Capítulo 3. Buenos días

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La tonta alarma no dejaba de sonar y los golpes de la chica que la buscaban desesperadamente por debajo de las cobijas se escuchaban en toda la habitación. Al lograr apagarla con un golpe, pudo volverse a hundir en los brazos de Morfeo, pero a los minutos, volvió a sonar.

Genial.

A regañientes comenzó a caminar con sus ojos todavía entrecerrados al baño para poder arreglarse por fin y dar inicio al día de hoy. Entró en él y verse en el espejo fue lo primero que hizo; se veía fatal, debía de admitir, su cabello rebelde como siempre y una pocas ojeras eran notables por debajo de sus ojos, nada que un poco de corrector podía arreglar. No recuerda en que momento logró cerrar sus ojos anoche, solo recuerda miles de cajas que no paraba de desempaquetar y desdoblar. Sus manos se dirigieron al espejo para poder abrir el mueble detrás suyo y sacar su cepillo de dientes. Pero al volver a cerrar la puertilla alguien estaba detrás suyo.

El joven Haddock se encontraba con una toalla al rededor de la cintura con su pecho trabajado al descubierto; empapado de pies a cabeza, con una mirada de desconcierto y confusión. Los ojos de la chica recorrieron cada músculo de aquel castaño mientras comprendía lo que yacía frente a ella. Lo había olvidado por completo.

Un grito, por parte de ambos, fue lo suficiente para salir del baño lo antes posible y dejar a aquel chico en la regadera; el cual, había vuelto a tropezones a adentrarse en ella después de comprender la situación. ¿Cómo pudieron haberlo olvidado? El internet mental, de la chica, jamás cargaba por completo al iniciar su día, así que haberse olvidado de él podía justificarlo.

Espero, detrás de su puerta, hasta escuchar como el chico entraba a su habitación lo más veloz posible y ella corriera directo al baño entre puntillas y por fin poder arreglarse lo más rápido que logrará. No podía cometer otro incidente como ése.

No era broma que Merida era una chica veloz, ya que, de un abrir y cerrar de ojos ya se encontraba en la mesa de la cocina desayunando arreglada y recién bañada esperando la hora perfecta para salir de su morada. La puerta de su compañero se escuchó abrirse.

Únicamente alzó la mirada para que ambas chocarán y se dirigieran miradas de pocos amigos. Dejo su mochila de entrenamiento a lado de la entrada junto a la de Merida; en su preparatoria, podían presentarse con la ropa que se les desearán, pero los días de deportes tenían que llevar el uniforme oficial de la escuela junto a los bolsos de un mismo color, aparte, para poder cambiarse de prendas.

—Toma. Quiero que lo leas —mencionó colocándose su bufanda y arreglando su mochila después de darle una hoja de papel.

No tenía tan mala letra.

—¿Reglas?

—Así es; después de las siete cincuenta, el baño ya es todo mío, así que espero que te bañes rápido y no suceda otro incidente como el de esta mañana. También, tienes prohibido traer amigos y agarrar mis cosas del refrigerador.

—¡Entonces tú tampoco puedes traer!

—No te preocupes, no tengo. El problema es que sí tú puedes hacer caso a esto que te estoy pidiendo.

—¿Qué es lo que tratas de decirme? —exclamó a la defensiva al chico.

Aunque a Merida no le gustaba iniciar sus mañanas con el pie izquierdo, el castaño la arrojaba a hacerlo. El chico únicamente la veía con una ceja levantada examinandola, un poco explosiva a su parecer. Pero tampoco pensaba prender una bomba que no sabía cómo controlar.

—Lo que trato de decirte es que no te conozco —guardo silencio un momento. Había olvidado su nombre o más bien, jamás se lo pregunto—. Así que no sé con quién estoy tratando. Solo te ofrezco estas reglas para vivir tranquilos hasta que alguno de nosotros logré deshacerse del otro.

Mericcup: Viviendo con el enemigo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora