1 | On the first day of Christmas

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Viajar tiene sus desventajas, pero también millones de puntos a favor

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Viajar tiene sus desventajas, pero también millones de puntos a favor. No entiendo cómo hay gente a la que no le gusta sacar una maleta y ponerse a hacerla. Cuando programo un viaje, me paso la semana de antes pensando en qué meter y qué no meter en ella. Hay veces que hasta sueño con ello. Es como un ritual para mí. Elegir y colocar con delicadeza mis mejores outfits de acuerdo con la ocasión, sin olvidarme de los "por si acaso". Preparar el neceser con todo lo más importante y buscar ese libro que tantas ganas tienes de leer para que el trayecto se haga más ameno. Por suerte, con mi trabajo, tengo que viajar mucho.

—¿Cariño, estás bien? —me pregunta mi madre por teléfono.

Con una mano procuro que no se me caiga el bolso y con la otra subo la maleta en la cinta de facturación. Encontrar un vuelo con dos días de antelación no ha sido nada sencillo, pero gracias a mis contactos he conseguido un hueco de última hora.

—Mamá, no me han despedido, solo son unos días libres.

Por unas cosas o por otras, hace demasiado tiempo que no me voy de vacaciones y, aunque me ha recomendado que vaya a un spa, no puedo soportar tanta tranquilidad.

La azafata me mira con impaciencia. Le doy mi documento de identificación.

—Tu padre dice que vayas con él a trabajar a la fábrica. Las condiciones son mejores y tendrás más días libres.

Resoplo

—Voy a visitar a la abuela, no voy a la guerra —respondo con pesadez. Entonces el teléfono se me escurre por el hombro y se estrella contra el suelo.

Me quedo mirándole con espanto. Contengo el aliento y bajo lentamente. Está boca abajo y, cuando lo cojo, noto una ligera vibración. Mi madre sigue hablando sola. Le doy la vuelta. La pantalla está en negro. Al desbloquearlo veo una raja que atraviesa toda la pantalla. Hace unos días tuve que quitar el protector porque quedó destrozado por otra caída y no he tenido tiempo de poner uno nuevo

La azafata que ha cogido mi maleta me mira con lástima y me devuelve mi billete para poder entrar en el vuelo. Guardo el teléfono en el bolsillo del abrigo. Mi madre creo que ha colgado. Me coloco el bolso y me dirijo hacia la puerta de embarque como un autómata sin dejar de pensar en el destrozo de mi pantalla.

Qué desastre.

Durante el vuelo, intento devolverlo a la vida mientras los gritos de un niño no dejan de molestarme. No hay manera de hacer que la pantalla reaccione. Y, por si fuera poco, cuando llegamos al aeropuerto y voy a recoger mi maleta, resulta que se ha perdido. ¡Se ha perdido! ¿Cómo puede ser posible? Es fucsia, por dios. Se puede ver a cien millas.

Admito que he querido matar a más de uno hoy, pero gracias a mi gran fuerza de autocontrol únicamente he alcanzado a golpear con mi libro a un encargado de la aerolínea y me han invitado amablemente a salir del aeropuerto. Ellos sí que tienen fuerza de voluntad.

Doce días para Navidad © |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora