5. La noche de las bestias

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Nueve minutos. Isabella debía soportar nueve minutos. Una cantidad ínfima y, aun así, no sabía si saldría con vida de ello.

Ezequiel se había unido al feliz reencuentro y evaluaba a su contrincante. Tal cual había ocurrido en su depto con la presencia de Matías, se notaba a flor de piel que Thiago y él no solo no iban a pretender ser cordiales o medianamente civiles el uno con el otro, sino que se lanzarían a sus cuellos y arrancarían mordiscos de su presa.

Por ella. Todo por ella.

—¡Ya váyanse y déjenme en paz! ¡Voy a llamar a la policía!

¿Y les diría qué, exactamente? Aparte, hasta que hicieran acto de aparición con un móvil, para ese entonces ya bien podrían haberse ido a las manos treinta y cuatro veces. Esa opción quedaba descontada, como la de pedirle ayuda a alguien que pasara por allí. Los automóviles no se detendrían por una loca que estuviera a los gritos ni se inmiscuirían en una trifulca callejera. Nadie con dos dedos de frente y algo de sentido de supervivencia lo haría. ¿La gente de los edificios? Con suerte la filmarían si se armaba una gresca gorda y terminaría escrachada en redes sociales... Lo cual le vendría bárbaro para que los cabecillas de la compañía para la que trabajaba la pusieran de patitas en la calle.

¿Qué hacer?

Nunca se había visto en un dilema de semejante calaña. Lo máximo que había tenido que enfrentar era a su jefe gruñón teniendo un mal día y cargándose a cada uno que pasara por la puerta de su oficina. No había tenido que meterse en peleas ni mucho menos se había involucrado en una como la protagonista. Normalmente evadía los conflictos y le escapaba al drama, por su bienestar físico y mental. No necesitaba extras que la estresaran. La vida era complicada por si sola sin que la ayudara.

Y bien que la había ayudado con su estúpida idea de jugar a ser una brujita hechicera. Le había salido el tiro por la culata y ahora pagaba los platos rotos: lastimada, asustada y con dos tipos que ni la dejarían en paz ni se perdonarían por haber caído en sus redes. Sus posturas lo decían todo, a falta de palabras que pronunciar. El primer golpe no tardaría en llegar.

No tardó, de hecho.

Se olvidaron de ella para concentrarse en arruinar el cuerpo del otro. De la competencia. Del enemigo. Ezequiel fue quien lanzó el puño inicial. Puño que se estrelló en la mejilla derecha de Thiago y lo tiró para atrás. Tropezó y dio unos pasos dubitativos, flojos, y Eze se avivó con la esperanza de una lucha ganada. No iba a ser tan fácil. A pesar de ser más bajo y de contextura delgada —sin un gramo de grasa a la vista ni un gramo de músculo tampoco—, Thiago tenía con qué pelearle. A falta de fuerza bruta, tenía mañas.

Se recompuso, para sorpresa de Eze, mientras Isabella miraba. Bloqueada, en silencio, en un cortocircuito del que no podía deshacerse. Estaba en blanco. El torbellino de pensamientos la había dejado fuera de juego y a un costado, como mera espectadora. No tendría voz ni voto. No habría qué hacer para que pusieran fin a su disputa ridícula.

Cinco minutos la separaban de la seguridad del auto de un desconocido.

Cinco minutos eran la suma perfecta para resolver una ecuación de muerte.

Thiago esquivó los golpes que vinieron en rápida sucesión. Ezequiel no demostró piedad alguna, echando puñetazos sin respiro. Era la furia personificada. Era un monstruo que Isa no reconocía. Así no había sido su Eze. Un poco bobo, un tanto reservado, ciertamente tímido cuando se rodeaba de extraños... Ese era. Ese era a quien había querido y añorado. A ese había esperado. Y a él no lo tendría.

Esta versión solo conservaba su figura y su rostro. El resto había partido. No podía negarlo. No podía fingir que no había visto la realidad presentada ante sus ojos. Ezequiel se había ido.

Hexes and Ohs [Hexes #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora