Capítulo 8

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Erika temblaba

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Erika temblaba. Estaba asustada. Mucho.

Lo recordaba todo, cada pequeño detalle y acción vivida. Pero por alguna razón lo sentía como en una bruma, como si ella no hubiese sido la protagonista. Alistar, el motivo de sus sueños y causante de pesadillas estaba de pie frente a ella, lucia igual que siempre.

Y entonces... ¿por qué no podía evitar sus deseos de salir corriendo?

–¿Y bien? –habló finalmente el vampiro alzando una ceja divertido –¿Es que no pensáis correr a mis brazos?

–No veo por qué tendría que hacerlo –a pesar de querer sonar firme, supo al momento que la voz le tembló.

–Pensé que quizás, después de haber escapado de mi como una vulgar rata traidora, al menos tendríais la decencia de concederme un recibimiento algo más... caluroso –se llevó una de sus manos a la barbilla como si meditara el echo –Aunque ya veo que no será el caso.

Erika abrió los ojos a más no poder y un nudo se formó en su garganta al comprobar que algo fallaba.

–Alistar... –musitó en apenas un susurro –Tus manos...

El aludido levantó una de sus palmas y la observó detenidamente con fingida preocupación, como si buscara aquello que la joven parecía haber detectado. Unos segundos más tarde alzó la mirada hacia ella y curvó los labios en una nueva sonrisa, una que le heló hasta el alma.

–Ah esto –concordó con un encogimiento de hombros, como si recién se diera cuenta de que balanceaba sus manos desnudas –Me comenzó a parecer innecesario seguir usando esos molestos guantes. Al final de cuentas no los necesito ¿no lo creéis?

Los ojos del vampiro refulgían de un rojo carmesí a pesar de su diversión aparente y su sonrisa siniestra le ponía los pelos de punta. Algo no estaba bien con Alistar y el detalle de los guantes terminaba por confirmarle sus sospechas.

–¿Qué haces aquí? –preguntó mientras retrocedía un par de pasos.

–Oh preciosa... –dijo él en tono condescendiente y observándola con fingida pena –¿En verdad pensabais que os dejaría escapar? –lentamente avanzó la misma cantidad de pasos que ella retrocedió antes y agregó mordaz –No habéis podido ser tan estúpida.

–¡Solo déjame en paz de una vez! –levantó la voz con una valentía que estaba lejos de sentir –¿Por qué no te ocupas de tu futura esposa y te olvidas de mí?

En menos de una fracción de segundo, Erika se vio lanzada contra los casilleros metálicos del pasillo, que se hundieron por la presión en un fuerte estruendo. Una gran mano presionaba su garganta y la mantenía casi suspendida en el aire, costándole respirar. Con ojos llorosos por el dolor levantó la mirada para encontrarse con la del vampiro quien, a pesar de su reciente arrebato de cólera, se vislumbraba extremadamente tranquilo. Pero lo peor era aquello que reflejaban sus pupilas desde tan cerca: vacío.

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