A pesar de las cortinas herméticamente cerradas que cubrían cada una de las ventanas de la habitación, los fuertes rayos solares conseguían colarse débilmente a través de la tela. Ella no necesitaba más, tan solo eso representaba un total suplicio. Aun de espaldas a la luz podía perfectamente intuir que se encontraban a media mañana. Por lo que, con hastío, intentó cubrirse aún más con el grueso edredón. Totalmente inútil.
Sin embargo, algo bueno de los humanos es sin duda su gran capacidad para adaptarse a las circunstancias, y ella, finalmente, consiguió hacerlo. Había logrado colocarse justo en el punto correcto en que su maltratada vista quedaba totalmente cubierta por las sombras. Lo próximo sería volver a reencontrarse con el sueño esquivo: juego de niños.
Y justo en ese momento, el peor posible, alguien tocó la puerta.
No quería ver a nadie. En los casi dos días que llevaba en casa había aprendido a abrazar la soledad como su mejor compañera. Ella no la engañaba, no la hería... aunque tampoco la consolaba. Por suerte esa era una labor destinada a sus sabanas, unas de las que, de ser posible, no volvería a salir. Había descubierto que el mundo exterior no tenía mucho más para ofrecerle.
Pero, a pesar de sus fuertes intentos por ignorar el llamado, quien quiera que estuviese del otro lado no parecía dispuesto a rendirse. Con cada segundo que pasaba los toques se hacían cada vez más fuertes. Casi prefería la no grata compañía a ese incesante sonido.
–¿Hija? –escuchó finalmente y sus sospechas fueron confirmadas –Traje algo de sopa. Sé que te encuentras mal, pero debes comer un poco, ayer no lo hiciste.
Conteniendo mil maldiciones, Erika se arrastró fuera de la cama y como una muñeca de trapo malamente caminó hacia la puerta. La cabeza le dolía horrores y el simple hecho de alzar la mano parecía un gasto de energía totalmente innecesario. Pero conocía a su madre y estaba segura de que, hasta que no la atendiera, no se iría.
–¡Madre de Dios! Hay que ver qué cara traes –exclamó doña Isabela penetrando como un bólido en la habitación a penas su hija consiguió abrirle.
Erika se encogió de hombro ante el veredicto y, con un portazo, devolvió la puerta a su estado natural. Si su madre lo decía debía tener razón. Aún no había tenido ocasión de mirarse al espejo, pero estaba segura de que su aspecto tenía que ser lamentable. Al menos así lo sentía.
–Hija estoy preocupada por ti –dijo la mujer esta vez con más calma dejando la sopa sobre la pequeña mesilla auxiliar a un lado de la cama –Desde que regresaste de Londres estás rarísima, temo que hayas podido pillar algún virus maligno o algo ¿Segura que no quieres acompañarme al médico?
Londres...
Si contara con algo de fuerza para ello se hubiera carcajeado allí mismo. Todavía recordaba aquel incómodo momento en que llegó a la puerta de su casa y se quedó estática pensando en que excusa podría justificar su extensa desaparición. Pero, con su vestido de baile y teniendo en cuenta lo histéricos que eran sus padres, las opciones escaseaban. Imaginó que la policía habría permanecido buscándola por tierra y mar, y que al llegar la tratarían como una especie de aparición. Pensó que su madre se echaría a sus brazos llorando desconsolada y que su padre viraría el rostro para esconder tanto su euforia como sus lágrimas.
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Príncipe Oscuro 2
Vampire[Segunda parte del libro "Príncipe Oscuro"] [Y sí, es necesario haberte leído el primero.] Tras un desenlace tortuoso y eventos desafortunados hay cosas que Erika prefiere simplemente olvidar. Empezar de nuevo en su mundo e intentar recuperar aquel...