Epílogo: ruega por nosotros

32 10 24
                                    

Una semana después

—En pocas palabras, desapareció de la faz de la Tierra —dijo Diana. De fondo podía escucharse el sonido de la comida de Bigotes cayendo en su platito—. De Matías lo único que se sabe es que sigue en el hospital. Según me confirmaron, se está recuperando.

—Mamá, en serio, ¿de dónde conocés a esas personas? ¿Son... son como nosotras?

—No, no son parte del aquelarre. Pero se acercan bastante. —Eso solo despertaba más preguntas, pero Isabella no iba a indagar por ahora. Iría de a pedazos, resolviendo las cuestiones más apremiantes primero y armando el rompecabezas a cuenta gotas. Tardaría en tener la imagen completa, pero la tendría eventualmente.

Ya se había librado de su trabajo, para empezar. El lunes pasado, una vez establecida en Federación —financiada por su madre, en parte—, llamó a su oficina para renunciar. Ana casi se puso a festejar por ella y le deseó lo mejor después de asegurarle de que se contactaría con ella por correo electrónico para completar el proceso de desvinculación de manera limpia y eficiente. Su exjefe tuvo la cara de llamarla dos veces y de mandarle mensajes de texto cuando ella no se dignó a responderle. Lo hubiera mandado al carajo de ida, pero decidió que no valía la pena. Ya no tendría que soportarlo cada mañana, ni recibiría sus quejas constantes, ni se vería obligada a aguantar sus cambios de humor abruptos y sus manías.

Las buenas nuevas llegaban hasta ahí. Vivía en un estado constante de alarma, vigilando por sobre su hombro quién se encontraba en sus cercanías, quién le daba una relojeada, quién se apostaba tras ella en la cola para hacer las compras. Incluso había cambiado su número de teléfono a mitad de la semana, por si acaso eso ayudaba a cubrir su rastro. Dejó de entrar a redes sociales y a sus amigas solo les comentó que se tomaba unas vacaciones de última hora, sin decirles dónde estaba a pesar de que insistieran.

Ya habría un momento para contarles la verdad.

Ya habría un momento para aceptar su verdad, también.

—Hace años que están unidos con las nuestras. Sirven de apoyo, digamos. —Diana carraspeó, un tanto incómoda—. Tenemos demasiado de que hablar, Isabella. Cuando nos veamos de nuevo, vamos a charlar al respecto.

—A saber cuándo será eso. Pero bueno, qué decirte, vieja. Al menos es tranquilo por acá. No deben ni saber lo que es un robo. —Se rio por lo bajo mientras acomodaba lo que había metido en la mochila que compró ayer en uno de los contados locales que estaban abiertos. Siendo que la temporada de invierno ya había pasado y que la de verano todavía no llegaba, los horarios que manejaban estaban dedicados enteramente a la población local.

—Cuidate, ¿me escuchaste? Revisá siempre dónde hay salidas de emergencia, tené cargado el teléfono y llevá plata extra y tu documento encima a todos lados.

—Sí, mamá. Ya sé. No te voy a decir que no te preocupes, porque sería inútil, pero llevo eso hasta para ir al baño prácticamente.

—Bueno. ¿Tenés planes de moverte a otra zona? Estuve pensando y puede que sea lo más apropiado. A Ezequiel no lo engancharon en estos días, así que no estar por tiempos prolongados en el mismo lugar suena como la mejor idea.

—¿Vos decís? O sea, sí, tiene sentido. Pero... —Las palabras de Isa quedaron colgando en la nada. Tal vez Diana tuviera razón y acostumbrarse a la especie de rutina que había armado no era muy inteligente. Capaz debería buscar un nuevo destino, otro refugio en el que aguardar a que la tormenta pasara.

A que el encantamiento funcionara, si es que lo hacía. Dos semanas era lo que había tardado el original. Dos semanas es lo que debería esperar para definir si había sido otro éxito o, por el contrario, un completo fracaso. Hasta que se cumpliera ese plazo, estaría atrapada en su propio purgatorio.

Hexes and Ohs [Hexes #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora