Capítulo 5

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Hola, amores :) He vuelto con un capítulo nuevo. ¡Espero que os guste!

Capítulo 5


Minerva cerró la puerta de su habitación con cuidado, tratando de no hacer ruido. Caminaba con los tacones sujetos en su mano y no encendió la luz del pasillo. En su otra mano, la linterna de su móvil le servía para no chocarse con nada hasta conseguir salir de la casa.

Se le aceleró el corazón al pasar por el salón y distinguir la figura de su padre tumbada en el sofá, pero volvió a relajarse pronto al darse cuenta de que estaba dormido, pues su pecho subía y bajaba rítmicamente mientras un molesto ronquido salía de su boca. Minerva se las apañó para mantener el silencio hasta llegar a la puerta de su casa y cuando por fin salió, sintió como si alguien le hubiera quitado una enorme losa de encima. Sabía que su padre no habría logrado evitar que saliera de casa, pero aun así prefería que no se enterara, eso le ahorraría una enorme discusión con él.

Bajó las escaleras del quinto piso en el que vivía sin ponerse aún los zapatos y agradeció que ninguno de sus vecinos hubiera vomitado últimamente en las escaleras, o hubiera dejado tirada alguna jeringuilla con la que pudiera pincharse por accidente.

No fue hasta llegar al piso bajo cuando Minerva se calzó unas botas de tacón negro y entreabrió la puerta para comprobar que el coche de Poncho se encontraba parado frente a su portal. Ella apenas tardó cinco segundos en recorrer la distancia que la separaba de su amigo. Cuando abrió la puerta de golpe, introduciéndose en el vehículo negro, Poncho se sobresaltó.

—¡Ya estoy aquí!

—Mierda, Minerva. Podrías avisar, menudo susto me has pegado.

Ella rio como respuesta.

—¿Te da miedo que alguien trate de robarte el coche?

Poncho puso en marcha el motor sin mirar a su amiga.

—Pues en este barrio... tampoco espero menos.

Minerva le golpeó el brazo suavemente. Sabía que no vivía en el mejor barrio de la ciudad y era consciente de que no era casualidad que Poncho se ofreciera a recogerla y llevarla a casa en coche cada vez que tenían que salir. No quería verla sola por la noche allí.

—¿Llevas el regalo de Sandra? —le preguntó a su amigo.

—Está en el asiento de atrás.

—Seguro que le va a encantar. ¡Está tan nerviosa por la fiesta...! —Minerva comenzó a parlotear, colocando las piernas sobre el salpicadero del coche—. Va a ser una pasada...

—Baja las piernas, Minerva.

La joven compuso un mohín con los labios, pero hizo lo que Poncho le decía.

—¿Crees que el polaco va a venir a la fiesta?

Poncho se encogió de hombros, deteniéndose en un semáforo en rojo.

—¿La verdad? Yo creo que no. Tiene treinta y pico años, no creo que le apetezca venir a una fiesta de universitarios.

—Bueno... igual es un fiestero.

—Su mujer le acaba de dejar y está viviendo de la caridad de su mejor amigo, ¿tú crees que estará para fiestas?

—Chico, es que si lo pintas así... me quitas las ganas de ir hasta a mí.

Una pequeña sonrisa se formó en el rostro de Poncho, que miró a Minerva de reojo, fijándose por primera vez en el vestido rojo y ajustado que llevaba.

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