29. Caso cerrado (parte 2)

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Asentí con una sonrisa leve en el rostro. Louis cogió una del montón y sonrió cuando la leyó.

—Heh —Se rio y me enseñó la carta.

Hola Sophia espero que te mejores pronto. Eres mui vuena profe.

—Has visto esta, Sopía.

Chasqueé divertida con la lengua y puse los ojos en blanco.

Aunque la ortografía de mis alumnos y alumnas aún era mejorable, sus mensajes eran muy tiernos y me hicieron sonreír. Me hacía pensar que, a lo mejor, no había sido tan mala profe como había temido al principio.


Me desperté en medio de la noche. Tenía dolor de cabeza y quería dormir. Lo intenté de todas formas; todas las que podía, claro. Con los brazos a ambos lados de mi cuerpo, como una momia, con el brazo bueno como cojín. Nada funcionaba. Necesitaba cambiar de posición. Una la podía doblar un poco, la otra ni siquiera conseguía levantarla. Solté un quejido leve y me dejé caer de nuevo sobre la cama. Me froté los ojos mientras respiraba profundamente y un poco más rápido de lo normal.

Vale, tranquila. Me estaba poniendo nerviosa, y eso no era bueno.

Me picaba el antebrazo dentro de la escayola y no tenía nada a mi alcance para rascarme. Tenía la sensación de que mis piernas picaban, de la necesidad que tenía de moverlas. Intenté calmarme. Miré el techo y empecé a contar. Cada dos números inspiraba, y cada dos números soltaba el aire. Pero me faltaba aire. Empecé a contar un poco más rápido.

Intentaba dejar mi mente en blanco, pero ese ardor de las piernas no cesaba. Intenté levantarlas un poco para engañar a mi propio cuerpo, pero lo único que conseguí fue notar un dolor punzante en la pierna izquierda. La derecha parecía estar bien, pero no debería moverme.

Me tapé los ojos con un brazo y seguí respirando.

Necesitaba moverme, necesitaba correr, salir de esa habitación, en la que llevaba ya casi una semana. Necesitaba huir de ese olor antiséptico que percibía cada vez que entraba alguien en mi habitación. Y necesitaba aire. Mi pecho se notaba apretado, no conseguía llenar del todo los pulmones de una inspiración. Empecé a sudar y mis oídos se notaban ensordecidos como cuando me mareaba y se me nublaba la vista.

Salir, necesitaba salir. Todo eso se podría solucionar si caminaba un poco. Una vuelta por la UCI y estaría bien. Desde lejos percibía un pitido.

Me senté en la cama e intenté mover el culo hasta quedar en el borde. Moví la pierna vendada en un intento de bajarme de la cama. La otra, la que me habían operado, aún no la podía mover. Pero con una ya me bastaría, ¿no?

—Sofia, no, ¿qué haces? —Oí desde lo lejos—. No, Sofia —Una figura se posó delante de mí y me barraba el paso.

La intenté apartar con en brazo escayolado mientras que estrechaba la otra mano para agarrar el soporte que aguanta las bolsas de suero o medicamentos. Me serviría como muleta.

—Sofia, sht, Sofia —dijo una voz reconfortante. El nudo en mi pecho se intensificó y empecé a respirar más rápido. No me podía quedar allí.

—Sofia, tienes que respirar más lento.

—No, no tengo... —inspiré con dificultad—, aire.

Unas manos se posaron en mis mejillas. La persona se agachó para mirarme a los ojos.

—Sí tienes. Ya verás —Louis me regaló una sonrisa—. Mira, tú sígueme a mí.

Poco a poco me fui calmando hasta que finalmente mi respiración se tranquilizó.

Restamos unos segundos en silencio. Louis me seguía mirando. De repente, consciente de la intensidad de su mirada, aparté la mía y apreté los labios, notando un nudo en la garganta.

—No puedo más —dije con la voz quebrada.

—Lo sé —respondió.

—No quiero más —Me mordí el interior de la mejilla.

Louis se sentó a mi lado y me envolvió en un abrazo. Y ahí no pude aguantarme más. Las lágrimas empezaron a caer mientras intentaba calmar mis sollozos y me agarraba en el jersey de Louis.

Estaba harta de estar ahí, de no poderme mover, de estar atrapada. Y no podía hacer nada más que esperar. Esperar a que me curara. ¿Por qué tenía que ocurrir ese accidente? Eso si se le podía llamar un accidente. ¿Por qué tenía que pasarme a mí?

Louis restó en silencio mientras me abrazaba y dejó que me desahogara.

—Échate, venga —dijo cuando me hube calmado un poco. Me ayudó a subir de nuevo las piernas para poder estirarme bien en la cama. Yo me hice a un lado y, sin tener que pedírselo, se estiró junto a mí.

Louis estiró el brazo para abrazarme. Apreté los labios. No quería empezar a llorar de nuevo. Suficiente vergüenza había pasado con que fuera una vez.

Reposé una mano encima de su pecho y acerqué mi rostro al suyo. Nuestras narices se rozaron, hasta que me acerqué unos centímetros más y le di un beso suave en los labios. En la penumbra de la habitación no podía reconocer las expresiones de Louis, pero soltó un poco de aire por la nariz y me atrajo hacia él.

Inspiré profundamente. Su olor consiguió tranquilizarme un poco. Louis giró un momento la cabeza y me dio un beso en el pelo.


El día siguiente me desperté con los ojos hinchados, cortesía de haber llorado tanto la noche anterior. Físicamente, me encontraba mejor que el día antes. Me había relajado un poco y, aunque todavía estaba hasta las narices de estar estirada, no era tan malo como lo había sido. Sin embargo, mentalmente, no iba tan bien.

Tanto mi familia como Louis se irían esa tarde y volverían a Londres, y me daba un poco de miedo cómo me lo tomaría yo. Me gustaría que pudieran quedarse más, pues pasar muchas horas sola me daba un poco de miedo, más teniendo en cuenta que, durante una semana, no había estado ni un minuto sola. Per sabía que no podían quedarse más. Papá y mamá tenían que trabajar, y Sandra, James y Louis tenían clases que atender. En realidad, había tenido suerte de que hubieran podido montárselo.

La parte positiva era que Penélope me había contado que pronto subiría a planta, y eso significaría dejar atrás el olor a antiséptico, además del hecho de que podría moverme más. Aún me quedaba un poco más de una semana con la escayola, pero las heridas de una pierna ya estaban cicatrizando. La pierna que habían tenido que operar tardaría mucho más a curarse, pero quizás podría empezar a caminar con muletas. Eso me animaba un poco.

Esos días Alice no podía visitarme tan a menudo, puesto que había vuelto al colegio. En gran parte, me estaba sustituyendo a mí hasta que encontrasen a un sustituto de verdad. Aun así, siempre me visitaba por las tardes cuando salía del cole.

Mi única ilusión era que, poco a poco, dejaban que empezara a comer de nuevo. La cara de felicidad la primera vez que Penélope me llevó una botellita de agua, fue de otro mundo. También me había llevado un yogur y una gelatina de fresa. Increíble. Las mejores comidas de mi vida.

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Ay, jope.

Os subo lo que tengo, que es poco :(

Sorryy estos días voy un poco a tope de trabajo.

Espero que no haya muchos errores, no lo he repasado muy bien. Tooodo maaal.

Besoos
Bel

El caso arceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora