Capítulo 7

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- Anairë... Anairë...

La princesa podía escuchar a alguien llamando su nombre desde lejos, pero sus ojos pesaban demasiado y tenía un dolor horrible en la boca y la nariz.

- Anairë, despierta hija.

Sentía su cuerpo rígido y adoloridos cada uno de sus músculos.

- Despierta

Ante la insistencia de aquella voz Anairë por fin abrió los ojos, estos se encontraron con el cielo estrellado, pero algo le decía que esas estrellas eran diferentes a las que solía ver, más distantes, con una luz más fría que no daba gratificación alguna o llenaba el corazón de un calor reconfortante. A su vez podía distinguir el reflejo de cientos de antorchas a sus costados. Los ruidos a su alrededor no eran mejores: sonidos de animales, llantos, gruñidos y lo que parecía ser arrastre de pies.

Anairë tosió un poco y escupió sangre junto con algo duro, al llevar su mano a su boca sus dedos se tiñeron de rojo mientras ella agarraba aquella cosa dura y levantaba la mano para poder verla bien; a la luz de las antorchas pudo observar que era un diente. Luego su mirada fue hacia sus muñecas, ambas amarradas con una soga gruesa pero que le permitían el movimiento. Giro su cabeza hacia la izquierda y observo una fila de doncellas, todas con la cabeza gacha, los pelos revueltos y la ropa sucia, en sus mejillas pudo ver el rastro de lágrimas secas.

Como pudo se incorporó en lo que ahora sabía era un carro y se encontró con dos filas más de mujeres, una en procesión detrás del carro y la otra a su derecha. A cada lado del camino, flanqueando a las mujeres, estaban esos seres oscuros, algunos sostenían antorchas para alumbrar el camino y otros poseían látigos que no dudaban en blandir despiadadamente contra las prisioneras.

- Al fin despiertas- dijo una voz detrás que reconoció al instante

- Nana

Anairë grito de alivio al escuchar la voz de Elentari detrás de ella, pero al girarse se llevó una desagradable sorpresa. Gilrien Elentari lucía un aspecto deplorable: sus caras ropas estaban rasgadas y manchadas de lodo, sus trenzas rubias estaban salidas de su peinado y algo deshechas, pero lo peor era su rostro. Su ojo derecho estaba hinchado, completamente cerrado y tornándose de un color morado preocupante; una profunda cortada que iba desde la cien y recorría su mejilla izquierda de arriba a abajo era visible, aunque ahora estaba burdamente tapada con unos trapos sucios que hacían de vendaje improvisado. Una gran mancha marrón de lo que Anairë supo era sangre seca manchaba la tela. La princesa también pudo notar golpes y heridas en el cuerpo, pero no pudo descifrar la gravedad de estos. Al igual que su hija, Elentari estaba amarrada de manos con una gruesa soga. A cada lado de la princesa mayor se encontraban dos mujeres más que estaban burdamente apoyadas sobre el carro, no podría decirse si estaban vivas o muertas.

- ¿qué...? - el susurro de horror fue presente en Anairë, Elentari le sonrió como pudo tratando de tranquilizarla, pero de nada sirvió- ¿mamá que te sucedió?

- Tu tampoco estás mejor hija. - hablo ignorando por completo la pregunta- tu nariz está claramente rota y creo que te faltan un par de dientes.

- Madre- insistió

- Ya - suspiro ella con resignación y se acomodó como pudo para poder estar más cómoda. -Fuimos atacados por sirvientes de Melkor.

- Ya lo intuía- hablo sarcásticamente Anairë tratando de ocultar su miedo.

Elentari sonrió a medias un poco feliz de encontrar el sarcasmo de su hija reconfortante.

- Nos hicieron rehenes. La aldea de tus abuelos no fue la única atacada, lo sé ya que han traído más prisioneras de otros campos mientras estabas inconsciente.

Eternal LifeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora