como Bella, Jace, Tobias y Thomas corren hacia la salida desesperadamente. Estos dos últimos cargan un cuerpo inconsciente, de una muchacha cuyo rostro no alcanzo a distinguir, ya que se encuentra oculto detrás de una cortina de cabellos negros.

Siento el impulso de correr a ayudarlos, aunque me arrepiento cuando descubro el motivo por el cual huyen.

Es una mezcla espeluznante de animal y máquina. Una criatura bulbosa y amorfa, del tamaño de una vaca. De su cuerpo sobresalen unos siniestros miembros con forma de brazos, que poseen una colección de tijeras y varillas largas. Se desplaza rodando velozmente, emitiendo un ruido metálico mientras avanza.

- ¡Apártense! - grita Thomas y su voz suena ronca y forzada -. ¡Huyan! ¡Huyan del Penitente!

Doy unos pasos hacia atrás, asustada. Aprieto la mano de Peeta con más fuerza, intentado detener el temblor que me sacude el cuerpo.

No van a lograrlo. O las puertas los aplastan o son devorados por aquel horrible adefesio. Me siento impotente, incapaz de hacer algo para ayudar.

Falta menos de un metro para que los grandes muros se encuentren y sellen la entrada al Laberinto. Mi cabeza no es capaz de soportarlo. Cierro los ojos y entierro la vista en el hombro de Peeta. Él deposita su mano sobre mi cabeza y noto que también tiembla de los nervios.

Unos segundos después, las puertas se cierran con un estruendoso ruido.

Tengo miedo de abrir los ojos. Tengo miedo de averiguar si los tributos lo consiguieron o quedaron atrapados con aquel asqueroso Penitente en el Laberinto.

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