25. El accidente (parte 4)

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Desperté en un lugar desconocido. Me sentía ligeramente mareada y tenía un dolor de cabeza horrible.

¿Dónde estaba? Poco a poco empecé a recordar lo que había pasado. El hombre que me había atacado con un pañuelo de cloroformo, al que solo había conseguido dar un par de golpes antes de perder el conocimiento. De ahí la sensación de mareo.

Miré a mi alrededor con los ojos entreabiertos. Maldito dolor de cabeza. Parecía ser un despacho. Estaba sentada en una silla en medio de la sala. Y no fue hasta aquel momento que me di cuenta de las bridas que ataban mis manos detrás de mi espalda. Estiré el cuello. También lo tenía adolorido. Intenté levantarme para inspeccionar mejor la sala, pero me di cuenta de que mis manos y piernas estaban atadas a la silla. No sería fácil salir de esa.

Eché un vistazo a la sala en busca de algo que pudiera ayudarme. En una esquina había un escritorio sobre el que había un ordenador con una pantalla grande y varios papeles. Sobre el escritorio también podía reconocer mi móvil y mi cartera. El pánico empezó a apoderarse de mí. Mi respiración se aceleró. Había mucha información en mi cartera y en mi teléfono. ¿Habían intentado hackearlo? En la cartera llevaba mi carné de identidad falso, mi carné de conducir falso y otras tarjetas. Por suerte no llevaba encima el de Interpol. Eso habría sido una buena cagada.

Las paredes eran de un gris aburrido. De hecho, la habitación estaba construida encima de una escala de grises. La puerta a mi derecha estaba cerrada y apostaría a que estaba cerrada con llave. La puerta tenía un vidrio y fuera había lo que parecía ser un pasillo. Nada informativo. Empotrado contra la pared había un armario que albergaba la tira de papeles en distintos archivos. No estaban ordenados de ninguna forma aparente. Y aunque hubiese alguna etiqueta no lo hubiera podido leer, pues mi cabeza aún daba vueltas. Tenía ganas de vomitar. Cerré los ojos e intenté respirar profundamente para disipar la sensación de mareo y malestar que tenía en el estómago. Los volví a abrir cuando ya no tenía la sensación de que estaba a punto de sacar la cena. ¿Qué hora era? ¿Cuánto tiempo llevaba ahí? No había ningún reloj en la pared ni ventana que diera al exterior.

Miré hacia atrás para ver si había algo que podía servirme y casi me caí de la silla cuando me percaté de que había una persona sentada en un sofá leyendo un libro. Pegué un salto, con el problema de que aún estaba atada a la silla. Las bridas se clavaron en mis muñecas. Las habían atado fuerte. La persona, un hombre alto y corpulento levantó los ojos del libro para mandarme una mirada rápida antes de volver a centrar su atención en el libro. ¿Hola? Tenía una pequeña herida en el labio.

—¿Quién eres? —pregunté intentando proyectar un alto grado de miedo en esas palabras. No fue difícil. Así era cómo me imaginaba que actuaría una persona normal. Mi respiración seguía acelerada, eso en particular no formaba parte de la actuación.

El hombre ni se inmutó. Siguió leyendo.

Me quedé observándolo unos segundos. ¿Qué? Aunque estaba sentado parecía ser bastante alto. Sus músculos sobresalían de la camiseta manga corta que llevaba, y en los brazos lucía algún tatuaje. Los pantalones negros de tipo militar bien abrochados con un cinturón. ¿Quizás era el que me había atacado antes de entrar en el coche? Parecía rondar los cuarenta años. Llevaba el pelo marrón oscuro rapado casi al cero y la barba bien afeitada. ¿Por qué no me hacía nada de caso? Probablemente, era al que habían asignado vigilarme. Pero aun así... No era como me imaginaba que actuaría un secuestrador, o a alguien de una organización turbia —porque si secuestraban tenían que ser una organización turbia, daba igual que estuviera leyendo.

La puerta se abrió. Mi cabeza se giró hacia ella en un movimiento rápido. Detrás de mí se oyó un movimiento y, inconscientemente, me volví a girar hacia el lector. Se había levantado del sofá y había adoptado una postura de saludo. Espalda recta, pies juntos, manos a los lados y barbilla mirando hacia arriba. Asintió una vez con la cabeza y volvió a sentarse. ¿Un militar?

El caso arceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora