Mientras tanto, en Magia Práktica... [II]

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Estaba terminando de clavar la última moneda de un peso, que había encontrado en el bolsillo de una campera que casi ni usaba, en una de las velas cuando resonó el primer trueno. Eso debería haberle despertado las neuronas que le quedaban activas a esa hora, pero solo la inspiró a seguir. Ya estaba metida en el baile y se iba a sacar las dudas de raíz. Que sí, era tonto. Y, sí, una pérdida de tiempo también. Pero le serviría como... ¿Experimento? ¿Para sacar fotos que pudiese añadir en la entrada que todavía no había terminado de escribir? ¿Para reírse después y llevarse el secreto a la tumba?

Otro trueno estalló e hizo temblar la ventana. Miró por sobre su hombro a los refusilos que iluminaban el cielo, ya transformado en una discoteca infernal. Tomó una respiración profunda, soltó el aire despacio y apagó la única lucecita que iluminaba el cuarto antes de disponerse a prender las velas. Las colocó prolijamente en un círculo y volvió a pasar el sahumerio de sándalo a su alrededor. Una por una las rodeó con un halo de humo fragante que casi logró hacerla toser y, por las dudas, les dio otra vaharada en el sentido contrario a las agujas del reloj. Contenta ya con ello, puso a un costado el sahumerio y escribió en cinco trozos de papel sus deseos de buena suerte en el dinero y... Y en el dinero, nomás, porque era lo único que realmente necesitaba.

—Un buen empleo, una suma de dinero sorpresa, una llamada ofreciendo una gran oportunidad económica, la apertura de nuevos caminos para mejores ingresos, dinero-dinero-dinero. —Leyó en voz alta cada mensaje antes de doblar cinco veces cada hoja. Afuera, algunas gotas comenzaron a caer con timidez, perseguidas por la furia de un rayo que la sobresaltó.

Esto era demasiado. Lo que fuera que la hubiera poseído para dejarse llevar por las brujerías de bajo presupuesto debería ir dejando su cuerpo lo más pronto posible. Ni bien terminara de hacer este ritual, como mínimo. Sí, cuando acabara con este juego superaría la llamada esa que le había despertado la vocecita de y qué tal si funciona. Volvería a ser la misma cínica de siempre, rebuscándose la manera de llegar a fin de mes sin perder un órgano o verse obligada a ir a pedirle plata a sus viejos.

Volvió a tomar otra respiración pausada, conteniendo esta vez el aire por unos segundos al tiempo que colocaba todos los papeles en el centro del círculo. Se formó un montoncito de dobleces desprolijos y arrugados que procedió a espolvorear con canela en polvo de calidad cuestionable. La había comprado en el chino que había a la vuelta de su casa y, desde entonces, la había usado en una sola ocasión. Decir que sabía a tierra era un insulto a la mismísima tierra y una alabanza al polvo que venía en el paquete beige que sostenía en sus manos. Un desperdicio total de plata y un disgusto al no tener ni la chance de tomar un buen té en la merienda. ¿Es que ni eso podía pedir?

—Deja que el agua se lleve consigo la desgracia y el infortunio. Deja que lave el mal que nos aqueja, que deshaga las ataduras que nos detienen, que borre las huellas de nuestros fracasos —dijo con voz firme, revisando de tanto en tanto lo que había anotado en su cuaderno—. Madre Naturaleza, entierra aquello que nos perjudica y devora con tu fuego las malas energías. Permite que de sus cenizas renazcan nuestros deseos, que impulse aires de nueva vida.

Agarró la cajita de fósforos y, con algo de esfuerzo, prendió uno... Que se apagó inmediatamente. Prendió otro, sus dedos algo temblorosos, las gotas ahora arreciando contra la ventana de la habitación que hacía las veces de recibidor, sala de estar, comedor y cuarto de huéspedes. Trató de apurarse a encender las velas para no tener que gastar otro fósforo más —¿no bastaba como mal agüero que se le hubiera apagado uno?— y llegó con las justas a no quemarse las yemas de sus dedos. Soltó de sopetón el cachito chamuscado que le quedaba y manoteó los papelillos que había acumulado, dejando restos de canela al removerlos.

—Que de tus cenizas resurja la fe. —Ahí quemó el primero de sus deseos, sobre la vela que se encontraba más cerca a ella. Observó cómo la pequeña lengua naranja consumió el rectángulo hasta dejar apenas restos—. Que de tus cenizas reviva la esperanza. —Continuó y repitió el mismo proceso. El dejo de sándalo que impregnaba el ambiente fue reemplazado por el punzante olor de la quemazón.

Hexes and Ohs [Hexes #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora