Capítulo 19

262 29 3
                                    

Os dejo una foto de Minerva en mm :)


Capítulo 19


—¿Tienes un condón? —preguntó Sophie.

—No —respondió Poncho.

Sophie trató de besarlo de nuevo, pero él se apartó una vez más. Comenzaba a resultarle bastante molesta esa chica que, hasta apenas hacía una hora, le parecía extremadamente elegante y delicada. Se puso en pie, dejándola sola sobre su cama doble.

—¿Dónde vas, Poncho? —preguntó la francesa, con sus ojos azules y su expresión de inocencia. Eso no había cambiado.

—Sophie... no quiero ofenderte, pero has bebido muchísimo. Deberías dormir un poco.

—¿Peroooo, y la fiesta?

—La fiesta ha estado muy bien, pero creo que volveré a casa.

Sophie no insistió. Estaba tan borracha que seguro que ni se acordaría al día siguiente. A Poncho no le extrañaba, la Sophie de ese día era distinta a la que había conocido durante todo el curso. Quizás se había desesperado porque se iba en un par de días y, tras nueve meses allí, no habían pasado de solo besarse en contadas ocasiones. Poncho sabía que, de ser por ella, se estarían acostando en ese mismo momento sobre su cama. Pero debía admitir que no tenía el menor interés en hacerlo, y no solo porque estuviera borracha como una cuba. Si no había sentido la necesidad de acostarse con ella en todo el curso, a pesar de haber tenido numerosas oportunidades, ¿por qué iba a hacerlo en ese momento? Sophie era el modelo de chica que él quería: dulce, educada, inteligente, hermosa... pero era tan cuadriculada como él y, demonios, hasta él mismo se aburría de su propia formalidad.

Nando caminó hasta la puerta y antes de abrirla ya se dio cuenta de que Sophie se había quedado dormida en la habitación.

—Hasta pronto, Sophie —susurró, sabiendo que era muy probable que no volviera a verla nunca más. La sensación fue extraña, pero no se sentía realmente triste ni molesto.

Tan pronto salió de esa habitación, se chocó con Minerva, que caminaba con Marina Gómez colgada del hombro. Marina compartía con ellos algunas clases, aunque se había quedado retrasada en muchas otras porque la mayoría de los días se saltaba las horas lectivas y se las pasaba rondando el campus, hablando con todo el mundo y compartiendo canutos y cervezas. ¿Resultado? Marina tenía cien amigos cercanos con los que se llevaba genial y todo el mundo la adoraba, pero, a la vez, tan solo aprobaba dos o tres asignaturas por semestre.

—¿Qué haces? —preguntó Poncho.

—Llevarla al baño para que vomite. Ayúdame.

Sin comerlo ni beberlo, Poncho se colocó al otro lado de la joven alcoholizada y la sujetó con fuerza. Minerva suspiró, aliviada al quitarse esos sesenta kilogramos de encima de golpe.

—Hay un baño ahí.

Abrieron una puerta de madera que los condujo a un pequeño cuarto de baño. Marina se arrodilló automáticamente frente a la taza y comenzó a vomitar todo el alcohol que había bebido ese día, que era demasiado para su cuerpo.

—Madre mía, ¿desde qué hora lleva bebiendo? —preguntó Poncho, sorprendido.

Al momento, otra joven apareció por la puerta con semblante preocupado.

—Marina, ¡ay, Marina! ¡Estás aquí!

Se lanzó al interior del baño y la joven alcoholizada hipó como contestación al escuchar su nombre. El baño era demasiado pequeño como para que todos cupieran allí y la nueva muchacha les dijo con total seriedad que ella se encargaría de Marina y que ellos dos podían marcharse.

Cada centímetro de ti.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora